Dice Pérez Reverte que no admite lecciones de memoria histórica analfabeta; que ése es el problema, que esa memoria reescrita por políticos que no han leído un libro en su vida es muy peligrosa; que la suya no se agota en tres años de historia -los mitos de la guerra civil-, sino que abarca tres milenios; y que ya está bien de hablar de buenos y malos, que "cualquiera que haya leído historia de España sabe que aquí todos hemos sido igual de hijos de puta, todos". Vamos, que el que no sea un hijoputa, que tire la primera piedra.
No sé si se le puede dar a eso categoría de verdad, pero lo que sí parece mucho más claro es que nuestros políticos y sus atleteres se están hijoputizando enormemente de día en día, si es que no se han hijoputizado ya todos del todo. Maleado el que menos, nadie se anda ya con complejos ni rodeos, y se va por la directa. El lamento histórico de Pérez Reverte es que, a diferencia de Francia a fines del XVIII, no haya habido en España una guillotina en la Puerta del Sol que obligara a ser libre a la fuerza a quien no quisiera. "Nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media".
Nunca es tarde, y a la vista de lo que está sucediendo, no es fácil saber si nuestros políticos se devoran unas a otros porque permanecemos aún en el estado de naturaleza hobbesiano de guerra de todos contra todos; o porque a falta del trabajo de aquella gran guillotina, cada cual viene ahora con su pequeña guillotina para ir introduciendo espacios de libertad definitivos donde le parece oportuno. Esperanza Aguirre se descubrió tal cual es gloriándose a micrófono abierto de haber quitado un puesto en el consejo de Caja Madrid al "hijoputa". Todos entendieron que se refería a Gallardón, y de hecho el "innombrable" se sintió ofendido, sin saber que la presidenta de Madrid se comportaba así para impelirnos a ser más libres.
Por otra parte, quienes quieren ver rodar la cabeza de Gallardón en la Puerta del Sol y defienden a la lideresa, son calificados de "ultras" por los cruzados de la libertad que siempre ha representado El País. Inducidas por esta actitud hijoputizada de la insignia del grupo Prisa (que bravuconea ante la llegada de la bota del duce Berlusconi a Cuatro), algunas llamadas de telespectadores inteligentes envían ya calificativos de "hijoputas, sois unos fascistas" a algunos programas de la TDT donde la "derecha sin complejos" campea por sus fueros.
Las cosas en el gobierno no van mejor. Las vicepresidentas andan a palos, haciéndose mutuas trastadas a costa del sueldo de los funcionarios. Una, que presumía de mando, porque no está en la Comisión negociadora del Pacto; y la otra, que pecaba de ingenua, porque se ha hijoputizado. Si miden las palabras y no se mentan a la parienta, es por ideología de género y no por falta de ganas, porque están que se tiran de los pelos. Es una pena por la obispa laica, ya casi dimisionaria. El gobierno dice querer aunar voluntades, pero su rostro negociador (Salgado, Blanco y Sebastián) no sale ya bien en las fotos. Antes que una Comisión para el Pacto parece el Comité de Salud Pública, dispuesto a hacer rodar cabezas a diestro y siniestro.
La crisis es dura, nadie está para bromas, nadie se corta un pelo, todos hemos sufrido mucho. ¿Todos hijoputas? Evidentemente no, pero hijoputizados, me temo que sí. Con perdón del vocablo, que para mi propio susto dice de sí misma con una sonrisa mi mujer. Hasta los ciudadanos, que han aguantado lo indecible, se han hijoputizado, y se nota en las últimas encuestas, donde dejan caer al gobierno con placer. Todos hijoputas, no; hijoputizados, sí.