La política española ha entrado en modo Sánchez, es decir, en una dinámica impredecible. El objetivo principal del nuevo presidente de Gobierno es mantenerse en Moncloa para afirmar al PSOE de cara a las próximas elecciones y así poder continuar él en Moncloa. Si de ello se deriva algún bien para España, estupendo. Si no, ya vendrán otros a arreglar los posibles desaguisados. Es una manera muy burda de decirlo, lo cual no quiere decir que no sea verdad.
Los hechos hablan por sí solos, y por supuesto admiten distintas interpretaciones. Sánchez estuvo rápido con la moción de censura. Ni consulta a las bases ni reuniones previas de los órganos del partido. No se podía fallar la ocasión. El Rajoy incombustible, el hombre que sabía medir los tiempos, fue destrozado por el tornado de una tormenta perfecta. La última imagen de Rajoy, no obstante, renunciando a todo antes de desaparecer, deja un claro mensaje en clave de regeneración democrática a quién pudiera alimentar el propósito de ser presidente por un día para disfrutar de las prerrogativas de expresidente el resto de su vida.
La moción tuvo poco de constructiva, fue una alianza negativa, sin programa ni negociaciones previas, al menos aparentemente. Sánchez invoca el sentido de estado para asegurar la estabilidad política, pero excluye del diálogo a quienes eran sus interlocutores hasta ayer para las cuestiones de estado. Ni el asunto de los presos de ETA ni la situación catalana han sido habladas con el PP y C’s por el actual gobierno. ¿De qué va a hablar Sánchez con Torra el próximo 9 de julio? ¿De la agenda preparada por el líder de Podemos, embajador de Madrid en Cataluña? ¿Qué medidas supeditadas a una reforma constitucional pueden ofrecer sin contar con el PP? ¿O se trata de explorar las posibilidades de un ‘régimen post78’ con el concurso una vez más de los nacionalistas?
Para el presidente Sánchez la fractura social de Cataluña es responsabilidad del anterior Gobierno de Rajoy, no de quienes utilizaron la Generalitat contra el Estado. Seguramente la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, una prioridad nacional, podrá reparar esa brecha poniendo fin a una crisis política abierta desde… ¿la Transición? El discurso lo tiene armado Podemos desde hace años y, si le dieran ocasión desde la nueva RTVE, el vicepresidente oficioso del gobierno (que no cesa de manifestar su voluntad de darle otra vuelta de Tuerka al ente público) lo adaptaría a conveniencia, siguiendo la experiencia de la TV catalana (todo un ejemplo de pluralidad, y que nadie toca).
En la política española no hay pudor ni para esconder las propias obsesiones. La de Sánchez es construirse la imagen de presidente, con álbum de fotos incluido (qué mejor jefe de gabinete que un experto en marketing político). En el PP, que también ha entrado en modo Sánchez, es decir, en una dinámica impredecible, algunos juegan a destruir la imagen de otros (Margallo obsesionado con la exvicepresidenta), o a recomponer si fuera posible la personal. Resulta casi surrealista el ofrecimiento de Aznar para reconstruir el centroderecha, olvidando de manera interesada que los lodos de la corrupción que se han tragado a Rajoy, provienen de los barros de Matas, Esperanza Aguirre o Zaplana, aznaristas confesos.
El PP juega ciertamente a la ruleta rusa con vistas al próximo congreso del partido. La sombra de Aznar sobre Casado es presentada por el joven candidato (que apela al relevo generacional) como garantía de unidad; mientras que las dos mujeres que pugnan entre sí por convertirse en la primera presidenta del gobierno de España no pueden desprenderse de la herencia de Rajoy. La aparente ventaja de Cospedal como secretaria general que dispondría de un mayor control sobre el aparato del partido para la elección de los compromisarios, puede quedar anulada por figuras como Arenas que lo saben todo y se sitúan al lado de Soraya, la candidata más alejada de la historia y estructura del partido, y que podría tener mayor tirón electoral. Toda esta incertidumbre beneficia a Sánchez y mantiene a la espera a un descolocado Rivera.
El modo Sánchez genera también un compás de espera en Navarra, no menos impredecible. Cerdán, un fiel del presidente Sánchez, se precipitó a la hora de bendecir el futuro gobierno progresista de la Comunidad Foral donde, sin grandes matizaciones, situaba al PSN al lado cuanto menos de Geroa Bai como signo del nuevo tiempo político. Los nacionalistas, encantados, sin duda. No es un escenario imposible. Quedan por ver las últimas actuaciones en Navarra del circo Podemos, y cómo pueden afectar al incremento del voto socialista. ¿Hasta el punto de adelantar a Geroa Bai? El efecto Sánchez lo puede favorecer, pero ¿se mantendrá éste sin debate alguno de aquí a las próximas elecciones forales?
Publicado en Diario de Navarra, 8 de julio de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario