El señor Álvarez Cascos, ex político de Aznar, ha cogido una buena porque el partido no lo quiere como candidato del PP en Asturias, y no lo quiere porque el señor Cascos quería pasar del partido y hacer y deshacer a su antojo, haciendo gala de sus modales autoritarios. Algunos lo querían si no como Caballo de Troya al menos como chichonera para cuando hiciera falta contra Rajoy. Pero ahí se ha quedado, compuesto y sin candidatura. Pretender levantar la bandera de los críticos cuando las encuestas glorifican al actual líder del PP -con casi veinte puntos de ventaja sobre los socialistas- es todo menos inteligente, pero en fin, no han faltado supuestas cabezas como la del director de El Mundo que han anunciado a varias columnas el triunfo de Cascos si se presentara en solitario a la aventura electoral.
Es como lanzarle por el despeñadero, pero seguramente nadie, ni siquiera su amiga Esperanza Aguirre, hará nada por impedirlo, para no dejarse arrastrar por él. El suicidio político cuando ya nada se es ni se tiene puede aparecer como la única salida posible para determinados espíritus. Y en política nadie tiene la obligación de evitarlo, a no ser que el interfecto pueda llevarse al partido o -lo que es peor- al país detrás consigo, lo que no es el caso de Cascos en estos momentos. Cascos hizo gala de su poder y se le cortejó en otros tiempos, comprometiendo la imagen del PP, como sucedió con ocasión de su boda civil por todo lo alto, acontecimiento simbólico que sólo pudo olvidarse por superación con la boda religiosa de la hija de Aznar en El Escorial, lo que terminó de socavar los cimientos del refundado PP.
Si el ex vicepresidente y ex ministro de Fomento con Aznar prestó servicios también ha causado daños, y ahora está pagando los platos o los cascos rotos. Nadie es imprescindible, y menos cuando se ha ido y quiere volver. Situación distinta es la del actual presidente Zapatero, que no quiere irse y su suicidio político puede dejar laminado -además de al país- al partido, mucho más que cualquier vieja apisonadora tipo Cascos. Por eso, si los críticos de Rajoy y amigos de Cascos callan ahora ante la salida de tiesto del asturiano, los truenos sin embargo comienzan a oírse cada vez más fuerte en el PSOE y cerca de Zapatero, contra quien va dirigidos. Pero nada, él firme, y si la tormenta de la crisis se empeña en seguir sumiéndonos en la oscuridad, siempre quedará como baza política personal la última centella de ETA, diga lo que diga Rubalcaba, que ya ha dicho hoy que el comunicado emitido esta mañana por los encapuchados no es el que cabe esperar.
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