Era previsible, pero no ha dejado de sorprender. La calle se ha incendiado con demasiada rapidez, apenas dos meses después de la llegada del PP al poder. Lo que Zapatero temía, lo que a Rubalcaba le preocupaba como ministro de interior, la posibilidad de un estallido social, se utiliza ahora como estrategia de oposición. Claro que jugar con gasolina siempre es peligroso, y puede quemar a lo bonzo a los propios pirómanos.
El jefe de la oposición confía en su verbo fácil, a veces traicionero: “El problema no es la violencia, sino que alguien quiera relacionar al PSOE con la violencia”, ha dicho. No, señor, no. El primer problema en una democracia siempre es la violencia, cuando ésta pretende convertirse en sustituta de la palabra o en arma de presión frente a los poderes institucionales legítimamente sostenidos por la ciudadanía. Alentar la presión en la calle como un ‘poder revolucionario’ contra el ‘poder legal’, reverdeciendo viejos mitos de los dos últimos siglos, no es precisamente la mejor garantía de futuro para una izquierda en crisis.
El PP con los obispos y el PSOE con los sindicatos, “cada oveja con su pareja”. Se puede esperar algo más de la calidad de nuestro debate público, pero esta permanente instalación en la demagogia revela el verdadero drama de determinadas organizaciones políticas o sociales cuando experimentan la drástica pérdida del poder: su dificultad de adaptación a la vida normal democrática. Lo propio de la democracia es el control de los gobernantes por parte de los gobernados, dentro de las reglas institucionales fijadas, pero al final lo que gusta y satisface es el disfrute del poder.
En eso vienen a coincidir actualmente el PSOE y los sindicatos. Al margen de las viejas afinidades ideológicas, uno y otros arreglaron un matrimonio de conveniencia en tiempos de Zapatero: la desactivación de cualquier movilización real contra el gobierno socialista, a pesar de la aguda situación social generada, a cambio del fuerte incremento de las subvenciones y del consiguiente fortalecimiento de los sindicatos. Nadie discute el papel histórico de los sindicatos, ni siquiera su necesidad actual, aunque tampoco es un secreto que su poder en España nace de la colaboración prestada por UGT a la dictadura de Primo de Rivera y de la habilidad de CCOO para revertir en provecho propio el legado del Sindicato Vertical franquista. Ahora que tanto el PSOE como los sindicatos han perdido o ven amenazados su poder, se encuentran de nuevo en la calle… para desestabilizar al gobierno del PP que, por supuesto, es quien da motivos para que salgan a la calle, como ha dicho la nueva portavoz socialista.
La calle está para disfrutarla y para gastar cuanta zapatilla sea necesaria para hacer oír nuestra voz, como todos hemos sentido alguna vez la necesidad de hacer. Pero con tanta gente en la calle comienza a reinar la confusión y se detectan problemas, porque al final sucede lo mismo: es muy importante que se sepa quién manda en la calle. Los sindicatos andan preocupados con el movimiento 15-M, o con sus restos, para que no capitalicen el éxito de las movilizaciones ni se les relacione a ellos con los antisistema profesionales de la violencia, que andan detrás. No les preocupa, sin embargo, a las organizaciones sindicales, ni tampoco parece al PSOE, que sus manifestaciones se hagan coincidir con el 11-M. Salvar el puente festivo está por encima del respeto a las víctimas del magnicidio, y si ello contribuye de nuevo a desgastar al PP resucitando la guerra de Irak, todo es ganancia. Cabe desear algo más de nuestra democracia como comunidad moral.
La sociedad civil no se aviene bien con el mito de los bárbaros ni debe restringirse a la expresión minimalista de organizaciones o movimientos que sienten cierta predilección por el uso ostensible del espacio público, anunciadores de no se sabe cuántas ‘primaveras’. A una oposición útil y responsable le compete tanto como al gobierno el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de las reglas, la mejora de la esfera pública, haciendo del discurso público un instrumento de formación del carácter ciudadano, y la preocupación por desarrollar al máximo el capital social civil, no incivil, frente a las carencias y limitaciones del poder político.
En Navarra todo es diferente, pues además de que seamos forales, el PSOE está en el poder. Mover la calle –la presencia y agitación de los sindicatos nacionales junto a los sindicatos nacionalistas– podría resultar contraproducente para la permanencia del PSN como socio necesario de gobierno de UPN. A no ser que la cuestión se plantee en términos de poder interno dentro de las filas socialistas con vistas a su próximo congreso, y entonces, siguiendo la estela de Rubalcaba, el lenguaje de la calle deba primar, a juicio de algunos, sobre el de la responsabilidad y la gobernabilidad.
Publicado en Diario de Navarra, 14 de marzo de 2012
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