Benedicto XVI estuvo en España el fin de semana pasado, en Santiago de Compostela y en Barcelona, y todo aquel que ha querido preservar la pose de intelectual progresillo se ha visto en la obligación de tener que decir algo en contra, o más bien de repetir tópicos, y presentar al personaje como oscurantista o de ideas retrógradas, encubridor de clérigos pederastas, nostálgico de Trento y de España como reserva espiritual de Occidente y, por supuesto, impenitente en la defensa de valores morales trasnochados, sea a propósito de la familia, del matrimonio o del aborto.
Nuestros pseudointelectuales o aprendices de plumilla asumen de forma acrítica que modernización y secularización van de la mano, y que han de significar necesariamente la desaparición de la religión. Por lo tanto, a lo más, se respeta de manera condescendiente al creyente, como a un pobre infante que necesariamente habrá de madurar con el tiempo, pero al principal responsable de que continúe extendiéndose el credo católico, a ese se le aprietan las clavijas todo lo que se pueda, haga lo que haga, y diga lo que diga.
La verdad es que la venida del Papa ha sido todo un éxito, no ya para los creyentes que lo han arropado calurosamente en los distintos actos y han podido sentirse encendidos o reconfortados con sus palabras, sino atendiendo también a los indicadores más rastreros que se suelen utilizar al efecto. Que una misa y un angelus puedan ser equiparables en audiencia televisiva a un partido de fútbol puntero hace ver que el Papa y sus seguidores no son tan majaderos como algunos pretenden, y que muchos españoles no creyentes o no practicantes han apreciado también el valor de la visita, de las palabras y de los gestos de Benedicto XVI.
El Papa se ha volcado con Gaudí, sabedor de que es un santo civil catalán, y le ha devuelto todo su buen hacer por la difusión del Evangelio. Modernismo catalán y religión se aúnan de manera natural en el genio de la Sagrada Familia, hoy ya Básilica, para desasosiego de los militantes ciegos de la vieja teoría de la secularización. Por lo demás, qué va a decir el Papa sino repetir la doctrina de la Iglesia ante sus fieles. Otra cosa hubiera sido la bomba. La paradoja es que quienes presumen de laicistas terminan siendo más papistas que el Papa, pretendiendo imponer hasta a la propia Cátedra de Pedro los dogmas del fundamentalismo laico.
Europa no es ya el modelo, sino más bien la excepción en la nueva dinámica de la religión dentro de las sociedades avanzadas. De ahí, desde una perspectiva de iglesia, la preocupación del Papa por Europa, y dentro de ella por España. De ahí, desde la perspectiva política, el anacronismo en que se ha movido Zapatero, como campeón de un pretendido neoanticlericalismo como signo identificador de la izquierda. Que el presidente español recula es evidente, como demuestra el aparcamiento de la llamada eufemísticamente Ley de Libertad Religiosa, con la que se quería hacer caja.
Antes resultaba que era una necesidad imperiosa de la democracia, ahora se argumenta que sería un factor de división de los españoles, manifestando una vez más el PSOE cierto infantilismo político al considerar crédulos infantes a los demás. Zapatero ha reculado ante el Vaticano, dentro de los giros que viene prodigando últimamente, en su particular intento de transfifuración. Pero se ha reservado el gesto, pueril, y en ese sentido irresponsable, de irse de España cuando venía el Papa.
Ha huido lejos, muy lejos. A Afganistán. No para retirar las tropas españolas allí destacadas (qué menos cabía esperar, cuando se realiza el viaje que hasta ahora no había tenido tiempo de hacer) sino para que las tropas españolas le protejan a él del enemigo vaticano. El acto ha sido tan deliberado y tan fuera de lugar que ha sido necesario un Real Decreto (1433/2010, de 3 de noviembre) para designar a Rubalcaba como Presidente de la Delegación para los actos de recepción del Papa en sustitución del presidente Zapatero.
Con todo, no ha sido esto lo más llamativo de las respuestas a la visita del Papa. No gusta que el Papa dé lecciones, pero se pretende dar lecciones al Papa. El avezado ministro de la Presidencia Jáuregui responde a las críticas de laicismo referidas a determinadas políticas del gobierno español hablando de laicidad positiva. No deja de ser una ironía, pues ese es un concepto formulado por el propio Benedicto XVI y retomado luego por Sarkozy. Nuestros socialistas, que no andan muy finos, beben de Sarkozy para salir del paso, manifestando de nuevo orfandad de ideas, desconocimiento y, lo que es más grave, vulneración de los derechos de autor. Y luego presumen de intelectuales y de amparar a la SGAE.
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