Se cumplen diez años de ZP al frente del PSOE, de los cuales seis han transcurrido en La Moncloa al frente del Gobierno de España. Detrás de estas simples cifras, que podrían parecer exitosas en términos de carrera política personal, se oculta una terrible verdad. Zapatero llegó al poder de improviso, tras los sucesos criminales del 11-M, sin tener la más mínima experiencia de gobierno, ni siquiera de concejal; y sin saber gobernar continúa rigiendo los destinos de España. Es duro decirlo, pero esa tremenda verdad es la que explica todos sus grandes errores de cálculo y, como inevitable consecuencia, la situación al límite en que se encuentra actualmente España.
El estallido de UCD, la corrupción felipista, el 11-M. Los cambios de partido en el gobierno se han realizado en este país a golpe de sucesos inconmensurables, de hechos fuertes y trágicos todos. La constatación es inquietante, dice poco de nuestra normalidad democrática y parece abonar por contra el mito del fracaso y de la excepcionalidad española. Pero el hecho es que si se produce el triunfo del PP en las próximas elecciones -sea cuando sean éstas- habrá que hablar de nuevo de situación extrema para referirse al contexto en que se produjo el relevo en el gobierno.
Lo peor de todo es que, aunque parezca difícil, el fenómeno Zapatero puede repetirse. Después de 25 años de democracia española, a partir del éxito colectivo de la Transición, hemos generado una nueva generación de políticos -la de Zapatero- que no tiene más cultura que la de partido, que no tiene otra experiencia profesional que la de haber medrado dentro del partido, y que no tiene otra ambición que la de servirse del partido en la esfera pública. El manual del elector del partido es un pobre bagaje de preparación, ciertamente, para enfrentarse a los graves problemas de una sociedad compleja como la española de nuestros días.
Esta situación, no nos engañemos, se da en mayor o menor proporción en todos los partidos y ha puesto a prueba a la España construida desde la Constitución de 1978, particularmente la España de las Autonomías. Arreglarla va a requerir, guste o no, reformas estructurales de calado, posiblemente en la propia arquitectura constitucional, de las que nadie quiere hablar, para no contrariar al nacionalismo desbocado, pero que será inevitable hacerlas, mas pronto que tarde. Que Santiago Apóstol ilumine a nuestros políticos, ha pedido el rey ante el patrón de España. Falta hace, sí señor.
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