La referencia al día después siempre evoca desastres o cataclismos en el imaginario colectivo, pero es necesaria tras unas elecciones, con independencia de la magnitud de la sacudida, para sentar los ánimos y evaluar la situación. Estas elecciones eran las de los partidos emergentes, impulsados por el voto joven, que si no han destrozado la fortaleza de los partidos tradicionales, han abierto un nuevo ciclo político que exige sin duda reflexión. La oportunidad de un cambio político en comunidades autónomas y ayuntamientos, que pueda incluso desbancar a la fuerza más votada, es una realidad que habrá de verificarse en las próximas semanas, no sin consecuencias para las inmediatas expectativas electorales.
Navarra no es una excepción. La entrada en la atmósfera foral de los partidos emergentes ha mostrado ciertamente trayectorias diferentes respecto a otros lugares, sobre todo en lo que se refiere a Ciudadanos, que no ha logrado representación, pese a las previsiones de las encuestas locales. El hartazgo y el deseo de cambio no siempre es ciego y sordo, pensando que nada de lo que venga puede ser peor al presente conocido. Un aviso para navegantes de la nueva política. Pretender además erigirse en la ‘tercera vía’ de la Navarra del siglo XXI con un discurso antifuerista de corte decimonónico supone una ingenuidad mayúscula. Quien se ha beneficiado finalmente de esa salida en falso ha sido el PSN que pese a su nuevo retroceso, ha conseguido amortiguar una caída mayor. Verse desplazado de segunda a quinta fuerza, con todo, es un trago difícil de pasar. El pensamiento mágico, esa voluntad permanente de confundir los deseos con la realidad, también tiene sus costes en política.
Lo de UPN ha sido peor e igualmente una crónica anunciada. Han desafiado al destino, persistiendo endiosados en el error, sin voluntad interna de reacción ni capacidad de decisión –algo que no debe confundirse con el bloqueo último a que fue sometido el gobierno por parte del parlamento–, y se han convertido en el día D en auténticos antihéroes. El cielo no ha caído sobre sus cabezas, pero sí el suelo se ha abierto bajo sus pies. El día después no se sabe aún si han entendido el mensaje. Es importante que UPN no se equivoque en el imprescindible proceso, no ya de regeneración, sino de reconstrucción que ha de acometer, si aspira a continuar siendo el partido mayoritario de Navarra. Por otra parte, es evidente que el cambio es norma de higiene democrática, pero no a cualquier precio, ni hacia ninguna parte. El imperativo del cambio no consiste en cambiar el gobierno sin más, por ganas que se tengan de llegar a él, sino en cambiar realmente las cosas: los discursos, las actitudes, las prácticas, atendiendo con criterio y realismo a los problemas y preocupaciones reales de los conciudadanos. En ese sentido, la campaña ha sido decepcionante.
No asusta el cambio, aunque preocupe. Resulta inquietante, por ejemplo, la virulencia y hasta agresividad verbal manifestada durante la campaña y la propia noche electoral por diversos representantes de las llamadas fuerzas del cambio. El frentismo nunca es cosa de uno. Sustituir la dialéctica anti-nacionalista del navarrismo tradicional por la anti-UPN actual no incorpora ningún cambio sustancial. Y es incompatible con la afirmación de la Navarra una y plural, que dice defender Geroa Bai. Fuerza que encarnada por fin, tiene todo que demostrar. No resulta fácilmente inteligible con qué coherencia una formación que en origen representa a la derecha nacionalista vasca se erige en vanguardia de una nueva Navarra progresista, cuando lo que le distingue básicamente de UPN desde el punto de vista ideológico es, guste o no decirlo, el nacionalismo. La transversalidad no pasa por un conglomerado de fuerzas contradictorias sobre la base de posibles acuerdos inconfesables que comprometan el estatus de Navarra, y obvien el pasado de violencia.
Está por ver la capacidad de GB para rebajar la voluntad de Bildu, comenzando por su presencia en el nuevo gobierno. La alternativa es no contar con ellos y sumar al PSN, aunque sólo se llegaría a 25 diputados. Pero el riesgo de nuevas elecciones puede ser suficiente argumento para Bildu, principal interesado en no fallar la ocasión de cambio. No es la única teórica salida en busca de la moderación y el deseable entendimiento dentro de la política navarra. La fórmula más estable y sensata, pensando en la centralidad de Navarra, sería un acuerdo entre UPN, GB y PSN, que proporcionaría 31 escaños. Un gobierno que se antoja hoy imposible, pero que apunta a la gran tarea futura pendiente: la conjugación de lo navarro, vasco y español, en perspectiva europea, como expresión de la autentica transversalidad y manifestación al tiempo de una identidad compuesta, sociológicamente real e históricamente consistente, engatillada en un empobrecedor ‘conflicto de nacionalismos’ (vasco y español) que sólo provoca desunión y cansancio.
Publicado en Diario de Navarra, 26 de mayo de 2015
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