Los conservadores de Cameron han ganado las elecciones británicas celebradas ayer, pero no tienen la mayoría absoluta para asegurarse un 'gobierno estable'. Después de 36 años se vuelve en Gran Bretaña a un "hung Parliament" (un Parlamento colgado, sin dominio absoluto de ninguna fuerza). Así lo han querido los electores, que han vibrado como nunca en esta campaña, y no parecen muy preocupados con la posibilidad de que la política con mayúsculas se abra paso allí para formar un gobierno fuerte capaz de afrontar los graves problemas actuales, que aquejan incluso a los sufridos ciudadanos de las Islas. Un gobierno de coalición puede ser un gobierno estable si descansa en una mayoría sólida, cimentada en una voluntad decidida de sacar adelante un proyecto claro y ajustado a las necesidades del país. Brown llegó al poder sin ganar unas elecciones y es posible que quiera mantenerse en él habiéndolas perdido, pero por apasionados que puedan ser el debate y la negociación para formar gobierno, una vez producidos, el momento electoral y el post-electoral habrán pasado y el gobierno tendrá que ponerse a trabajar. Los únicos que pueden permitirse el lujo de continuar la fiesta son los verdes, que tienen derecho a celebrar ad infinitum el logro histórico de su primer escaño en Westminster, muy bien currado.
Si la política triunfa en Gran Bretaña en España profundizamos en la antipolítica. Lo mejor es no decir nada. Basta que uno se pregunte por el umbral de resistencia de España, y se produce la debacle. La caída de la Bolsa, provocada por los rumores infundados de los especuladores así como por las declaraciones insensatas de los máximos responsables políticos, pasará a los anales. España es vulnerable, mucho más de lo que los políticos están dispuestos a admitir. Por mucho que echen la culpa al 'mercado', que estaría minando los cimientos de las instituciones políticas -partidos, sindicatos y el propio estado-, el mérito del progreso de la antipolítica en España es todo suyo. De los políticos. Esperemos que para las sucesivas y abundantes elecciones que vienen, no proliferen como candidatos y candidatas los grandes talentos que se esconden entre tertulianos, folclóricos y demás farándula española que puebla los platós, para fundamental entretenimiento de los parados. No hay que descartarlo: puestos a aceptar la inutilidad de la política, podría ser más divertido para todos.
La política en España es un perpetuo electoralismo y ello niega el verdadero espacio para la política al tiempo que indigna a los ciudadanos, cada vez más. Todo lo que dicen y hacen los políticos se explica en cansina clave electoral. No durante dos o tres meses cada cuatro años, sino todos los santos días de la legislatura, que acaba siendo un auténtico via crucis hasta para los políticos. Como era de esperar, el encuentro Zapatero-Rajoy de esta semana ha sido un desencuentro. Hacía más de un año que no se reunían en Moncloa, y no ha sido precisamente un año cualquiera, pero no ha habido sorpresas. El flamante acuerdo sobre la reestructuración de las cajas de ahorro estaba ya cocinado (la elección de Rato, con el beneplácito de Rajoy, al frente de Caja Madrid no fue casual con vistas a esta ingente tarea), y poco más ha dado de sí la reunión (como no haya sido regocijarse en privado sobre el 'espléndido negocio', según dijo Zapatero, que va a suponer para España su contribución al rescate de Grecia). Durante la primera legislatura Zapatero practicó de manera deliberada y como gran estrategia político-electoral una política anti-PP, destinada a aislar -y hasta a sacar de la política española- al PP. Y ahora, durante la segunda, Zapatero busca escenificar unos acuerdos con el PP, que ni siquiera se pretenden realmente, con el objeto de limitar no ya los efectos electorales de la crisis, sino su directa responsabilidad sobre ella como gobernante, una vez que ha sido notorio que no ha hecho más que tocar a destiempo y con escasa habilidad política. Ni pacto económico, ni pacto de educación, ni nada de nada está dispuesto a aceptar el PP. Por puro electoralismo, dice el vicepresidente Chaves, y no le falta razón, pero sin reconocer que electoralismo es lo que ha hecho y lo único que sabe hacer el PSOE que él preside.
Los que se han quejado del ataque a Bono, a propósito de su súbito enriquecimiento, como respuesta del PP a los ataques sufridos por el asunto Gürtel, todavía vivo, se muestran sorprendidos ahora de que esa ofensiva haya sumado en los últimos días efectivos de la izquierda mediática afín a Zapatero. No está claro si eso responde a un deseo de apuntalar a Zapatero como candidato en 2012 o a un afán de controlar el proceso sucesorio en favor de Pepe Blanco, mago de la propaganda socialista durante la primera legislatura y ahora 'hombre de estado'. Pero no hay duda de que lo que se esconde detrás, también es electoralismo. Nada de esto fortalece las instituciones políticas y, sin embargo, influye negativamente en el mercado, aumentando la desconfianza. Grecia ha sufrido esta semana un estallido social. El gobierno de Zapatero parece ignorar la bomba de relojería que supone la actual tasa de paro española, en particular el número de familias que tiene actualmente a todos sus miembros en el paro y que han agotado o lo harán en breve todas las prestaciones sociales, que no pueden prorrogarse indefinidamente. España no es Grecia, pero puede serlo. Técnicamente ha salido de la recesión, al haber experimentado en el último trimestre un crecimiento del 0,1%, dato que se traducirá enseguida en nueva consigna de la antipolítica socialista. Pero, por más que no sea grato decirlo, la magia del 0.1 no va a ser suficiente, ni para salir de la crisis, ni para retornar a la política.
En el Reino Unido las grandes necesidades del país forzarán el inevitable acuerdo de gobierno (presumiblemente entre conservadores y liberales). En España, los acuerdos del gobierno son puro mercadeo político del partido en el gobierno para mantenerse en el gobierno, por lo que satisfacen normalmente a las minorías en contra de los intereses de la mayoría. Y así nos va. Zapatero ha llevado esa antipolítica hasta el paroxismo y, como era de esperar, sólo conduce a la deconstrucción (política, económica y social) y a la lucha/resistencia por la 'hegemonía' cultural (simple pretensión de 'dominación' ideológica), aunque sea cediendo parte del territorio (en beneficio de 'otros' intelectuales orgánicos), que es lo que se está lidiando actualmente en la batalla del Estatut catalán. Es bueno que se entrevisten Rajoy y Montilla, como han hecho esta semana. Que no falten las buenas formas en la política española. Pero, sobre todo, que no falten las ideas. Y eso es harina de otro costal, a la vista de la degradación que se acaba de hacer de la Biblioteca Nacional (como si ese fuera el lastre del Estado a la hora de reducir el deficit público). En el Reino Unido se ha introducido el debate de la reforma electoral. En España nadie quiere plantearlo en serio, aunque subyace en todos los diagnósticos de nuestros males. Como dirían viejos maestros, no corre prisa, pero es urgente. No estaría mal que, por una vez, británicos y españoles pudieran encontrarse en el 'justo medio'.
En el Reino Unido las grandes necesidades del país forzarán el inevitable acuerdo de gobierno (presumiblemente entre conservadores y liberales). En España, los acuerdos del gobierno son puro mercadeo político del partido en el gobierno para mantenerse en el gobierno, por lo que satisfacen normalmente a las minorías en contra de los intereses de la mayoría. Y así nos va. Zapatero ha llevado esa antipolítica hasta el paroxismo y, como era de esperar, sólo conduce a la deconstrucción (política, económica y social) y a la lucha/resistencia por la 'hegemonía' cultural (simple pretensión de 'dominación' ideológica), aunque sea cediendo parte del territorio (en beneficio de 'otros' intelectuales orgánicos), que es lo que se está lidiando actualmente en la batalla del Estatut catalán. Es bueno que se entrevisten Rajoy y Montilla, como han hecho esta semana. Que no falten las buenas formas en la política española. Pero, sobre todo, que no falten las ideas. Y eso es harina de otro costal, a la vista de la degradación que se acaba de hacer de la Biblioteca Nacional (como si ese fuera el lastre del Estado a la hora de reducir el deficit público). En el Reino Unido se ha introducido el debate de la reforma electoral. En España nadie quiere plantearlo en serio, aunque subyace en todos los diagnósticos de nuestros males. Como dirían viejos maestros, no corre prisa, pero es urgente. No estaría mal que, por una vez, británicos y españoles pudieran encontrarse en el 'justo medio'.
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