miércoles, 27 de noviembre de 2013

Política para la esperanza


El desencanto social es consecuencia de una espera sin esperanza, que se vuelve contra las falsas promesas de la política, y por extensión de la democracia. Mientras se apercibe una débil luz al final del túnel económico, la crisis política permanece estancada y amenaza  la recuperación. La hipercrítica al legado de la Transición es fruto de la desilusión de los más  jóvenes, pero incorpora incuestionables elementos de verdad. Si desde los años sesenta pudo presenciarse en España un cierto desarrollo de la sociedad civil, paradójicamente después de 1975 el poder político tendió a reafirmar su control sobre la sociedad. Bajos los imperativos de la pluralidad y la permanencia democráticas, la Transición apostó por un modelo de partidos y sindicatos fuertes, que a día de hoy se han convertido en férreas estructuras de poder, dominadas por sus cúpulas, y son factor principal –además de corrupción– de la actual crisis de representación e inestabilidad políticas. Si algo debemos cambiar, empecemos por ahí.

Lamentablemente los partidos están a otra cosa, mirándose el ombligo, inquietos sus prohombres por cuestiones de liderazgo, buscando alzarse con él o seguir ejerciéndolo cuando ya no se tiene, manifestando un enfermizo apego al propio criterio y modos de hacer y, en último término, un mono de poder que algunos expresidentes no consiguen superar. Los políticos se resisten a proporcionar alguna prueba que introduzca una pizca de futuro en el presente y haga más soportable el ‘todavía-no’. La última Conferencia Política del PSOE ha resultado desconcertante. Su coordinador postulaba volver a la política sensata, recuperar consensos y liderar desde la moderación; pero lo que proclaman sus dirigentes es un giro a la izquierda y mayor radicalismo. Era un foro de ideas, pero en los pasillos se habló del calendario de primarias. La ponencia aprobada ofrece lo que nadie quiere, una reforma federal de la Constitución, pero se queda muy corta en expectativas de más calado para la sociedad como la reforma electoral, abogando únicamente por fórmulas de desbloqueo de las listas.

La crisis de representación política exige respuestas más audaces, con o sin reforma del actual marco constitucional. Es verdad teórica y práctica que la democracia no es el gobierno de los mejores, y que por ello el sistema puede degenerar. Está claro también que el ‘demos’ no asume el poder que formalmente se le atribuye, y que en su nombre se lo reparten unos profesionales de la política cuyos intereses se han alejado progresivamente del servicio a los ciudadanos. La regeneración democrática implica, en consecuencia, un nuevo acercamiento de los representantes a sus representados, fortaleciendo las posibilidades de control de los electores a los elegidos, a través por ejemplo de un sistema de distritos electorales, compatible con el criterio de proporcionalidad vigente, que aproxime los efectos del voto a quienes lo emiten, y garantice que no se diluya la responsabilidad contraída por el político electo. Esto es mucho más efectivo, y peligroso para el poder de los partidos, que la apertura controlada de las listas.

Pero no basta con ese movimiento, que obligaría a los partidos a buscar candidatos conocidos por los ciudadanos. Ni con la exigencia de una mínima  ética social (transparencia, honestidad, responsabilidad). Los partidos tienen que asegurar niveles de formación, competencia y dedicación entre sus políticos, estableciendo las correspondientes reglas internas y estimulando la participación en la política de lo mejor de la sociedad civil. El retorno a la sociedad no se consigue con nuevas ventanillas u oficinas virtuales a la espera de que el ciudadano se acerque a ellas para obtener información por simple curiosidad. Es el político el que ha de realizar el esfuerzo de buscar y dirigirse a la sociedad, no para vender un programa prefabricado de partido, sino para escuchar –a las familias, empresas, universidades, asociaciones voluntarias, no sólo a los movimientos sociales que más gritan– como requisito previo para llegar realmente a comunicar y hacer comunidad. El líder es siempre un buen escuchador capaz de inspirar objetivos comunes con visión de futuro.

Una política para la esperanza exige moderación y realismo, no radicalizaciones y utopismos incapaces de establecer políticas viables y prioridades en circunstancias cambiantes. Requiere igualmente voluntad de regeneración, que haga esa esperanza fiable, manifestada en reformas que abran la posibilidad de una política futura, donde la ejemplaridad deseable del político se corresponda con la necesaria participación del ciudadano, investido de facultades reales para que pueda ser un ciudadano activo y vigilante, ejerciendo al menos –en las condiciones más favorables para él– el escaso poder del voto que le queda cada cuatro años. Si los partidos grandes manifiestan mayores resistencias al cambio, la oportunidad puede ser para los pequeños con libertad de movimiento, como David frente a Goliat, apurando las posibilidades políticas domésticas con imaginación y resolución, y obligando al resto a ensanchar el deseo: la manera más eficaz de transformar la política.

Publicado en Diario de Navarra, 27 de noviembre de 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

Bloqueo político y alternativa


Navarra padece una situación de bloqueo de gobierno derivada de la estrategia de la oposición, que proclama la necesidad de unas elecciones anticipadas que pongan fin al deterioro institucional provocado por la salida abrupta del PSN del gobierno, del que sería única responsable la actual presidenta Barcina. El discurso está algo viciado, como si en Navarra siempre hubiera habido mayorías absolutas y gobiernos de coalición, o nunca hubiese primado la lista mas votada, o como si esta práctica no tuviera su propia lógica democrática, máxime cuando la inoperancia de la oposición se ha hecho evidente a la hora de sacar adelante una moción de censura.

Se repite el estribillo del fin de ciclo político para anunciar el fin del poder de UPN como si del poder blanco en EEUU o de una exigencia histórica se tratara. Vacío de contenido, porque no cabe entender ni el pasado ni el presente de Navarra como un conflicto entre diferentes comunidades étnico-culturales, sino como una comunidad pluricultural y plurilingüística políticamente diferenciada. Los límites de esa estrategia y de ese discurso quedaron de manifiesto en el pasado debate sobre el estado de la comunidad, donde la oposición renunció a sacar adelante cualquier otra resolución que no fuera la petición de elecciones inmediatas.

El PSN acabó retratándose con Bildu, dejó de lado algunos principios (el apoyo a las víctimas de ETA, que salió adelante sólo con los votos de UPN y PPN) y se desentendió de los problemas de los ciudadanos, de los que el parlamento, al menos en ocasiones tan solemnes, debe ser altavoz. La imagen final de los políticos trabajando para sí mismos resultó particularmente penosa, sobre todo para la oposición que había buscado retratar así exclusivamente al gobierno. Más sorprendente ha resultado después la defensa realizada por Patxi López ante Jiménez de los actuales compromisos de los socialistas vascos, que esgrimió Barcina en el debate, y éste desatendió de un modo u otro (la estabilidad del gobierno autonómico, la memoria y relato de las víctimas).

Cuesta aceptar que el parlamento pueda convertirse en un simple instrumento de la anti-política, dispuesto a legislar ‘ad hominem’ y con hostilidad, como ha estado a punto de suceder en el caso Donapea, consiguiendo en cualquier caso paralizar proyectos de futuro, sin verdadero criterio ni coherencia, al margen de cualquier reflexión seria sobre los intereses de la comunidad. Desde luego, episodios así son los que producen deterioro institucional –las instituciones son muy poco sin personas de peso que las hagan funcionar– y sirven también para diferenciar a los políticos oportunistas de los verdaderos hombres (o mujeres) de gobierno. Mientras los primeros únicamente piensan en disfrutar del cargo (o aspiran a tenerlo acaso sólo para lucirlo), los segundos –dentro o fuera de la política– aceptan principios y utilizan los cargos para una obra permanente.

Para descrédito de la política, la inconsistencia se está haciendo demasiado visible. No se puede construir una alternativa política suspendida en el aire, haciendo abstracción de los límites y de las reglas que rigen el propio proyecto de comunidad, definen el marco de las relaciones sociales y generan confianza, también económica. Menos aún en una coyuntura como la actual, de lenta salida de la crisis y de desafío político nacionalista a la integridad del Estado. Dos años después del abandono de la violencia terrorista, y recién producida la anulación de la doctrina Parot, se imponen determinadas exigencias a quienes aspiran a construir una alternativa en Navarra: la demanda de la inmediata disolución de ETA, que no puede reservarse un derecho de tutela sobre la política; el reconocimiento del daño causado y la petición de perdón, sin asimilación posible entre verdugos y víctimas; la defensa, en fin, de la memoria y dignidad de éstas y no de aquellos. Sortu a ETA, Bildu a Sortu, Geroa Bai a Bildu y el PSN a todos con quien pretende gobernar tienen que requerirlo sin ambigüedades.

El partido mayoritario debe reaccionar y abandonar el soliloquio del pacto con el PSN. Debe dejarse de quesitos, cuajadas y boinas, que implican de antemano una renuncia al propio deseo, a romper su propio techo, a la aspiración de liderar una gran mayoría social. Su única alternativa es volver a generar ilusión y esperanza en sus bases y en la sociedad. Debe formular nuevamente una gran ambición, un gran proyecto de libertad, de convivencia, de tolerancia, de modernización, que pasa necesariamente por la regeneración de la política y el impulso de su propio partido. Debe sorprender con su capacidad de atraer el futuro con propuestas valientes e innovadoras, con independencia de lo que hagan o acepten los demás grupos, obligados en cualquier caso a dar razón de sus propios posicionamientos y decisiones. ¿Es realmente la única opción? Bueno, hay otra: la que solicita la oposición y prepararse para morir.

Publicado en Diario de Navarra, 26 de octubre de 2013

viernes, 20 de septiembre de 2013

Metafísica y política


El secretario general del PSN ha mostrado un claro afán de marcar el inicio del curso político navarro combinando entrevistas, declaraciones y resoluciones de partido. Después de haber desafiado durante un tiempo las reglas de la lógica, su discurso fragmentado ofrece ahora un tinte metafísico que conviene analizar. Si cuestionables fueron la autocomprensión de su conducta en el gobierno o de su implicación en el escándalo de las dietas, sus movimientos con históricos de UPN alternativos a Barcina, su respuesta a la moción de censura y su obsesiva solicitud de dimisión de la presidenta, responsable única a sus ojos de la actual crisis institucional y de la podredumbre del sistema, no menos vulnerables a la crítica resultan en este momento –una vez frustrada la vía de judicialización de la política– su nueva apuesta por unas elecciones anticipadas y su propósito declarado de gobernar con Geroa Bai e Izquierda-Ezkerra, dando así respuesta a las demandas de una supuesta nueva “mayoría social de progreso” ya existente.

En verdad esa expresión adquiere en el discurso de Jiménez el carácter de un auténtico ‘trascendental’, puesto que trasciende cualquier ‘ser concreto’, y como tal puede ser convertible en ‘algo’. La cosa física política se articularía por simple exclusión de UPN y Bildu. Desde ese supuesto metafísico se proclama el advenimiento de un “nuevo ciclo en la historia de nuestra comunidad” con palabras graves y vacías, de fácil populismo y tremendismo político cuando se refiere a la necesidad de romper con las “tropelías retrógradas e involucionistas” de la derecha de los últimos días y décadas, que tiene a los navarros “exprimidos, atenazados, paralizados y prisioneros” del sistema forjado por ella. Con la ayuda decisiva del propio Jiménez y del PSN, en todo caso, que tanto ha mirado y contribuido a crear y sostener dicho sistema. Resulta sorprendente que la misma dirección política de un partido pretenda representar una posición y su contraria.

Más que un cambio de rumbo con miras regeneracionistas en la política navarra, lo que parece buscar Jiménez es su personal reinvención, lejos de quererse amortizado. Para que su discurso de las elecciones anticipadas tuviese credibilidad tendría que haber anunciado primero la celebración inmediata de unas primarias en su partido. Ni siquiera se mencionó en el texto de la resolución del último comité regional, a pesar de que se pidiera su inclusión. Jiménez no quiere elecciones inmediatas, pero el giro publicitado evidencia la decisión de dedicar la mitad à peu près que resta de legislatura a este juego, que no aportará nada a la resolución de los problemas de los ciudadanos, continuamente invocados.

Para salvar contradicciones, el discurso político de Jiménez traduce el lenguaje metafísico de los distintos ‘modos de ser’ (‘ser en acto’ y ‘ser en potencia’). Manifiesta su voluntad de ser “artífices del cambio de ciclo” sin que él ni su partido estén realmente en condiciones de afirmar ese liderazgo ni se lo reconozcan aquellos a quienes apela. La vía que pretende abrir depende del ‘ser en potencia’ de otros más que del suyo. En particular de Geroa Bai, a quien se supone gran capacidad de llegar a ser algo que todavía no es, por más que aún no se sepa bien qué es, fuera del PNV y del personalismo de Barkos. Para ser plausible, la vía Jiménez tendría que pasar por que el PSN obtuviese más votos que Geroa Bai y ésta más que Bildu, y eso es mucho adivinar. Con un PSN que prolongara su pérdida de votos y reducido a cuarta fuerza en Navarra difícilmente se puede ser artífice de algo.

Y si los números no dan, y el PSN se aferra al compromiso de Jiménez de no volver a apoyar a UPN, resulta ingenuo afrontar un hipotético gobierno como el apuntado –da igual que lo presida PSN o Geroa Bai– contando con el apoyo de Bildu para luego pretender ningunearlo pensando que no podrá alinearse con UPN contra el nuevo gobierno. ¿Es esa la garantía de un nuevo ciclo “sostenible, estable, que perdure en el tiempo y que realmente abra un horizonte distinto para nuestros ciudadanos”, como dice Jiménez? Y si apuesta por “las ideologías de verdad”, ¿qué coherencia ideológica cabe esperar del experimento?, ¿hasta donde llega el compromiso con el nacionalismo para la anunciada “reconstrucción de Navarra”? ¿Hay unanimidad respecto a todo esto en el PSN, como confusamente se ha dado a entender?

La vía metafísica de Jiménez es muy incierta. Pero aunque fuera cierta corre un evidente peligro. El PSN aspira a ser ‘sustancia’ de la política navarra y puede quedarse en puro ‘accidente’. El problema de Navarra no es la supervivencia de sus actuales políticos, ni siquiera la alternancia, que llegará, sino el cambio real, la regeneración política del sistema, trascendental donde los haya, que está por ver dónde y cómo precipita o quien sea su artífice.

Publicado en Diario de Navarra, 20 septiembre 2013

miércoles, 21 de agosto de 2013

Regeneración política


En España, el mes de agosto es el tiempo de vacaciones por excelencia, que nos permite entrar en un ritmo lento y que pone en evidencia las falacias del tiempo trepidante, el de la política en particular, de por sí acelerado, mucho más que los ritmos económico y social. Los medios de comunicación contribuyen poderosamente a esa sensación y realidad. El ritmo de la política puede llegar a ser frenético, por más que su capacidad de operar el cambio sea mucho más limitada de lo que suele suponerse. Se puede llegar a enloquecer viviendo en el mundo creado por el discurso de los políticos y sus altavoces mediáticos, mucho más si éstos aspiran incluso a dirigir a aquellos, y por ende a organizar nuestras vidas.

En la quietud de la montaña o el mar, inmersos en un tiempo casi inmóvil, se ajusta la verdadera escala de lo real. Poco importa realmente la suerte política de unos pocos, se llamen Blanco, Barcina o Rajoy, por mucha prisa que tengan o hayan tenido algunos en sentenciarlos. Las voces de quienes se afanan en multiplicar los escándalos políticos, con el simple objetivo de destruir o deshacerse del adversario, no penetran en las profundidades de los valles y se disipan fácilmente con la suave brisa marina. La política se hace mucho más inconsistente y efímera cuando el ritmo que se le confiere atiende únicamente a 1) intereses partidistas y de supervivencia del líder en el gobierno o la oposición, 2) pretende enmascarar los problemas realmente preocupantes, o 3) busca impedir la aplicación de las medidas que se precisan para solucionarlos.

De forma paradójica, el run-run de los políticos de guardia y las serpientes de verano de los medios (no es el caso del drama de Egipto), buscando incrementar las ventas entre la gente ociosa y mentalmente perezosa, ha de ser soportado fundamentalmente por quienes no tienen posibilidad de evadirse en vacaciones, los mas sacudidos por la crisis, y que en su desesperación son el pasto fácil para una mayor enervación social. En la distancia veraniega –bajo el embrujo de la majestuosidad de la montaña o la sensualidad del mar– la imagen de los políticos resulta, no ya poco atrayente, sino insoportable y esa pesadilla que provocan debe hacer reaccionar a todos.

Lejos de los políticos se hace más nítido su curioso empeño en alejarse de los ciudadanos, preocupados aquellos únicamente por responder al grito de la sangre que les calienta y enzarza entre ellos, y reduce el debate público a pomposas vociferaciones de embaucadores y traficantes que acaban tomando el aguante de la sociedad por disfraz de sus viejas codicias o nuevas ambiciones personales. Cuando el trabajo de los jueces, que tiene sus propias reglas, no responde a las expectativas creadas (como ha sucedido con las recientes resoluciones del Supremo), los parlamentos se preparan para novísimos juicios políticos (al margen de las reglas de una moción de censura). Prima el afán de cortar cabezas, a la vieja usanza jacobina, que tan escasamente ha beneficiado a la cultura democrática, en lugar de concentrar los esfuerzos en ir al fondo de los problemas.

Es urgente discutir y convenir los cambios necesarios que remuevan la base de los desmanes por todos cometidos. ¿Estamos realmente dispuestos a promover una nueva ley de partidos que limite su financiación a las subvenciones de un Estado en proceso de quiebra o a las aportaciones de sus militantes en manifiesta deserción? ¿Estamos convencidos de las bondades de las primarias o de las listas abiertas, mas allá de la demagogia de discursos y prácticas recientes instaladas en el ‘sí, pero no’? ¿Sabemos lo que queremos, o no lo queremos realmente? ¿A quién hay que desenmascarar primero en este baile de la confusión general? Porque todos portan máscaras.

Los cambios legislativos no transforman inmediatamente la realidad, son una palanca necesaria pero no suficiente. Tampoco tiene sentido, donde no existen mayorías, instrumentalizar el parlamento contra el gobierno aprobando leyes que no van a ninguna parte (y frustran, sin embargo, las esperanzas de los más perjudicados), tan sólo para enseñar una musculatura de espejo, que por mágico que se quiera, no hace sino más patética la imagen reflejada.

Es deseable a la vuelta de vacaciones un cambio de ritmo que propicie una verdadera regeneración política. Resulta ingenuo creer, como se sugiere, que ésta pueda consistir sólo o primariamente en un cambio de personas. Ha de implicar un cambio de discursos, de actitudes y de comportamientos, con hechos concretos y verificables. Ha de surgir desde dentro de la política, de los partidos y de los políticos. Ha de ser receptiva a las voces de fuera, sabiendo escuchar a la sociedad a la que se debe e interpretando con criterio las actuales y contrapuestas demandas sociales. Ha de ser receptiva a los ‘otros’, aprendiendo a compartir (también las responsabilidades). Y ha de afectar a todos.

Publicado en Diario de Navarra, 21 de agosto de 2013

viernes, 21 de junio de 2013

Judicialización de la política


En tiempos de crisis la fauna política se manifiesta en todo su esplendor, y es más fácil identificar a algunas especies que pasan más desapercibidas en otros entornos, como sucede con los narcisos, pusilánimes y roedores. Estos tipos particulares son señalados por otros o sobresalen por méritos propios cuando la crisis se torna sistémica y se entra en un proceso de judicialización de la política, en que el instinto de supervivencia de unos conduce a la criminalización de otros o pretende beneficiarse de ella, impidiéndose así un verdadero movimiento de regeneración democrática.

La veda judicial abierta contra banqueros y políticos ha despertado al bestiario español. Los narcisos se revuelven contra todo lo que pueda empañar su imagen autocomplaciente tan trabajosamente labrada para la historia. Es el caso del expresidente Aznar que para no quedar equiparado por la Gürtel al Felipe González de Filesa, arremete como distracción contra la política actual de Rajoy, a quien acusa públicamente de pusilánime, amenazando con volver, para regocijo del sector más roedor del PP, mientras Rajoy –con la aparente tranquilidad de que la investigación judicial le dejará incólume a él y a su gobierno– se dedica en la intimidad a muñir acuerdos más amplios y su gestión comienza a dar los primeros frutos contra la crisis.

Es necesario perseguir el delito, pero es discutible que los partidos acudan a los tribunales para dirimir litigios políticos. Asimismo, la ejemplaridad de las asociaciones ciudadanas debe medirse por la elevación del nivel de participación y de exigencia de civilidad en el espacio público, y no tanto por el número de veces que ejerzan como acusación particular. La judicialización de la política genera actitudes defensivas en las élites partidistas, a la postre perjudiciales para la transformación de los elementos perniciosos del sistema que generan rechazo en la ciudadanía.

El problema de la judicialización de la política no cuestiona la independencia de los magistrados –necesaria porque la justicia no es una ciencia exacta ni ningún juez o jueza tiene el don de la infabilidad–, sino los efectos perturbadores de la utilización de los procesos judiciales como baza política para conseguir lo que no se es capaz de alcanzar por las vías ordinarias de la política. Esa judicialización impide el cambio real y profundo de la política desde dentro porque asienta la idea de que sólo debe reformarse lo que resulte afectado judicialmente, sin tocar el resto, aunque pueda repugnar desde otros considerandos. Se confunden los parámetros de evaluación y control (judicial, social, político, moral) y se impide entonces la verdadera regeneración.

A efectos de escándalo social, y por tanto de lo política y moralmente reprobable, tanto monta, monta tanto en Navarra las triples dietas de la Permanente como de la JEF dentro de la CAN. En la política navarra –a derecha e izquierda, y entre las filas nacionalistas– no faltan pequeños complejos narcisistas ni grandes voluntades roedoras que coinciden en su pretensión de alterar los roles o los tiempos políticos. A la presidenta del gobierno se le podrá acusar de todo, como de hecho se hace, pero no de espíritu pusilánime. Existe una duda razonable de que las presiones y resistencias habidas y existentes dentro y fuera de su partido contra Barcina, esconden el deseo de que nada cambie. La contrapropuesta socialista respecto a la nueva Fundación CAN o la reacción ante el nuevo escándalo de las dietas del Ayuntamiento de Pamplona son sólo una pequeña muestra.

La regeneración de la política no puede confiarse a los tribunales ni tampoco realizarse al margen de los políticos, por comprensible que sea el hartazgo social que producen. El político tiene una peculiar capacidad de reinventarse a sí mismo. Más que una renovación de líderes, lo que se precisan hoy son líderes renovadores capaces de enfrentarse en primer lugar a los propios demonios internos de los partidos, de actualizar los discursos y de preparar una nueva generación de dirigentes. Algunos han dado muestras recientemente de querer hacerlo, y todos los demás partidos deberían impulsar ese cambio con independencia de las suertes judiciales.

La judicialización de la política –la expectativa de conseguir por ese medio un beneficio político inmediato– favorece la contraposición de simples liderazgos frente a la coherencia interna de las ideas o las prácticas, y estimula finalmente la política roedora: el aguijoneo gratuito, las intrigas, los agitadores de ánimo, las males artes, las traiciones vergonzosas. Es un obstáculo para impulsar reformas y llegar a construir acuerdos, que es lo que más se precisa en estos momentos. No es mala cosa que el caso de las dietas de la CAN vaya al Supremo y se aleje así un poco del ruedo político y mediático navarro. Demos a los tribunales de justicia lo que es de la justicia, y a la política lo que es de la política.

Publicado en Diario de Navarra, 21 de junio de 2013

jueves, 16 de mayo de 2013

Incongruencias e hipocresía



En su Carta a los revolucionarios bien pensantes, André Pietre sentenció: “La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Si hablamos de política y de España, el vicio está de lo más extendido. No se trata de un juicio moral, sino de casi una evidencia, a la vista de tantas incongruencias con las que nos obsequian y castigan nuestros políticos en tiempos de incertidumbre. Si no pueden ofrecer seguridades a los interrogantes y dificultades cada vez mayores que plantea la crisis, los ciudadanos tenemos al menos el derecho de exigirles que hagan un esfuerzo por transmitir una mínima sensación de coherencia y veracidad en lo que dicen y hacen. Pero ahí es donde falla la auténtica virtud.

Los ejemplos abundan. La señora Aguirre continúa haciendo oposición a su partido y ha dejado claro que se fue de la primera línea política para no quedar abrasada con las medidas anticrisis y estar así en condiciones de regresar, si la salud lo permite, a los más altos destinos del servicio a la nación. Por eso no tiene hoy empacho en declarar que existe una ‘alternativa’ a la política de Rajoy, la bajada de los impuestos y más recortes en las administraciones públicas, que es justamente lo contrario de lo que hizo ella antes de abandonar la presidencia de la comunidad de Madrid, aumentar la presión fiscal y los precios públicos.

En Barcelona la política no es más congruente. En el PSC se hacen cruces para saber cómo acertar la próxima vez. El afán de los socialistas catalanes por no quedar descolocados, en pleno movimiento impostado de secesionismo, les hace no saber estar, o estando pretender no ocupar lugar, como ha sucedido recientemente a propósito de la reunión del llamado Consejo de Transición Nacional, tras la cual Pere Navarro manifestó que se sentía decepcionado porque había comprobado que su objeto era la independencia. Resulta igualmente hipócrita que el portavoz del gobierno catalán se manifieste seriamente preocupado por la salud de la democracia española al comprobar que el TC se propone velar por el cumplimiento de la Constitución.

Navarra no desentona, por demás, en este panorama. Tan preocupados estaban algunos partidos con limitar el escándalo de las dietas a las de la Permanente de la CAN –tan preocupados y tan relajados con que la Justicia parezca internarse sólo por esa senda– que se olvidaron de la lógica de los argumentos utilizados, y de que dietas opacas e incontroladas, haberlas haylas en demasiados sitios, afectando a todos los partidos. La reacción, por tiempos, a la difusión pública de los indicios de claros abusos e irregularidades cometidas en el reparto de las dietas del Ayuntamiento de Pamplona, conduce a considerar, en efecto, que sólo quien esté libre de pecado puede tirar la primera piedra. A la incongruencia e hipocresía de los comportamientos, se une la de las declaraciones, que los testigos citados a propósito de la CAN han venido a dejar constancia ante la juez.

La incongruencia e hipocresía de los políticos resta fuerza interior a la comunidad y a sus organizaciones, e impide a las distintas partes alinearse desde la pluralidad hacia un mismo objetivo, lo que resulta imprescindible en tiempos de crisis. Únicamente desde la congruencia se puede afirmar el liderazgo. El desenlace de la reunión de UPN y PSN solicitada por Barcina, no por esperado ha dejado de ser sorprendente. El PSN ha oficializado el final de una relación preferente con los regionalistas. Pero resulta ilógico que se responsabilice sólo a Barcina de la quiebra de la estabilidad del gobierno y de la consiguiente crisis institucional, que se sugiera asimismo su inmediato restablecimiento si la presidenta dimite y, al mismo tiempo, se afirme la decidida disposición del PSN a construir una mayoría social y política alternativa basada en un dialogo ‘sin exclusiones’ (pero sin UPN).

El PSN, sin necesidad de nuevas elecciones, parece pretender gobernar desde el parlamento. O al menos desde la Mesa de Empleo que preside, a la que instó a Barcina a que remitiera sus propuestas, sin entrar a discutirlas en la reunión. Como si estuviera en su mano bloquear cualquier acción de gobierno. La incongruencia del PSN, o de su líder, se ha puesto de nuevo de manifiesto cuando se ha apresurado a descalificar la propuesta del gobierno de reparto de empleo público en la administración foral, tildando la iniciativa de “muy de derechas” y “muy de Merkel”, alineándose con Bildu y Lab, cuando otras fuerzas ‘progresistas’ –las que se supone pretende liderar– como Izquierda-Ezquerra y NaBai, o la propia UGT, se han mostrado favorables a ella o dispuestos a considerarla. Los ciudadanos se merecen que la autoridad pública y quienes aspiran legítimamente a serlo en un futuro, se tomen en serio sus problemas y necesidades. Basta ya de incongruencias e hipocresía.

Publicado en Diario de Navarra, 16 de mayo de 2013

sábado, 20 de abril de 2013

Rito de paso sin sentido



Van Gennep definió los ‘rites de passage’ como aquellos ritos que acompañan a cualquier tipo de cambio de lugar, de posición social, de estado o de edad. El sujeto del rito tanto si es individual como corporativo experimenta tras el rito de paso un cambio cuasi ontológico, se manifiesta con un saber adquirido -de efecto terapéutico- que fortalece a la propia comunidad. Esta reflexión procedente de la antropología cultural es aplicable a la cultura política. Una moción de censura –su mismo ceremonial– puede ser entendida como un rito de paso. Aun abocada de antemano al fracaso habría tenido al menos ese sentido: la definición de un espacio liminar entre lo uno y lo otro que pudiera hacer surgir y anclar lo nuevo.

La fallida moción de censura contra la presidenta Barcina se había justificado desde el campo nacionalista como una ‘moción para la transición’ que permitiera asentar las bases de confianza, coincidencia y cohesión de una alternativa social y política creíble para la sociedad navarra. La misma elección y disponibilidad del candidato (un independiente de NaBai, con buena formación) apuntaba en esa dirección, a señalar un común denominador que pudiera unir a la oposición como alternativa de gobierno. No ha sido así. Los silencios de Longás sobre Navarra como sujeto o comunidad diferenciada se han tornado más relevantes que sus pronunciamientos acerca de las ‘medidas transitorias’ a tomar. El referente comunitario –la comunidad a cuyo crecimiento, transformación y reformulación de viejos principios se pretende contribuir– es esencial y da sentido a cualquier rito de paso.

De la suma de noes no se deriva habitualmente nada positivo. La moción de censura es un examen al candidato. El cambio de gobierno al que se apela para salir de la crisis, paradójicamente no mira hacia delante sino hacia atrás, a una simple revisión de las pasadas actuaciones de UPN, sin presentar un verdadero programa alternativo. La ‘urgencia’ de buena parte de las medidas apuntadas  (aborto, caso Donapea, comida del Complejo Hospitalario, licencias de radio a Euskalerria Irratia…) no conecta con las preocupaciones reales ciudadanas, por presentes que hayan podido estar en el debate público, y respecto a las propuestas que tienen acogida en los sectores más castigados por la crisis, se omiten las explicaciones que pudieran hacerlas viables, pues a estas alturas no se entiende cómo se puede aumentar el gasto social sin comprometer un déficit no permitido y no financiable. De alguien entendido en la materia, como el candidato, se esperaba algo más.

Los silencios de los defensores de la moción son ilustrativos no ya de la inconsistencia de la alternativa, sino de la inexistencia de una auténtica base material donde sustentarla: el común denominador más que mínimo, se ha manifestado etéreo y parece estar referido a Navarra más en lo anecdótico que en lo esencial. El candidato independiente se reveló prisionero en su silencio de un programa oculto, el que representa EH-Bildu, y que viene al mismo tiempo a mostrar la debilidad actual dentro del discurso nacionalista de Geroa Bai, cuya imagen ha quedado muy diluida apoyando la moción de censura. La pretendida invisibilidad de EH-Bildu en un hipotético ‘estado de transición’ se explica dentro de la misma comprensión nacionalista de ese tránsito como un proceso de transformación que conduciría a Navarra al sustancial cambio de estatus deseado.

Ciertamente, la doble negación de Roberto Jiménez a Barcina y EH-Bildu es una afirmación, la suya propia. El líder del PSN debería recordar que en democracia se  tiene autoridad porque se asume una responsabilidad. Y si no se quiere asumir, se pierde esa autoridad o la capacidad de liderazgo y debe abandonarse la primera línea. En lugar de obsesionarse con solicitar la dimisión de Barcina para que los derrotados del congreso de UPN accedan al gobierno foral por la puerta de atrás para abrirle luego a él la de delante, podía considerar también lo contrario: su propia dimisión para dar paso a otros dispuestos a ejercer la responsabilidad que tiene el PSN. Pretender convertirse ahora en domador de leones, sería una muestra más de política espectáculo que tampoco aportaría nada a la solución de la crisis y de los problemas reales.

Cada vez resulta más preocupante la debilidad y escasa calidad del debate público, indisociable de la permanente tentación de instrumentalizar el parlamento para fines exclusivamente particulares, partidistas o ideológicos, anulando en lugar de potenciando la madurez o la reflexividad que se supone y es reconocida en muchos casos entre sus miembros. Es peligrosa la sensación de que el trabajo de los políticos es una continua pérdida tiempo, dentro y fuera del parlamento. El rito de paso del candidato Longás ha resultado vacío de sentido, aunque clarificador a la postre del momento ‘dramático’ que vive la política navarra, expuesta todavía a que el actor judicial irrumpa de nuevo en escena dando un giro inesperado al argumento.

Publicado en Diario de Navarra, 20 de abril de 2013

miércoles, 20 de marzo de 2013

Ángeles caídos


Por si no había suficiente, el revuelo organizado en torno al IX Congreso de UPN ha hecho del paraíso foral, no la capital del reino infernal –Pandemónium– inmortalizada en el poema épico de John Milton, pero sí un lugar de mucho ruido y confusión, donde no es fácil distinguir a ángeles y demonios, de tan excesivamente humanos que resultan nuestros políticos. El manejo del escándalo de las dietas de CAN revela mucho fariseísmo por parte de quienes han pretendido y pretenden focalizarlo en la presidenta Barcina, como si no implicara a otros dirigentes de UPN y del PSN. Esa actitud, burdamente manifestada por el conjunto de la oposición, deseosa de cobrarse la pieza mayor dentro de UPN, no devuelve precisamente la confianza de los ciudadanos en la clase política. Todos los que no lo han hecho, están aún a tiempo de devolver las dietas. Es lo mínimo.

La victoria de Barcina en el congreso de UPN, evidenciando coraje político y capacidad de aguante, ha sorprendido dentro y más todavía fuera de su partido. Habló con bastante claridad en los días previos a la cita, no así su contrincante apadrinado por el ex presidente Sanz, el auténtico perdedor del envite que paradójicamente estará en los órganos directivos del partido, merced a su actual estructura y reglamentación. El desafío interno a Barcina, figurando a la cabeza de un gobierno en minoría, sólo cabía entenderse desde el propósito inconfesable de forzar con su eventual derrota su dimisión y relevo en el ejecutivo foral para reeditar desde el nuevo liderazgo del partido un gobierno de coalición con el PSN, donde volviera a figurar –a modo de desagravio público– su secretario general.

Las primeras declaraciones del PSN tras la reelección de Barcina al frente de UPN, rechazando el acercamiento ofrecido por ella e insistiendo en su dimisión, parecen avalar la autoconciencia de los socialistas navarros como ángeles caídos, condenados y expulsados en su día del gobierno, como si del paraíso se tratara, por una endiosada presidenta que selló de esa manera un camino sin retorno. Esa lógica es la que habrían de alguna manera validado Sanz y Catalán, con la pretendida operación de reconstrucción de la ciudad, en términos no muy distintos a los contenidos en el poema de Milton. Ahí Mammon es el ángel guardián del paraíso que, prendado de las riquezas celestiales, emplea su poder de sugestión a favor de los ángeles caídos para luchar contra los ejércitos de Dios.

Frustrados los intentos de relevo de Barcina en el partido, la generosidad y el esfuerzo por suturar heridas corresponde a todos en UPN, pero la dimensión de la fractura no resta legitimidad a los nuevos órganos elegidos democráticamente ni impulso al compromiso de renovación. Por su parte, el PSN no puede permanecer anclado en una posición imposible, pretendiendo hacerse invisible cuando todos le solicitan, como si fueran espíritus puros. Seguramente la opción Catalán le habría facilitado las cosas, pero no se puede pedir la dimisión de los demás, renunciar a presentar o apoyar una moción de censura y no pronunciarse sobre un adelanto electoral, solicitado por los nacionalistas, que sabe que no le conviene.

Es la hora de Barcina pero también del PSN, de que afronte sus propios problemas y decisiones, sin esperar que otros se los resuelvan o decidan por él. La alternativa es clara. Si no puede abordar una moción de censura ‘constructiva’, no debería prestarse a una política ‘destructiva’, a la que se ha entregado toda la oposición nacionalista, incluida la que se creía más moderada y de vocación transversal, cargando de razón a quienes sólo ven los demonios del nacionalismo. El PSN tiene una nueva oportunidad ante la ciudadanía para anular la sensación reciente de que ha sido mayor su preocupación por optar al reparto de cargos que por desarrollar una posición decorosa y coherente en el gobierno o la oposición. Puede librarse del complejo de ángeles caídos y alimentar la idea, como era el propósito del poema de Milton, de que tras el ‘paraíso perdido’ hay esperanza de futuro.

Comparar a Barcina con Berlusconi, como se ha hecho desde un medio nacionalista, es una indecencia. Barcina ha participado de los mismos errores que otros, pero presenta igualmente en su haber voluntad de cambio y aciertos contrastados en su gestión de gobierno. La política navarra requiere, más que en otros lugares, grandes dosis de entendimiento. La actual situación de crisis lo demanda aún más y la ciudadanía corriente lo reclama con hartazgo. Traducir incapacidad sería un fracaso de todos.  El eventual adelanto de las elecciones no podría ser en cualquier caso inmediato. Sería preciso antes una general renovación de los dirigentes políticos de todos los partidos que quieran concurrir a ellas, y eso lleva un tiempo. Más provechoso, sin duda, que la simple política estéril o destructiva. Es hora de ahuyentar todos los demonios.


Publicado en Diario de Navarra, 20 de marzo de 2013

miércoles, 20 de febrero de 2013

Pensar hace sufrir


Uno de los capítulos de la novela ‘Rojo y Negro’ de Stendhal lleva por título ‘Pensar hace sufrir’ y se abre con el siguiente epígrafe de Barnave: “Lo grotesco de los acontecimientos diarios oculta la verdadera desgracia de las pasiones”, algo que éste último padeció hasta el extremo, pues siendo uno de los primeros defensores de la Constitución y figurando entre los fundadores del club de los jacobinos fue víctima de la guillotina en 1793. Pero no siempre el esperpento en que puede convertirse el drama político acaba teniendo un final tan trágico.

La reducción de la política a pura ‘performance’, a la que nos arrastran buena parte de los políticos y medios de comunicación, comporta claros inconvenientes teóricos y prácticos. La comprensión de la democracia como espacio público no puede limitarse a su dimensión de escenario público, como tampoco las reglas democráticas son las teatrales. La política performativa, al igual que la representación teatral, no está afectada por las categorías de verdad o falsedad sino por las condiciones de éxito o fracaso de su puesta en escena, lo cual deja un espacio a la crítica, aunque pensar haga sufrir.

El caso de los papeles de Bárcenas es un buen ejemplo de ello. Toda ‘performance’ pretende crear una conexión emocional de la audiencia con el actor y el texto para hacer posible la transmisión de un determinado significado. Hace sufrir pensar que la extensión de la corrupción en su forma más grotesca (sobres llenos de dinero en B) afecte, para colmo de males, hasta la cabeza del gobierno y la cúpula del partido que está exigiendo enormes sacrificios a la sociedad. Indudablemente es para indignarse, y para exigir inmediatas responsabilidades políticas, si ello fuera cierto.

Si ello fuera cierto, no simplemente verosímil. La santa indignación ciudadana ante la clase política no hace verdadera cualquier sospecha de corrupción, ni ciertas las especulaciones que puedan hacerse sobre determinadas informaciones. Una cuenta multimillonaria en Suiza en manos del último tesorero del partido, vinculado a la trama Gürtel y fatalmente nombrado por el actual presidente es sin duda un escándalo, por más que no milite ya en la formación. Pero ello no presupone necesariamente la financiación irregular de ese partido ni la corrupción de todos sus dirigentes desde los orígenes a la actualidad, como se ha querido hacer creer, sabiendo su efecto demoledor.

La política posmoderna puede prescindir de la materialidad de la prueba, no así el estado de derecho. Sorprende que un periódico reputado decida publicar unos papeles que no tienen categoría siquiera de documento por no ser originales, y que descalifique de “brigadilla de opinantes” a quienes lo critican por ello. Sorprende igualmente la celeridad con que el jefe de la oposición ha entendido y extendido el significado de esos papeles, solicitando vehementemente la cabeza del presidente del gobierno de España. En nombre de la ciudadanía activa y virtuosa, bandera de la vieja y nueva moral jacobina, se han cometido y se cometen auténticas infamias y tropelías, incompatibles con las  formalidades y reglas democráticas.

Alcanzar la verosimilitud no es nunca algo automático, es siempre un logro performativo. La contra-representación del PP es igualmente vulnerable a la crítica, pues la situación creada exige algo más que negarlo todo y calificarlo de montaje. El recelo de la opinión ante los políticos convierte el caso en un auténtico drama moral. Más que nunca las audiencias ciudadanas desearían arrebatarles la máscara y poder acceder a lo más íntimo de su interior, a la auténtica identidad individual de los actores, a la verdad y moral oculta de sus acciones. Sentimiento que se va haciendo más acuciante según se conoce el desarrollo de la trama, y crece la posibilidad de que el drama acabe en sainete.

Junto al personaje principal Bárcenas, el reparto principal de actores lo forman un ex diputado popular y un ex juez político, en una relación triangular, a quienes se une una lideresa insatisfecha y semi-dimisionaria que comparte con ellos el despecho hacia el PP de Rajoy. Hace sufrir pensar que un cúmulo de ambiciones y frustraciones personales pueda bastar para desestabilizar a un país. O que las bajas pasiones políticas pudieran, no ya nublar el juicio, sino encender el deseo de explotar el descontento social, y la indignación moral de la ciudadanía, contra un único partido, a modo de chivo expiatorio, destruyendo su crédito, como si eso hiciera buenos otros liderazgos o a otros partidos, sin mayor necesidad de cambio.

Una cosa es la dificultad de resolver el problema de autenticidad de los actores que contiene todo drama moral, y otra la aceptación crédula de representaciones políticas que esconden una bajeza moral, por mucha que sea la habilidad de los actores para presentarla a la audiencia como verdadera. “Lo grotesco de los acontecimientos diarios oculta la verdadera desgracia de las pasiones”, escribió Barnave, citado por Stendhal. Ay, pensar hace sufrir.

Publicado en Diario de Navarra, 20 de febrero de 2013

jueves, 24 de enero de 2013

Virtudes cívicas

El cambio de año es momento de balance y de buenos propósitos, por poco que duren. También en política donde lo importante es conocer el rumbo y mantenerlo, como sucede con el gobernaculum de un barco. A tenor de los mensajes solemnes de nuestras autoridades públicas, hundirnos no nos hundimos todavía, pero esa gota de optimismo, muy de agradecer frente a los agoreros de la desgracia, no infunde la confianza y la tranquilidad necesarias.

Para combatir el desánimo colectivo no basta con repetir que la democracia es preferible a cualquier otro tipo de gobierno, ni recordar que la democracia no es el gobierno de los mejores, cuando –según una reciente encuesta– el 95% de los españoles está convencido de que la corrupción política está muy extendida en el país. La regeneración democrática no puede quedarse en retórica que acompaña a cualquier relevo de gobierno, porque el discurso aunque la disimule no transforma ni sana mágicamente la realidad.

Hace 100 años, en plena Restauración, el caciquismo a costa de alimentar un variopinto bestiario político vino a asegurar el funcionamiento del sistema ante las dificultades de la democracia para afirmarse como alternativa en un período de fuertes transformaciones sociales. Hoy, treinta años después del logro de la Transición, la vieja política lejos de haber desaparecido convive con normalidad con la democracia. La actualidad del caciquismo ha saltado en Madrid y Valencia, en Andalucía y Galicia… Cataluña no es una excepción. 

La particularidad catalana es que, coincidiendo con el desafío independentista de Mas, el presunto cortafuegos está contaminado también. Mientras unos aducen la razón de estado para salvar al político inteligente (Duran), otros claman contra una policía incontrolada a la que no se reconoce otro móvil que destrozar a una familia honorable (los Pujol) y a sus amigos políticos. Si el funcionamiento de nuestra democracia tolera con tanta indulgencia el caciquismo y la corrupción, alguna carencia grave tenemos. De conservar las prácticas tradicionales, además de pactos y trapicheos que satisfagan a los presuntos culpables, podrían éstos aceptar para contento del pueblo algún ritual de purificación. 

El estallido del caso Bárcenas, ex tesorero del PP relacionado con la trama Gürtel, a quien se le ha descubierto una cuenta multimillonaria en Suiza, ha terminado de enfangar la política española. No sólo la política, también los medios están en entredicho, especulando con informaciones no contrastadas,  pero de efecto demoledor, aunque algunas no parezcan resistir siquiera la prueba del sentido común. De la corrupción no puede salir ningún beneficiado, aunque no ha faltado quien lo pretenda, situándose de nuevo como posible alternativa 'a lo que sea' dentro de su partido, por mucho que hubiese anunciado su retirada y no pueda considerarse persona ajena al desarrollo de la trama Gürtel en los aledaños más próximos al poder que desempeñaba.

Cuesta hablar de virtudes cívicas. Los clásicos invocaban las virtudes de la amistad y de la piedad -el cuidado de la libertad de un otro relativamente cercano o lejano- no para proteger al político, sino a la comunidad. La fortaleza (firmeza de ánimo en las dificultades), la justicia (saber dar a cada uno lo que le corresponde), la prudencia (capacidad de juicio, decisión y comunicación correctos) y la templanza (equilibrio en la evaluación de las necesidades y moderación en el uso y disfrute de los bienes materiales) son también virtudes cardinales de la política requeridas en el día a día de la gestión de la res pública. Tampoco están de más la veracidad, la generosidad, el altruismo o la solidaridad para el ejercicio del gobierno o la oposición, por no hablar del buen porte y cuidado personal como virtudes políticas saludables.

El problema es que nuestra democracia se ha hecho excesivamente doméstica. De los políticos en camisa hemos pasado a los políticos en camiseta y zapatillas, y con las vergüenzas al aire. A la monarquía le sucede más de lo mismo. Apela a la gran política en el espacio público, pero en el privado S.M. acoge al yerno pródigo entre cuyos trapos sucios sale a relucir ahora la amiga del rey. Así es difícil que las nuevas generaciones puedan apreciar el valor de la monarquía. El viejo espíritu monárquico llegó a entender bien que los reyes no son una familia ‘divina’ ni ‘particular’, sino una familia ‘pública’, y que los errores del trono no sólo perjudican a éste sino a la nación entera, como escribió Chateaubriand. Sean o no todos los componentes de la realeza responsables e iguales ante la ley, que está por ver, de todos se espera -si no genio y talento- al menos dignidad y virtud.

La virtud no tiene precio, pero su ausencia o menoscabo aumenta la volatibilidad del valor de las instituciones, como se ha comprobado en Navarra a propósito de Caja Navarra y su transformación (por paradoja) en Banca Cívica, antes de desaparecer como entidad financiera, donde la depreciación de su capital ha ido en paralelo –para perplejidad y enfado de la ciudadanía– al incremento de las retribuciones de sus directivos y miembros de sus variadas juntas, comisiones y consejos, en aumento también como los antiguos cortesanos.

La falta de transparencia y los apaños entre el poder económico y los políticos, con el amparo de los demagogos, que conduce como tentación permanente a la formación de triarquías oligárquicas, hace ver los peligros de degeneración de la democracia en una sociedad de corte, de los que ha hablado abundantemente Víctor Pérez-Díaz, y que explican el malestar democrático como consecuencia última de la miseria de virtudes cívicas.


Publicado en Diario de Navarra, 26 de enero de 2013
(a excepción del párrafo referido al caso Bárcenas, cuya cuenta multimillonaria en Suiza no había trascendido a la opinión pública cuando el artículo fue enviado al periódico)