Por
si no había suficiente, el revuelo organizado en torno al IX Congreso de UPN ha
hecho del paraíso foral, no la capital del reino infernal –Pandemónium– inmortalizada
en el poema épico de John Milton, pero sí un lugar de mucho ruido y confusión,
donde no es fácil distinguir a ángeles y demonios, de tan excesivamente humanos
que resultan nuestros políticos. El manejo del escándalo de las dietas de CAN
revela mucho fariseísmo por parte de quienes han pretendido y pretenden
focalizarlo en la presidenta Barcina, como si no implicara a otros dirigentes
de UPN y del PSN. Esa actitud, burdamente manifestada por el conjunto de la
oposición, deseosa de cobrarse la pieza mayor dentro de UPN, no devuelve precisamente
la confianza de los ciudadanos en la clase política. Todos los que no lo han
hecho, están aún a tiempo de devolver las dietas. Es lo mínimo.
La
victoria de Barcina en el congreso de UPN, evidenciando coraje político y capacidad
de aguante, ha sorprendido dentro y más todavía fuera de su partido. Habló con
bastante claridad en los días previos a la cita, no así su contrincante
apadrinado por el ex presidente Sanz, el auténtico perdedor del envite que
paradójicamente estará en los órganos directivos del partido, merced a su actual
estructura y reglamentación. El desafío interno a Barcina, figurando a la
cabeza de un gobierno en minoría, sólo cabía entenderse desde el propósito inconfesable
de forzar con su eventual derrota su dimisión y relevo en el ejecutivo foral
para reeditar desde el nuevo liderazgo del partido un gobierno de coalición con
el PSN, donde volviera a figurar –a modo de desagravio público– su secretario
general.
Las
primeras declaraciones del PSN tras la reelección de Barcina al frente de UPN,
rechazando el acercamiento ofrecido por ella e insistiendo en su dimisión,
parecen avalar la autoconciencia de los socialistas navarros como ángeles
caídos, condenados y expulsados en su día del gobierno, como si del paraíso se
tratara, por una endiosada presidenta que selló de esa manera un camino sin
retorno. Esa lógica es la que habrían de alguna manera validado Sanz y Catalán,
con la pretendida operación de reconstrucción de la ciudad, en términos no muy
distintos a los contenidos en el poema de Milton. Ahí Mammon es el ángel guardián
del paraíso que, prendado de las riquezas celestiales, emplea su poder de
sugestión a favor de los ángeles caídos para luchar contra los ejércitos de
Dios.
Frustrados
los intentos de relevo de Barcina en el partido, la generosidad y el esfuerzo
por suturar heridas corresponde a todos en UPN, pero la dimensión de la
fractura no resta legitimidad a los nuevos órganos elegidos democráticamente ni
impulso al compromiso de renovación. Por su parte, el PSN no puede permanecer
anclado en una posición imposible, pretendiendo hacerse invisible cuando todos
le solicitan, como si fueran espíritus puros. Seguramente la opción Catalán le
habría facilitado las cosas, pero no se puede pedir la dimisión de los demás,
renunciar a presentar o apoyar una moción de censura y no pronunciarse sobre un
adelanto electoral, solicitado por los nacionalistas, que sabe que no le
conviene.
Es
la hora de Barcina pero también del PSN, de que afronte sus propios problemas y
decisiones, sin esperar que otros se los resuelvan o decidan por él. La
alternativa es clara. Si no puede abordar una moción de censura ‘constructiva’,
no debería prestarse a una política ‘destructiva’, a la que se ha entregado toda
la oposición nacionalista, incluida la que se creía más moderada y de vocación
transversal, cargando de razón a quienes sólo ven los demonios del
nacionalismo. El PSN tiene una nueva oportunidad ante la ciudadanía para anular
la sensación reciente de que ha sido mayor su preocupación por optar al reparto
de cargos que por desarrollar una posición decorosa y coherente en el gobierno
o la oposición. Puede librarse del complejo de ángeles caídos y alimentar la
idea, como era el propósito del poema de Milton, de que tras el ‘paraíso
perdido’ hay esperanza de futuro.
Comparar
a Barcina con Berlusconi, como se ha hecho desde un medio nacionalista, es una
indecencia. Barcina ha participado de los mismos errores que otros, pero
presenta igualmente en su haber voluntad de cambio y aciertos contrastados en
su gestión de gobierno. La política navarra requiere, más que en otros lugares,
grandes dosis de entendimiento. La actual situación de crisis lo demanda aún
más y la ciudadanía corriente lo reclama con hartazgo. Traducir incapacidad
sería un fracaso de todos. El eventual
adelanto de las elecciones no podría ser en cualquier caso inmediato. Sería preciso
antes una general renovación de los dirigentes políticos de todos los partidos que
quieran concurrir a ellas, y eso lleva un tiempo. Más provechoso, sin duda, que
la simple política estéril o destructiva. Es hora de ahuyentar todos los
demonios.
Publicado en Diario de Navarra, 20 de marzo de 2013
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