Esto es lo que nos brinda el gobierno en tiempos de crisis para aliviar nuestra suerte, el aborto como algo que "permite disfrutar de la sexualidad de forma segura", ha afirmado la número tres socialista Leire Pajín. No hay que entrar en mayores honduras, y menos perder la cabeza con cuestiones metafísicas, que ni el ministro de educación es capaz de resolver. Se acaba con el bicho y ya está, que como ha dicho la ministra de igualdad Aído todos somos seres vivos, que no seres humanos, mientras no diga lo contrario el gobierno, y éste ya ha sentado doctrina. Estamos ante una variante más del pensamiento mágico de Zapatero, al que le basta con nombrar las cosas para que sucedan, pues es evidente que no es fácil explicar en base a qué asombrosos poderes la bicha se transforma en ser humano en el tránsito de la semana 13 a la 14.
Resulta una enorme frivolidad hablar del aborto en esos términos. Zapatero anda ocupado estos días en decretar el cambio del modelo productivo, de forma mágica igualmente. Pero los ladrillos no se convierten de la noche a la mañana en ordenadores, ni éstos generan por sí solos conocimiento, innovación y desarrollo. Es sumamente dudoso que Zapatero pueda obrar un cambio sustancial en el modelo productivo español. Por desgracia, es mucho más probable que lo consiga en el modelo reproductivo. Hablan alegremente del aborto, como si de un bien colectivo se tratara, porque se ha alejado del horizonte cualquier sentido del bien común. Llama la atención que se discuta y se favorezca el aborto y que no se perciba ninguna preocupación paralela por la tasa actual de natalidad española (1'3 hijos por mujer), ni se desarrolle ninguna política de ayuda real a la familia.
El contraste con países de nuestro entorno es notable. Una portada del Figaro Magazine se preguntaba en 1985, rotulando una imagen de un busto de Marianne, el símbolo de la república francesa, envuelto a modo de turbante musulmán -ocultando la mitad del rostro- con la bandera francesa: La France de l'année 2000, sera t'elle française? El debate estaba servido, y eso que el número apenas se limitaba a recoger un dossier de proyecciones demográficas, a partir de las tasas de natalidad y fecundidad del momento, firmado por el célebre Alfred Sauvy. El mismo autor que en 1952 introducía el concepto de tercer mundo, asociándolo al tercer estado que obró la revolución francesa -un mundo ignorado y despreciado que reivindicaba él también un lugar en la historia-, alertaba ahora sobre el cambio social, cultural y político de enormes consecuencias que podía sobrevenir de inmediato en Francia a la vista de las fuertes diferencias que se registraban en el comportamiento demográfico de la población inmigrante de origen no europeo en Francia y la propiamente francesa.
El cambio no se hizo esperar y cualquier familia española envidia hoy las ayudas oficiales por hijo, sostenidas hasta que cumple los 18 años, de que disponen los franceses, entre otras cosas. En España invertimos en ideología y nos inventamos la Alianza de Civilizaciones, pero no nos atrevemos o nos molesta cualquier referencia a España como comunidad nacional, y no parece que nos importe gran cosa su futuro. No se trata de rearmar el nacionalismo español, ni de recrear el mito de la España rota argumentando que España pueda desaparecer al tiempo que su población; menos aún de resucitar políticas fascistas que inciten a la procreación de la raza superior. Ese es nuestro talón de Aquiles, que todo lo reducimos a ideología para no entrar al fondo de las cuestiones ni dar razón de la política que hacemos. Nuestro problema inmediato no es el de una España rota o en liquidación, sino el de una política rota y en descomposición por pura adulteración ideológica.
Trasladar al aborto el lenguaje de los derechos es banalizar la vida del no nacido. No se habla ya siquiera de interrupción voluntaria del embarazo, sino del derecho a decidir libremente la maternidad. Suavidad en la forma para ocultar la tragedia de fondo, sin que se haga ninguna referencia al drama personal que supone la experiencia del aborto en toda mujer, ni a la huella que deja. Igualar el derecho a votar con el supuesto derecho a abortar no es sino una violación de ese lenguaje de los derechos y libertades, que poco ayuda a fortalecer los cimientos de nuestra convivencia. Hacer del aborto una simple prestación sanitaria más, como si de un avance del estado de bienestar se tratara, es dar nuevos motivos a quienes ya sentencian su muerte. Eufemismos que hagan más atractivo y digerible el antiguo discurso feminista radical de los años sesenta y setenta, que hoy se antoja bastante ramplón.
El aborto como exponente de la liberación de la mujer. La mujer como bien absoluto. En ningún caso irá a la carcel una mujer por abortar, proclama gravemente la ministra Aído, como si las pobres abortistas hubiesen llenado las cárceles de este país. Una mujer no, nunca, pero un médico sí. Puede quedar inhabilitado e ir a prisión tanto por negarse a practicar abortos legales como por realizar abortos ilegales. "Desde el Gobierno no podemos entrar en su casa y decirle a una hija lo que tiene que contar a sus padres, sólo faltaría", ha afirmado Aído; pero el gobierno sí puede entrar a saco en la conciencia y succionarla. No hay lugar a la objeción de conciencia, por parte de los profesionales. Todos, mujeres y médicos, liberados de la carga: fuera bicho y fuera conciencia. Pero eso sí, el gobierno "confía" (ingenuamente) en que ningún médico desaprensivo (cualquiera puede serlo desposeído de su conciencia) se "atreva" a cruzar la raya que marca la ley. Si con la actual ley, de despenalización de algunos supuestos, se han cometido tropelías sin nombre, la suposición de que con la nueva -el aborto elevado a la categoría de derecho- se van a evitar los abusos, no es más que un secreto más del pensamiento mágico de Zapatero.
El imaginario de la mujer víctima siempre del macho bárbaro, posesivo e incomprensivo planea sobre toda la ley, que no oculta su violencia contra los médicos, como si todos fueran varones, como si los colegiados fueran el último ay del machismo, que se refugian incluso en insalvables obstáculos de conciencia porque ellos no sufren las consecuencias del embarazo no deseado. El aborto como solución, aunque no solucione nada, aunque haga más insoportable el miedo de la mujer (liberada) a la soledad, su nostalgia de no haber sabido dejar raíces en nadie, ni de haber querido que alguien echara raíces en ella... Y poco importa que haya entre los médicos más mujeres que hombres. Qué paradoja. En ningún caso irá una mujer a la cárcel por abortar. Pero sí una mujer por negarse a que otra mujer aborte, como profesional de los servicios de salud.
Zapatero pretende alinearse con las mujeres en su lucha contra los varones, pero lo que está favoreciendo es la guerra más actual de mujeres contra mujeres, separadas por la ideología o saturadas de ideología. Cada vez son más las mujeres cansadas de ese juego ideológico, de las cuotas, de que sólo se les tenga en cuenta por ser mujer, y no por sus méritos o capacidades. Hartas de que se hable de futuro cuando se niega la vida y lo que se hace es consagrar el mayor de los pasados, los tiempos seculares cuando el poder de la mujer y sus armas consistían únicamente en ser mujer. Cada vez son más las mujeres conscientes de que secundando la propaganda feminista, no se independizan en realidad, sino que -como decía Carmen Martín Gaite en 1965- simplemente cambian de mentor, y "la autoridad aparentemente inocua, pero firme e insoslayable de este nuevo manejador invisible de su voluntad no se desasemeja tanto de la autoridad coactiva ejercidas sobre nuestras abuelas por padres, maridos y confesores". Menos ideología y más antropología, señor Zapatero. Seguro que las mujeres se lo agradecerán.