La hermenéutica es el arte de interpretar textos difíciles. Textos, discursos o actos, porque hay ‘actos de habla’, en el sentido del filósofo Austin, esto es, enunciados que constituyen ya un tipo de acción –una promesa, una aceptación o una dimisión, por ejemplo–, y que requieren si cabe un esfuerzo mayor de lectura, contextualización, comprensión y explicación, precisamente por las consecuencias directas e inmediatas que esa simple enunciación acarrea. Es lo que sucede con la reciente dimisión de Barcina como presidenta de UPN, que parece haber sorprendido a todos, y a pocos convencido. Una decisión objeto ya de encontradas interpretaciones, al margen de las estrictas palabras que acompañaron su anuncio. Al hermeneuta se le permite la lectura entre líneas o la búsqueda de estructuras subyacentes de sentido, siempre que respete el estado y las propias reglas del arte.
A nadie se le escapa que la situación de UPN es preocupante en la actual encrucijada de Navarra. El problema no es que UPN, después de una larga permanencia en el poder, haya perdido el Gobierno foral y pasado a la oposición, sino que ignore el motivo y los errores cometidos, pues entonces no sabrá cómo afrontar su nueva realidad. Lo que verdaderamente inquieta a sus militantes y a todos los ciudadanos navarros, es que después de las elecciones forales todo ha continuado exactamente igual en el partido regionalista, como si sorpresivamente nada hubiera sucedido. La derrota no ha hecho sino avivar las luchas de poder internas, que seguramente han sido la principal causa de la misma. Pretender hacer recaer sobre Barcina la responsabilidad de todos los males pasados manifiesta una enorme ceguera, además de mezquindad. Tal vez la única que al final ha comenzado a ver claro, haya sido ella, y por eso ha dimitido.
A nadie se le escapa que la situación de UPN es preocupante en la actual encrucijada de Navarra. El problema no es que UPN, después de una larga permanencia en el poder, haya perdido el Gobierno foral y pasado a la oposición, sino que ignore el motivo y los errores cometidos, pues entonces no sabrá cómo afrontar su nueva realidad. Lo que verdaderamente inquieta a sus militantes y a todos los ciudadanos navarros, es que después de las elecciones forales todo ha continuado exactamente igual en el partido regionalista, como si sorpresivamente nada hubiera sucedido. La derrota no ha hecho sino avivar las luchas de poder internas, que seguramente han sido la principal causa de la misma. Pretender hacer recaer sobre Barcina la responsabilidad de todos los males pasados manifiesta una enorme ceguera, además de mezquindad. Tal vez la única que al final ha comenzado a ver claro, haya sido ella, y por eso ha dimitido.
Una dimisión en política no se produce todos los días y, cuando llega, hay que valorarla. Memorable fue la de Adolfo Suárez, anteponiendo los intereses generales –España, la Corona, su propio partido– a los personales. No consiguió lo que pretendía, hacer reaccionar a su partido, la UCD, pero el gesto –visto en aquel momento como el reconocimiento de un fracaso– ha sido reconocido después. La ex presidenta navarra ya estaba políticamente desahuciada (fuera de las listas, del parlamento y del gobierno) y había anunciado su retirada con anterioridad a la dimisión. Si hubiera querido favorecer simplemente a los ‘suyos’ habría permanecido al frente del partido cuanto más tiempo mejor. Se ha pretendido justificar la polémica del verano sobre el congreso extraordinario con los argumentos de la renovación y la regeneración, cuando lo que realmente preocupa a unos y otros ante la inmediatez de unas elecciones generales (como sucediera meses atrás con las forales), es asegurar su puesto en la listas. Las reacciones inmediatas a la decisión de Barcina son bastantes elocuentes al respecto.
La dimisión de Barcina viene a romper esa dinámica perversa y suicida. Cuando los intereses personales o de facción prevalecen sobre los generales, las organizaciones se debilitan o corrompen y acaban desapareciendo. Ejemplos elocuentes existen en nuestra historia reciente. El próximo Congreso de UPN no puede ser uno más, y menos la revancha del anterior. Está claro que los regionalistas necesitan tiempo para hablar, para interiorizar los mensajes de la ciudadanía, y aun para discrepar entre ellos en la cordialidad, si quieren realmente rehacer el partido de abajo a arriba. Un congreso de ese calado, y abierto a la sociedad, no se improvisa. Comenzar por unas primarias no es mala solución. ¿Qué problema hay? ¿No es eso lo que se pedía hace unos meses para elegir al candidato? La fórmula de la Asamblea inducida por la decisión de Barcina es exactamente eso: unas auténticas primarias –un afiliado, un voto– para elegir al nuevo líder del partido, sin otro decorado que las distraiga, donde cualquiera que quiera presentarse pueda hacerlo, sin avales ni trabas de ningún tipo, presentando a la militancia su proyecto.
En esta coyuntura crucial, la fórmula facilita además que los debates del Congreso extraordinario, cuando se celebre, queden centrados realmente en las ideas. ¿Por qué ha de resultar provisional el nuevo líder? Que en el Congreso deba renovarse la dirección del partido no implica necesariamente que hayan de concurrir dos bloques enfrentados, menos si se ha trabajado previamente para recomponer la unidad. Si el nuevo líder elegido por la Asamblea, conocido o no hasta ahora, trabaja con cabeza y buena voluntad, sabiendo responder a las expectativas de los afiliados y a las demandas ciudadanas, ¿por qué habría de cambiársele en un futuro inmediato? La verdad del método se mide por los resultados. La decisión última de Barcina no soluciona nada en sí misma, pero permite abrir la puerta de una verdadera renovación en UPN. El no hacerlo ya no es responsabilidad de ella.
Publicado en Diario de Navarra, 1 de septiembre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario