"Cuando está machacado, surge el mejor Zapatero", González dixit. Felipe está contento y esa es una de las claves para valorar al nuevo Gobierno, un nuevo viejo Gobierno, un Gobierno más que fuerte, duro: un Gobierno duro para un presidente acabado, que se resiste con todo a dar la batalla por perdida, que pretende tomar la iniciativa, ponerse boca arriba y de pie, pero que al final da de sí lo justo.
Lo que queda del felipismo está contento porque Rubalcaba gana presencia y mando, a costa de la obispa laica y alguna de sus acólitas. "El presidente siempre gana", decía la vicepresidenta a propósito del affaire Tomás Gómez, pero ella ha perdido. De la Vega ha sido la gran víctima de la crisis de Gobierno, gracias a Dios, por mucho que el cardenal Rouco pronunciase un sentido responso político por ella. La procesión va por dentro y gracia a Doña Teresa su salida de Moncloa no le ha hecho.
Zapatero se ha desprendido de la antigua coraza suya personal, que venía siendo De la Vega, para sustituirla por un auténtico acorazado, Rubalcaba, que más que protegerle o sucederle a él, lo que va intentar es mantener la plaza de la Moncloa para el PSOE después de las próximas elecciones, es decir, evitar la catástrofe electoral que vaticinan las encuestan. Felipe y Rubalcaba se acuerdan de lo que sucedió en 1993, y quieren tomarse ahora la revancha de 1996.
Zapatero confía en Rubalcaba, pero Rubalcaba confía tal vez más en Felipe y en sí mismo, y ha puesto su propias condiciones a Zapatero. El regreso de Jaúregui del exilio no es obra de quién le envió a él (Zapatero) obsesionado por apartar de sí al felipismo, sino de quién le aprecia bien por haber hecho cosas juntos ya en tiempos de Felipe (Rubalcaba), entre otras, Jaúregui dirigió la campaña electoral que llevó a Felipe González a la victoria en 1993, pese a las encuestas. Y son sabidas sus buenas relaciones con el PNV con quien gobernó como vice-lehendakari haciendo valer lo que muchos consideran hoy en el País Vasco el 'mito de la transversalidad'.
Trinidad Jiménez también disfruta del doble favor de Felipe González y Zapatero, y ha medrado, haciéndose con la cartera emblemática de Exteriores, pese a su fracaso reciente en las primarias de Madrid (además de no dominar el inglés y de que quiso ser diplomática en su tiempo y no lo consiguió al suspender los exámenes de ingreso en la escuela). Y aquí está la clave fundamental. Más que contentar a la vieja guardia, a los barones o al propio partido, Zapatero ha buscado amurallarse rodeándose de sus fieles, con independencia de sus méritos.
Rubalcaba, Blanco y Trini, tocados tras la batalla de Madrid, son recompensados. A Pajín le ha tocado la lotería de por vida (dure lo que dure de ministra, siempre será ex ministra y cobrando), para asombro de la audiencia, que la ha visto moverse demasiado estos años. Lo que era un problema serio para el partido se soluciona con una cartera de ministra, la patada para arriba de las burocracias más cerradas. La niña de Zapatero se encumbra pisando a la niña de Chaves (Bibiana, pillada en Babia a la hora del relevo), que en esto no pueden ser iguales.
Con todo, es digno de celebrarse la entrada de Marcelino Iglesias en la secretaría de organización del PSOE. Hombre serio y dialogante que se ha ganado no sólo los votos sino también el respeto como Presidente en la Comunidad de Aragón. En situación de disponible, porque había anunciado que no se presentaría a la reelección autonómica, Zapatero se ha hecho con sus servicios porque es ante todo hombre de su absoluta confianza, y ha hecho valer su preferencia sobre las de Blanco para ese puesto. Lo que tenga que pasar en el PSOE, sucesión de Zapatero incluida, lo quiere controlar él de cerca (esperemos que en manos de Iglesias con menor torpeza que la que demostró -aconsejado por Blanco y Rubalcaba- ZP en Madrid).
Zapatero quiere ir a por todas en lo que se antoja ya un final largo de legislatura. Pero sin cambiar un ápice sus prioridades y sus modos políticos, o incluso, volviendo a lo que fueran sus principales señas de identidad en la primera legislatura: la política anti PP -la efectividad en la oposición de la oposición- y la apuesta del final de ETA para ganar las próximas elecciones, como alternativa que ofrecer a la débil o inexistente recuperación económica. Con hacer guiños a los sindicatos y a su izquierda para que los rotos producidos no vayan a más, y esa es la misión de los nuevos ministros de Trabajo y de Medio Ambiente -Valeriano Gómez y Rosa Aguilar-, frenar a los sindicatos y la propia irrupción de un partido verde en el escenario español, Zapatero se contenta. La suerte con Salgado está ya echada.
Retorno a la propaganda dura contra el PP es lo que nos espera, aunque se presente como 'mejora de la comunicación'. Es una política de alto riesgo por los cortacircuitos que puede producir. Que los encargados o directores de esa ofensiva contra la oposición para impedir que llegue al poder, vayan a ser los mismos -el tandem Rubalcaba Jaúregui- que afronten el fin de ETA de la mano del PNV, cuando ese final deseable exige para no repetir errores que todos los pasos que puedan darse se produzcan de acuerdo con el PP si quiere realmente ser una política de Estado, pues entonces esa doble tarea o función o es sencillamente imposible porque chocan entre sí, o no va a conseguir más que incendiar la política española, para mayor susto de los mercados y mayor pena de los parados.
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