Uno de los capítulos de la novela
‘Rojo y Negro’ de Stendhal lleva por título ‘Pensar hace sufrir’ y se abre con
el siguiente epígrafe de Barnave: “Lo grotesco de los acontecimientos diarios
oculta la verdadera desgracia de las pasiones”, algo que éste último padeció
hasta el extremo, pues siendo uno de los primeros defensores de la Constitución
y figurando entre los fundadores del club de los jacobinos fue víctima de la
guillotina en 1793. Pero no siempre el esperpento en que puede convertirse el
drama político acaba teniendo un final tan trágico.
La reducción de la política a
pura ‘performance’, a la que nos arrastran buena parte de los políticos y
medios de comunicación, comporta claros inconvenientes teóricos y prácticos. La
comprensión de la democracia como espacio público no puede limitarse a su
dimensión de escenario público, como tampoco las reglas democráticas son las
teatrales. La política performativa, al igual que la representación teatral, no está afectada por las
categorías de verdad o falsedad sino por las condiciones de éxito o fracaso de
su puesta en escena, lo cual deja un espacio a la crítica, aunque pensar haga sufrir.
El caso de los papeles de Bárcenas es un buen
ejemplo de ello. Toda ‘performance’ pretende crear una conexión emocional de la
audiencia con el actor y el texto para hacer posible la transmisión de un
determinado significado. Hace sufrir pensar que la extensión de la corrupción
en su forma más grotesca (sobres llenos de dinero en B) afecte, para colmo de males,
hasta la cabeza del gobierno y la cúpula del partido que está exigiendo enormes
sacrificios a la sociedad. Indudablemente es para indignarse, y para exigir
inmediatas responsabilidades políticas, si ello fuera cierto.
Si ello fuera cierto, no simplemente
verosímil. La santa indignación ciudadana ante la clase política no hace
verdadera cualquier sospecha de corrupción, ni ciertas las especulaciones que
puedan hacerse sobre determinadas informaciones. Una cuenta multimillonaria en
Suiza en manos del último tesorero del partido, vinculado a la trama Gürtel y
fatalmente nombrado por el actual presidente es sin duda un escándalo, por más
que no milite ya en la formación. Pero ello no presupone necesariamente la
financiación irregular de ese partido ni la corrupción de todos sus dirigentes
desde los orígenes a la actualidad, como se ha querido hacer creer, sabiendo su
efecto demoledor.
La política posmoderna puede prescindir de la
materialidad de la prueba, no así el estado de derecho. Sorprende que un periódico
reputado decida publicar unos papeles que no tienen categoría siquiera de
documento por no ser originales, y que descalifique de “brigadilla de opinantes”
a quienes lo critican por ello. Sorprende igualmente la celeridad con que el
jefe de la oposición ha entendido y extendido el significado de esos papeles,
solicitando vehementemente la cabeza del presidente del gobierno de España. En
nombre de la ciudadanía activa y virtuosa, bandera de la vieja y nueva moral
jacobina, se han cometido y se cometen auténticas infamias y tropelías,
incompatibles con las formalidades y
reglas democráticas.
Alcanzar la verosimilitud no es nunca algo
automático, es siempre un logro performativo. La contra-representación del PP es
igualmente vulnerable a la crítica, pues la situación creada exige algo más que
negarlo todo y calificarlo de montaje. El recelo de la opinión ante los
políticos convierte el caso en un auténtico drama moral. Más que nunca las
audiencias ciudadanas desearían arrebatarles la máscara y poder acceder a lo
más íntimo de su interior, a la auténtica identidad individual de los actores,
a la verdad y moral oculta de sus acciones. Sentimiento que se va haciendo más
acuciante según se conoce el desarrollo de la trama, y crece la posibilidad de
que el drama acabe en sainete.
Junto al personaje principal Bárcenas, el reparto
principal de actores lo forman un ex diputado popular y un ex juez político, en
una relación triangular, a quienes se une una lideresa insatisfecha y
semi-dimisionaria que comparte con ellos el despecho hacia el PP de Rajoy. Hace
sufrir pensar que un cúmulo de ambiciones y frustraciones personales pueda
bastar para desestabilizar a un país. O que las bajas pasiones políticas
pudieran, no ya nublar el juicio, sino encender el deseo de explotar el descontento
social, y la indignación moral de la ciudadanía, contra un único partido, a
modo de chivo expiatorio, destruyendo su crédito, como si eso hiciera buenos
otros liderazgos o a otros partidos, sin mayor necesidad de cambio.
Una cosa es la dificultad de resolver el problema de
autenticidad de los actores que contiene todo drama moral, y otra la aceptación
crédula de representaciones políticas que esconden una bajeza moral, por mucha
que sea la habilidad de los actores para presentarla a la audiencia como
verdadera. “Lo grotesco de los acontecimientos diarios oculta la
verdadera desgracia de las pasiones”, escribió Barnave, citado por Stendhal.
Ay, pensar hace sufrir.
Publicado en Diario de Navarra, 20 de febrero de 2013
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