viernes, 26 de marzo de 2010

Garzón, al banquillo

Garzón está cerca de sentarse en el banquillo, a requerimientos del Tribunal Supremo. Algo gordo ha de estar sucediendo para que el juez estrella esté a punto de caer. ¿Cómo es eso posible? La derecha corrupta del PP se ha movilizado para reventar el caso Gürtel y poder así regresar, sin tener que pagar ninguna factura, al poder. A Garzón sí que le han salido caros los trajes de Camps. Pero no sólo la derecha heredera del franquismo contraataca orgullosa y altanera, sino que hasta los propios falangistas han resucitado de tanta fosa abierta, y amenazan con enterrar vivo al juez de la memoria histórica. Tal es la explicación que desde algunos medios bien informados se ofrece, sin acabar de creerse que quien voló tan alto, tan alto, y a punto estuvo de dar a la caza alcance, pueda en efecto caer y estrellarse.

Algo muy gordo está pasando, para que todo el frente político-popular (no se trata del PP sino de esa gran coalición de ministros, partidos de izquierda y sociedad de autores progresistas, el gran actor Zapatero incluido) se haya tenido que movilizar para intentar parar la catástrofe. El Fiscal General del Estado aún confía en evitarla. ¿Qué ha pasado? Que el juez-político se ha ahogado. Tal ha sido el sobre-esfuerzo que el oxígeno le ha faltado. Todas las grandes urgencias del PSOE de Zapatero pasaban por Garzón (negociación con ETA, frentismo y descrédito del PP), y al final pasó lo que tenía que pasar.

El problema no es la ideología de quien denuncia el posible abuso, sino el hecho de pretender legitimar la tropelía y la arbitrariedad dentro del estado de derecho por simples intereses ideológicos. El problema es que un juez autosuspenda su independencia cuando se siente reclamado por una causa partidaria, o cuando se presta voluntariamente al juego frívolo o peligroso que pretende realizar el poder político. El problema no es ya la politización de la justicia, sino su partidización y, lo que es peor, su fulanización, el que haya jueces que por un motivo político -motivación o desengaño- puedan, hora aplicarse en perseguir el delito provenga de quien provenga (caso GAL), hora prevaricar o cejar en el respeto escrupuloso de las reglas del derecho (crímenes del franquismo, irregularidades del caso Gürtel, caso Faisán).

La historia de Garzón apunta en ese sentido y al final la democracia no puede depender, ni en los días de fiesta o más animados, ni en los momentos más aburridos, de los caprichos de un juez que quiso ser político y no ha dejado de hacer política siendo juez. A la mayoría de los ciudadanos no les interesa el futuro de Garzón sino el presente del estado de derecho. Y lo que está pasando es esto. Que el estado de derecho está funcionando y hay que dejarle que siga haciéndolo, sin pretender acudir a ninguna teoría de la conspiración, y menos al fatalismo histórico, para salvar a Garzón del banquillo. Triste defensa sería.

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