La derecha de este país aún no se ha enterado de lo que es el progresismo, y ya va siendo tiempo, ahora sobre todo que un nuevo progresismo campea por sus fueros en estos pagos por obra y gracia de Zapatero. Del viejo trilema revolucionario francés Libertad, Igualdad y Fraternidad lo que prevalece sin duda es la fraternidad, una gran fraternidad. La fraternidad se alza hasta por encima de la libertad y de la igualdad. En nombre de la fraternidad se acaba relativizando la división e independencia de poderes, que es garantía del auténtico espacio de libertad. Y, como un acto de fraternidad, se pueden también justificar las grandes diferencias entre iguales apelando a la libertad. Es lo que está sucediendo en los últimos días con los hermanos Garzón y Bono.
La bohême progresista, respaldada por miembros del gobierno socialista, se ha movilizado en favor del juez Garzón, para evitar que la Falange y los hijos de la dictadura -con quienes Zapatero siempre ha querido identificar al PP- se salgan con la suya y acaben con los logros históricos del progresismo de los últimos años. Artistas, intelectuales y sindicatos se encierran o cierran filas con el juez estrella, el juez conferenciante, el juez socialista; y como si de un poder revolucionario se tratase, intentan presionar al Tribunal Supremo, como antaño en torno a las sociedades secretas, las logias masónicas o los soviets se constituían poderes paralelos contra los poderes legales.
Son los mismos que preconizan la acción directa contra los corruptos del Gürtel, obviando los tiempos y garantías procesales, más preocupados en descalificar al PP como alternativa de gobierno -cuando más evidente se hace la ineficiencia de Zapatero-, que en defender la dignidad de la política y las instituciones. Amparado en la bendita fraternidad el gobierno sigue demostrando que sólo sabe hacer oposición de la oposición, en detrimento de los verdaderos intereses de los españoles, dejados a su suerte en esta dura situación de crisis. Y en nombre de la fraternidad otros prescinden de las facultades intelectuales, se renuncia a cualquier actitud crítica hacia el poder constituido (por los hermanos) y se convierte a la oposición en un auténtico enemigo simplemente porque -digan lo que digan o hagan lo que hagan- no son ni pueden ser de los nuestros. Esa fraternidad es puro sectarismo.
Con todo, no todos son iguales entre los nuestros. Así se lo está pasando la derecha por las narices al hermano Bono. El socialista cristiano manchego, lejos de imitar la pobreza evangélica de los primeros cristianos, que tanto cautivó al primer socialismo de Saint-Simon, prefiere los palacetes de los obispos a quienes tanto crítica. La prensa maligna le está sacando áticos y pisos millonarios hasta debajo de las piedras. Es la extrema derecha, muy montaraz, una vez más, dice él, la que se empeña en difamarle y calumniarle, para hacer creer que todos son iguales o están unidos por la misma corrupción que está abrasando al PP. Iguales ciertamente no. Puestos a defender al pobre Bono, los hermanos y amigos no tienen más remedio que reconocer que lo suyo no será muy socialista, pero no es ilícito. ¡Santa fraternidad que está socavando los cimientos de la política!
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