El 38 Congreso del PSOE ha concitado la atención de la militancia socialista y del conjunto de la sociedad española. La suerte de la principal fuerza de oposición es un factor clave de la política general. El dramatismo que ha rodeado al evento es signo de lo mucho que había en juego, aunque los intereses de todos no fueran los mismos. Algunos hablan de victoria pírrica de Rubalcaba sobre Chacon, cuando la victoria aún más ajustada de Zapatero sobre Bono fue calificada en su día como triunfo de la democracia. Pero lo que ha triunfado ahora, parece, es la sensatez.
El debate interno tenía mucho de falaz. Chacón y seguidores han pretendido hacer de Rubalcaba el hombre del aparato del partido y el responsable de los cuatro millones de votos perdidos en las pasadas elecciones, para presentarse ellos mismos como garantes de la renovación, del cambio y del futuro, cuando paradójicamente Chacón representa la continuidad más pura del zapaterismo que ha conducido al PSOE al borde de la quiebra. La sociedad española ha identificado a Zapatero con la resignación, el estancamiento y la inacción, y los delegados del Congreso finalmente también, sin aceptar el sentido del discurso de Chacón, jugando a la confusión.
Imitar es falsificar, decía Ortega, y la candidata que urgía a hacer historia, no ha buscado sino volver a aplicar la plantilla utilizada por Zapatero cuando se alzó con la secretaría general del PSOE "con un solo discurso", como antaño Azaña consiguiera el gobierno. A Chacón lo que le ha fallado ha sido precisamente la performance, lo que es más grave habiendo apostado tanto por el marketing político. Ni los referentes radicales, ni el guión repetido, ni siquiera la personal puesta en escena, han logrado el efecto deseado en la audiencia. Por su misma falta de originalidad y autenticidad.
Ahora debe verse al verdadero Rubalcaba, libre de las ataduras de Zapatero y de la posicion incómoda que ha tenido que mantener como candidato a las elecciones y a la jefatura de su partido. El necesario rearme ideológico del PSOE no puede quedarse en una simple recarga demagógica para arremeter contra el PP, responsabilizándole en el escaso tiempo que lleva gobernando, de romper la política de pactos y compromisos derivada del consenso constitucional y de imponer dogmas sólo compartidos por una minoría, que es lo que hizo Zapatero en su pretendida renovación de derechos y libertades y lo que se trata ahora de recuperar contando con la responsabilidad y sensatez de la nueva dirección socialista.
Acuñar la idea de contrarreforma o de que el gobierno del PP comete el error de legislar para la derecha y contra la izquierda, como hacen ya algunos medios, es intentar aplicar hoy a Rajoy la crítica vertida ayer contra Zapatero para dar juego a Rubalcaba. Pero lo que la sociedad espera de Rubalcaba es que la madurez y sensatez de su liderazgo sirva para consensuar en beneficio de todos las necesarias reformas estructurales que ya ha comenzado el PP, y que podia y tenia que haber realizado el PSOE, como la reforma a fondo del sistema financiero, comenzando por limitar los sueldos de los directivos de las entidades intervenidas o receptoras de ayudas públicas, que no es precisamente una medida de derechas, como sí lo es en cambio el indulto a banqueros.
El PSOE tiene que rehacerse y difícilmente podrá recuperar el voto si no es capaz de realizar un análisis serio de sus últimas derrotas electorales. No se ha hecho en el Congreso federal y no hay signos de que vaya a hacerse en los próximos congresos regionales, aunque sería el modo de cerrar heridas o de envainar puñales. El socialismo navarro está particularmente emplazado a ello. No se trata de abrir una crisis por la inmediata y fracasada apuesta de Roberto Jiménez por Chacón, sino de intentar cerrar un ciclo excesivamente largo de deterioro del PSN. El PSN ha contribuido al reino de la confusión pretendiendo hacer pasar lo que es hoy un partido perdedor, como un partido de gobierno e invocando la bandera de la responsabilidad y de la gobernabilidad de Navarra para evitar cualquier cambio interno en la dirección del partido.
El PSN quiso entrar en el gobierno cuando había y existen otras fórmulas de apoyo al gobierno de UPN, como hace de hecho el PP con el PSOE en Euskadi, sin ir más lejos. Por otro lado, tampoco está escrito que el máximo dirigente de unas siglas deba figurar en un eventual gobierno de coalición, ni que la ejecutiva del partido deba ocupar los cargos públicos, y de hecho en el precedente del CDN no fue así. En la percepción pública, eso no es sensatez, ni hacer de la necesidad virtud, sino más bien del fracaso ganancia. Combatir desde el gobierno foral la contrarreforma de la que se es corresponsable, hace daño al gobierno y al propio partido. El debate al que ha contribuido Jímenez dentro del PSOE, debe comenzar en el PSN por ahí. Si decimos democracia, hacemos democracia.
Publicado en Diario de Navarra, 9 de febrero de 2012
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