miércoles, 20 de enero de 2010

Resurrección de Haití


Haití se ha convertido desde el 12 de enero, como consecuencia del brutal terremoto, en un campo de desolación y muerte, en un gran cementerio, donde no se sabe si hay lugar a la esperanza. Las miradas del mundo se concentran en esa pequeña parte del globo, antaño puerta de un Nuevo Mundo -La Española- y que alzó después confiada la bandera de la libertad, siguiendo los pasos de Estados Unidos y Francia, antes de que lo hicieran los territorios americanos pertenecientes a la Monarquía Hispánica.

Una tierra de esclavos cobraba una enorme fuerza simbólica al arrancar de la Nueva Nación francesa -la patria de la soberanía nacional- su propia independencia. La filosofía del progreso no pudo, sin embargo, erigirse en el faro de la población haitiana, ni asegurar su perfeccionamiento. La dirección de la historia lejos de evidenciar un proceso de mejora de forma constante, ha conducido a evidentes retrocesos. No cabe hablar siquiera, para describir la evolución de Haití, de reproducción del declive a través del propio progreso. Las fuerzas de la naturaleza dificultan aquí la interpretación de que cualquier revés, por fuerte que sea, es algo pasajero o pueda ser incluso un claro estímulo para nuevos progresos.

Haití es hoy "el peor de los mundos posibles" y ante él la respuesta de la Comunidad Internacional no ha hecho hasta ahora sino manifestar sus mismas carencias, bastantes evidentes a propósito de las fuerzas destacadas de la ONU o del papel de la UE, más preocupada ésta última en discutir la filosofía de la ayuda o en criticar la iniciativa estadounidense, que en dar un paso adelante para compartir un liderazgo en la coordinación, que no es capaz en definitiva de asumir. Han hablado EEUU y Francia, pero no se ha escuchado aún realmente la voz de España en esta crisis que afecta a la antigua La Española, cuando Zapatero preside la UE, lo que sin duda favorecería una mayor receptividad de sus propuestas.

Cuando llega la hora de los hechos, al otro lado del Atlántico se llega tarde o no se llega. Estados Unidos ha anunciado que los huérfanos de Haití tienen las puertas de entrada al país abiertas. En España se dice que se acelerarán los trámites de adopción que ya estaban en curso antes del terremoto. Pero a todas las familias españolas que han contactado con los organismos oficiales para ofrecerse para acoger a las víctimas más débiles de esta tragedia, se les dice simplemente que en la práctica no es posible, al tratarse de un país perteneciente a la categoría de países en conflicto o expuestos a desastres naturales, por lo que las garantías para tener la seguridad jurídica de que puede procederse a la adopción son mayores.

Para quienes no sean duchos en leyes en general y españolas en particular, el asunto golpea al sentido común de la gente. Que la situación es desesperada es evidente; que hay miles de niños abandonados en la calle, también; que la posibilidad de que caigan en manos de mafias traficantes es ya un hecho, si no hoy mañana mismo. La realidad de Haití repugna a cualquier sensibilidad. Está muy bien que se defienda, apelando al Estado de derecho, que los inmigrantes sin papeles deben ser empadronados por los ayuntamientos (como se debate en España estos días a propósito de la actitud contraria del ayuntamiento de Vic). Pero, ¿no se puede hacer o proponer siquiera algo más?

¿Hemos de plegarnos a una interpretación sui generis del concepto de "perfectibilidad" que acuñó Rousseau para explicar la tensión entre progreso y declive? Para el ginebrino, como ha subrayado Koselleck, el ser humano está destinado a progresar, a dirigir todos sus esfuerzos a dominar las fuerzas de la naturaleza, a introducir los principios de la civilización en la esfera cotidiana, a organizarse política y económicamente según el uso creciente de la razón. Pero la otra columna del balance contabiliza la pérdida de la inocencia natural, la decadencia de las costumbres, la corrupción y el crimen, la quiebra de la integridad, en suma.

¿Vamos a conformarnos con la idea de que, en tiempos de globalización, esta tensión no se manifiesta en el tiempo sino en el espacio y que de forma inexorable unos están llamados al progreso acelerado y otros condenados a las mayores catástrofes? ¿Vamos a discutir si estamos ante una nueva ocupación de EEUU, como en Irak, o ya que quien lidera la intervención es esta vez el premio nobel de la paz vamos a implicarnos todos de verdad en la reconstrucción de esta pequeña parte del mundo, bastante asequible, aunque sólo sea para demostrarnos que otro mundo es posible?

La vieja Haití ha muerto. Pensemos y creamos en la resurrección de Haití, en un futuro abierto, de progreso razonable y, más que sostenible, sostenido. Lo que Haití necesita no son discursos progresistas, anclados en un concepto ingenuo y desnaturalizado de progreso, pero incapaces de hacerse cargo del alcance real de los problemas y de resolverlos, sino recursos técnicos y apoyo político y cívico para construir una sociedad y unas instituciones habilitadas para combatir las propias servidumbres que la naturaleza impone de forma salvaje en el Caribe.

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