viernes, 21 de agosto de 2009

Desorden institucional (I)


No han sido pocos los intelectuales que, en los últimos cien años, han reflexionado -y lo siguen haciendo en la actualidad- sobre la precariedad de la democracia. La democracia es frágil y delicada, requiere de mil atenciones para que se desarrolle vigorosa, y sin una actitud vigilante y respetuosa de las reglas y de determinadas formas de moralidad pública, es fácil que en poco tiempo pueda perderse lo que tardó mucho en convenirse y hacerse fructificar. Vivimos tiempos acelerados, donde los progresos de la innovación científica y tecnológica, no se corresponden necesariamente con la serenidad o profundidad del pensamiento, ni con una mayor madurez en los modos de actuar o manifestarse. Más bien sucede lo contrario, tanto a nivel individual como colectivo.

El desorden y la confusión, en todos los ámbitos, parecen signos del tiempo presente. Cada vez es más complejo adivinar la propia realidad personal y social. La historia y la política actual se antojan más que nunca como un drama, aunque algunos prefieran disipar o disfrazar la inquietud o el malestar que les proporciona esa experiencia dramática con nuevas formas de mascarada -más propias de una sociedad cortesana que democrática-, antes que confesar su indecisión o incapacidad de afrontar responsablemente el futuro. Cuanto más se cierne la atmósfera de crisis, achicando el espacio de experiencia y alejando el horizonte de expectativa, con mayor fuerza se manifiesta el entretenimiento cortesano.

España se aleja de los principales países europeos (Alemania, Francia) que comienzan a salir de la recesión económica, y se deja ver tal como es, como una imponente fábrica de parados, este es el fuerte componente diferenciador, gobernada por grandes artistas de la imagen y la propaganda, a la vez que tristes improvisadores (más que administradores) del déficit público. Pero antes muertos que sencillos, como los viejos hidalgos españoles del siglo XVII, que aunque no nos llegue ya la camisa al cuello, los puños dobles son, y relucientes, por más que los gemelos sean de hojalata. Ese orgullo de hidalgo, que comienza a resultar quijotesco, por lo que tiene de pérdida del juicio político, es el que exhibe cada vez con menos rubor Zapatero.

Resulta trágico-cómico, si no fuera dramático, que el gobierno de Zapatero presuma de medidas presentadas como sociales y que apenas aprobadas se demuestran enormemente injustas, como ha sucedido con los 420 euros anunciados para los que han agotado las prestaciones de desempleo pero que -paradoja o demagogia- se aplican a quienes se encuentran en esa situación desde el 1 de agoto dejando fuera a la gran bolsa de parados sin subsidio a los que se decía querer socorrer. Y cuando el pueblo no se comporta como vulgo y se rebela contra su señor, entonces él, condescendiente, se inclina a escuchar y anuncia solemnemente que se revisará la medida, y que la ayuda se extenderá -oh graciosa concesión- a "los que la necesiten", lo que seguramente ha sembrado mayor caos en las oficinas del INEM. Ya lo ha dicho el actual ministro de Fomento José Blanco: aquí no habrá "decretazos" recortando derechos sociales como hizo el PP. Se suben los impuestos a los ricos y ya está. El problema es que entre los ricos se encuentran los cortesanos que rodean al gobierno del PSOE.

Zapatero, para no perder su sonrisa festiva, ha hecho desfilar a sus ministros y a sus ministras o vicepresidentas, improvisando vistosas medidas, dentro de una cuidada escenografía, con llamativo vestuario, como si se tratara de una cabalgata, la principal versión pública de las viejas mascaradas. El presidente se basta a sí mismo, no necesita consejos, no busca consensos, aunque se rodee de músicos y bailarinas, que han coreado las interpretaciones en los medios de comunicación u otros foros de la corte. Buscando todos halagar al patrón. Pero como en toda mascarada, hay enmascarados que no hablan ni cantan y que son cortesanos. Lo que sucede ahora, y sin duda contribuye a una mayor confusión, es que algunos enmascarados han descubierto su cara y han desafiado abiertamente al patrón, cansados de ser amigos del patrón o de que el patrón les haya dejado de tener como amigos, porque se afana en contentar a otros amigos que le halagan más. La reacción de El País (y el grupo Prisa) ante el "decretazo" del gobierno sobre la TDT de pago es elocuente al respecto, como referiré más tarde.

La democracia, los ciudadanos y las instituciones están en boca de todos, pero la política es concebida como un simple juego, haciendo gala de una frivolidad creciente. Bien es cierto que periódicamente se manifiesta bajo el lenguaje de la crispación. Porque es obvio que cuando se desconocen o no se respetan las reglas, jugadores y espectadores se acaban, en efecto, crispando.

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