viernes, 4 de junio de 2010

Vuelve la España negra

La imagen de una España negra que durante siglos afeó a los españoles ante Europa y ante ellos mismos, se creyó superada con el logro colectivo de la Transición y de 25 años de democracia, pero no, parece que no, algo ha sucedido en los últimos años y en los últimos meses, semanas y aun días, porque los viejos estereotipos sobre España y los españoles están recobrando para nuestra desgracia toda su fuerza.

Montesquieu los hizo bien visibles en sus juveniles Cartas persas, como ha estudiado Carmen Iglesias. Para él España era el reverso de Inglaterra, siempre dinámica y vital. Consideraba que la decadencia y el debilitamiento de España eran fruto, en primer lugar, de una política económica y de una política exterior erróneas, acompañadas de unas actitudes religiosas -las propias de una sociedad clerical instalada en el fanatismo- y de un carácter nacional -mezcla de orgullo e indolencia- que inhabilitaban a los españoles para la verdadera convivencia y el trabajo productivo.

Los excesos del ilustrado francés, que ni siquiera se digno visitar España en su largo periplo europeo, la escasa base científica de sus observaciones, o los lugares comunes que reproduce, no impiden que algunas de sus consideraciones parezcan hoy más reales que nunca, como consecuencia de la política de Zapatero. Como se ha dicho muchas veces, la base real que incorporan los estereotipos antiespañoles no son sino desajustes dentro de determinados procesos históricos que, en cualquier caso, España ha vivido dentro de la 'normalidad' europea. Hoy también se puede argumentar en España de esa manera, y de hecho Zapatero insiste en hacerlo, pero ya no se puede ocultar, porque se han hecho evidentes, que los desajustes económicos y culturales que dimensiona actualmente España responden, en muy buena parte, tanto a la acción como a la inacción del presidente español.

Como en otros tiempos, y frente a la imagen de perezosos que España y otros países meridionales europeos vuelven a tener, una parte de la población se ve abocada al ocio forzoso sencillamente porque no pueden trabajar, o porque atendiendo a algunos tipos de salarios vinculados a determinados tipos de contrato no les compensa trabajar, si no quieren verse en mayor penuria que la de quienes vaguean a la sombra de los subsidios del estado. Zapatero es responsable de haberse negado a cualquier reforma estructural hasta que la nueva difusión de una imagen negra de España le ha obligado a hacerlo. Para contener a los mercados y a los socios europeos, Zapatero ha puesto ya fecha inmediata a la reforma laboral, con o sin acuerdo de los sindicatos. Habrá que esperar a sus términos concretos, para ver si tiene trampa.

De forma paradójica, Zapatero, para quien la idea de nación española es discutible, ha resucitado el mito del carácter nacional español. Montesquieu y Zapatero, de manera distinta, han consagrado el lugar común de que la ruina de España resulta de su propia grandeza. Un imperio como el español basado en el oro y la plata -decía el primero- conduce a la ruina económica y al hundimiento político. Es lo que le está pasando al segundo, que se jactaba de estar atesorando más riqueza que Italia y Francia, a base de sustituir el oro americano por el ladrillo español. Decía Montesquieu que el orgullo arrastra males inconmensurables como la pereza, la pobreza, el abandono de todo, la destruccion de las naciones. El orgullo de Zapatero ha arrastrado males ciertamente graves como el paro y la miseria, por no hablar de la inestabilidad del euro, y ha colocado a España al borde de la quiebra económica y política, y fuera de la escena internacional.

Montesquieu, como todos los ilustrados, confiaba en la educación como un instrumento fundamental para lograr el bienestar y la felicidad de los ciudadanos. La educación proporciona ideas y es el mejor antídoto contra la estupidez, la tontería y la locura. Sin educación, decía por su parte Jovellanos, todo decae y se arruina en un estado. Zapatero ha hecho demasiadas estupideces, tonterías y locuras por haber confundido o querido sustituir la educación (la siempre necesaria mejora de la educación) por la propaganda (por el abusivo uso simplón de la propaganda). Todas las decisiones del gobierno en el terreno de la educación pública han sido para introducir la propaganda en la escuela (veánse los contenidos promovidos de Educación para la Ciudadanía), como se ha multiplicado también la propaganda en los medios de comunicación o en el mundo del espectáculo, que son asimismo o deberían ser instrumentos educativos. El pacto educativo intentado por el ministro Gabilondo al final no fue  posible porque Zapatero no ha querido realmente otra cosa.

Por mucho que blasonara de sustituir ladrillos por ordenadores en las escuelas, Zapatero ha vaciado el ideal ilustrado de perfectibilidad del hombre a través de la educación, donde el fomento del interés personal actúa en beneficio de todos, en favor de una propaganda orientada a los valores de un pretendido progresismo cultural (bastante trasnochado puesto que queda anclado en ideas de los años sesenta, de hace medio siglo) que ha amparado y se ha empeñado personalmente en defender, pensando en el exclusivo interés partidista y en su beneficio particular.

Zapatero ha querido reavivar la memoria histórica de España, pero sólo ha conseguido recuperar del olvido los estereotipos de la España negra, una España diferente y anormal felizmente superada en el pasado reciente. Ha interiorizado de manera sorprendente una percepción negativa de España que no responde al conocimiento de la realidad histórica, sino que ha sido construida desde fuera y amplificada dentro al vaivén de debates ideológico-políticos. Lejos de facilitar la recuperación de la memoria histórica, Zapatero ha contribuido a su deformación, ansioso de identificar a su adversario político con el fanatismo, el poder de la Iglesia y el franquismo; en definitiva, como el heredero de esa España negra.

Es el PSOE de Zapatero, no tanto el PP, quien se empeña en perpetuar la España negra para mantener un activo político. Si la cuestión del fanatismo ha sido históricamente un problema mal planteado, en la actualidad es un falso problema. El problema que tenemos no es el de una sociedad clerical maniatada por el clero como grupo privilegiado, sino más bien el inverso, el de un fundamentalismo laico instalado en el gobierno de Zapatero y en la clase política privilegiada que le ampara, que comienza a irritar a una sociedad tolerante y respetuosa con sus tradiciones propias, como es la española de hoy día. Lo ocurrido ayer en la tradicional procesión del Corpus de Toledo es significativo al respecto.

La ministra de Defensa Chacón ha conseguido un nuevo motivo para ser recordada. España no necesitaba reformas económicas estructurales, pero la destrucción de cualquier vestigio de clericalismo en nuestra sociedad se ha convertido en un imperativo legal para los más fieles de Zapatero. 
El ejército, como consecuencia del nuevo reglamento recientemente aprobado, no pudo rendir honores militares al Santísimo, ni portar la bandera española, ni interpretar el himno nacional, para disgusto de los militares, de la población toledana y del propio presidente socialista de Castilla-la-Mancha que para no perder más votos ha manifestado -lo que nunca se habría atrevido a decir el Arzobispo y Primado de España- que el día del Corpus Christi será a partir de ahora siempre fiesta civil no sólo en Toledo sino en toda la Comunidad. Vuelve la España negra.

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