Las campañas electorales suelen ser entendidas por los partidos políticos como la venta de unos programas elaborados con viejas pócimas ideológicas, muy alejadas de las verdaderas inquietudes ciudadanas. Lo que nos quieren contar, no se corresponde ciertamente con lo que queremos saber, y además enmascaran los motivos, las intenciones o las aristas de sus proyectos. Las campañas sirven al menos para examinar la autenticidad de los candidatos: la humildad de unos frente a la prepotencia, la ambición particular o el engolamiento de otros, con independencia de la bisoñez o la experiencia política de cada cual. La gente quiere saber, y sabe diferenciar en todo caso los discursos positivos y constructivos de los negativos y destructivos, los consistentes de los inconsistentes, aunque luego la pasión también arrastre.
El imperativo de cambio tras la larga permanencia de un partido en el poder choca con la reciente experiencia andaluza. El problema inmediato de UPN en Navarra, donde ha habido escándalos pero no corrupción, es que no puede echar la culpa de todos sus males al PP. Por ello, los regionalistas están obligados a reconocer sus errores, tanto como sus logros, y a contraer compromisos que hagan creíble su propia voluntad de cambio, que implica regeneración necesariamente. Queremos saber cómo conciben lo nuevo, y lo que harán de diferente, desde el gobierno o la oposición, y también dentro del partido, durante la próxima legislatura. El envite de estas elecciones no es sólo para el candidato.
No basta la contraposición de esencias fuertes. Frente al ‘navarrísimo’ que propugna UPN en esta campaña, se adivina el supervascón al rescate de la identidad vasca originaria de los nacionalistas, y ante la revancha histórica de los agramonteses resucita el liberalismo antifuerista (UPyD, C’s). Futuro pasado, no menos historicista en esta partitura anti-UPN que componen Geroa Bai de solista, Podemos tensando las cuerdas y Bildu en la percusión, que en los contenidos del navarrismo tradicional que critican. ¿Pretenden introducir el cambio o se trata más bien de un ‘cambiazo’ en toda regla, que obvia la interiorización de los problemas reales de la gente? ¿Se puede responder a la preocupación por el paro, la recuperación económica justa o la regeneración política con cambios en el estatus político de Navarra o la soflama del ‘derecho a decidir’?
La ‘nueva política’ que aspira a ocupar poder, pretende sentar a Navarra en el diván. Reducir la escucha a la problematización de Navarra no es un ejercicio inocuo: afecta a la confianza interna y externa, y en consecuencia al emprendimiento, al progreso, al bienestar, a la calidad de los futuros servicios. La permanente pregunta acerca de quiénes somos y de dónde venimos, acaba reduciendo las expectativas del adónde vamos. Y lo que ya aparece doblando la esquina resulta claro: una catalanización de la política navarra sobre fondo vasco. ¿Es eso lo que queremos, repetir fenómenos de radicalización inducida? Un nuevo estatuto no estaba en su momento dentro de las preocupaciones catalanas, y ahora están donde están, como tampoco lo está en las navarras actuales el tema de la integración en Euskadi o la ‘federación de territorios forales’, que desconocemos adonde puede llevarnos.
La única realidad política consistente frente a UPN es el nacionalismo cismático, que cuestiona o amenaza la supervivencia institucional y cultural de Navarra como comunidad diferenciada, con independencia de que se quiera actuar dentro o al margen de la Transitoria Cuarta. La nueva voluntad revisionista no afecta sólo al pacto hacia fuera con el Estado, sino a sensibles pactos hacia dentro como son todo lo relativo a la educación concertada, la proporcionalidad fiscal o la política lingüística. Resulta preocupante que el nacionalismo heredero del viejo discurso de la plena reintegración foral pueda convertir el viejo paraíso de los fueros en un pequeño infierno para muchas familias y empresas navarras, con consecuencias lesivas en comparación con el resto de España, y con innecesarias cargas para la propia administración foral. Desde luego, y a tenor de algunos sondeos, no apunta ahí el verdadero sentir y deseo de cambio de los navarros.
¿Cuál es entonces la alternativa a UPN? ¿La desinstitucionalización de Navarra, la pérdida de motricidad, la quiebra de sus equilibrios internos, la fractura social en pro de una reificación de la gran nación vasca soñada? De la Navarra avanzada y modélica, según muchas percepciones e indicadores acumulados desde la Transición hasta hoy, ¿hacia donde queremos ir?, ¿en qué podemos mejorar nuestro proyecto colectivo de convivencia? ¿Se lo pregunta de forma crítica UPN o simplemente pretende permanecer instalada en el reino de la autocomplacencia? ¿Lo tiene claro el PSN? Queremos saberlo ¿Y cuál es la alternativa a la ‘casta’ y el ‘régimen’? ¿El cisma y la desunión, la parte oculta derivada del pretendido reforzamiento del autogobierno en manos del nacionalismo de diván? Hay que pensárselo. Mucho.
El imperativo de cambio tras la larga permanencia de un partido en el poder choca con la reciente experiencia andaluza. El problema inmediato de UPN en Navarra, donde ha habido escándalos pero no corrupción, es que no puede echar la culpa de todos sus males al PP. Por ello, los regionalistas están obligados a reconocer sus errores, tanto como sus logros, y a contraer compromisos que hagan creíble su propia voluntad de cambio, que implica regeneración necesariamente. Queremos saber cómo conciben lo nuevo, y lo que harán de diferente, desde el gobierno o la oposición, y también dentro del partido, durante la próxima legislatura. El envite de estas elecciones no es sólo para el candidato.
No basta la contraposición de esencias fuertes. Frente al ‘navarrísimo’ que propugna UPN en esta campaña, se adivina el supervascón al rescate de la identidad vasca originaria de los nacionalistas, y ante la revancha histórica de los agramonteses resucita el liberalismo antifuerista (UPyD, C’s). Futuro pasado, no menos historicista en esta partitura anti-UPN que componen Geroa Bai de solista, Podemos tensando las cuerdas y Bildu en la percusión, que en los contenidos del navarrismo tradicional que critican. ¿Pretenden introducir el cambio o se trata más bien de un ‘cambiazo’ en toda regla, que obvia la interiorización de los problemas reales de la gente? ¿Se puede responder a la preocupación por el paro, la recuperación económica justa o la regeneración política con cambios en el estatus político de Navarra o la soflama del ‘derecho a decidir’?
La ‘nueva política’ que aspira a ocupar poder, pretende sentar a Navarra en el diván. Reducir la escucha a la problematización de Navarra no es un ejercicio inocuo: afecta a la confianza interna y externa, y en consecuencia al emprendimiento, al progreso, al bienestar, a la calidad de los futuros servicios. La permanente pregunta acerca de quiénes somos y de dónde venimos, acaba reduciendo las expectativas del adónde vamos. Y lo que ya aparece doblando la esquina resulta claro: una catalanización de la política navarra sobre fondo vasco. ¿Es eso lo que queremos, repetir fenómenos de radicalización inducida? Un nuevo estatuto no estaba en su momento dentro de las preocupaciones catalanas, y ahora están donde están, como tampoco lo está en las navarras actuales el tema de la integración en Euskadi o la ‘federación de territorios forales’, que desconocemos adonde puede llevarnos.
La única realidad política consistente frente a UPN es el nacionalismo cismático, que cuestiona o amenaza la supervivencia institucional y cultural de Navarra como comunidad diferenciada, con independencia de que se quiera actuar dentro o al margen de la Transitoria Cuarta. La nueva voluntad revisionista no afecta sólo al pacto hacia fuera con el Estado, sino a sensibles pactos hacia dentro como son todo lo relativo a la educación concertada, la proporcionalidad fiscal o la política lingüística. Resulta preocupante que el nacionalismo heredero del viejo discurso de la plena reintegración foral pueda convertir el viejo paraíso de los fueros en un pequeño infierno para muchas familias y empresas navarras, con consecuencias lesivas en comparación con el resto de España, y con innecesarias cargas para la propia administración foral. Desde luego, y a tenor de algunos sondeos, no apunta ahí el verdadero sentir y deseo de cambio de los navarros.
¿Cuál es entonces la alternativa a UPN? ¿La desinstitucionalización de Navarra, la pérdida de motricidad, la quiebra de sus equilibrios internos, la fractura social en pro de una reificación de la gran nación vasca soñada? De la Navarra avanzada y modélica, según muchas percepciones e indicadores acumulados desde la Transición hasta hoy, ¿hacia donde queremos ir?, ¿en qué podemos mejorar nuestro proyecto colectivo de convivencia? ¿Se lo pregunta de forma crítica UPN o simplemente pretende permanecer instalada en el reino de la autocomplacencia? ¿Lo tiene claro el PSN? Queremos saberlo ¿Y cuál es la alternativa a la ‘casta’ y el ‘régimen’? ¿El cisma y la desunión, la parte oculta derivada del pretendido reforzamiento del autogobierno en manos del nacionalismo de diván? Hay que pensárselo. Mucho.
Publicado en Diario de Navarra, 2 de mayo de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario