En unas elecciones históricas, España se ha teñido de azul. El 20-N ha catapultado al PP a las alturas con la misma fuerza con que ha arrojado al PSOE a los infiernos, infligiéndole un duro castigo por la inconsistencia de la política de Zapatero y los propios errores de Rubalcaba durante la campaña. De igual manera, no han sido únicamente los efectos devastadores de la Gran Recesión los que han dado la victoria al PP. Se trata también de un particular triunfo de Rajoy después de haber sufrido durante ocho años una doble oposición: la constante política anti-PP del Gobierno socialista y la oposición interna del sector más duro de su propio partido. El hecho de haber superado la mayoría absoluta de Aznar supone un premio de consolación para Rajoy (como lo tuvo el viejo Job después de sus infortunios) y afianza en el partido la apuesta por la moderación, para tranquilidad de todos los ciudadanos.
Porque, sin duda, es inquietante el poder tan hegemónico que ha terminado de conquistar el PP en todos los ámbitos del gobierno para los próximos años, por titánica que se antoje la empresa a realizar que le han confiando las urnas. Urge la reconstrucción del PSOE y es deseable que se produzca de la mejor manera posible, sin ventajas, vetos, ni represalías internas de ningún tipo. Pero importa y mucho para el correcto funcionamiento de la democracia y para el futuro inmediato de España que el nuevo líder de la oposición tenga la madurez y experiencia necesarias para recuperar el espíritu de consenso que tan alegremente ha arruinado Zapatero y que tan imprescindible va a resultar para acometer las grandes reformas que se avecinan. Las graves circunstancias presentes que han disparado la alarma social, no toleran ya el infantilismo político ni la falta de responsabilidad por parte de nadie.
Pero el 20-N no ha arrojado únicamente los mejores y peores resultados de la democracia para los grandes partidos, PP y PSOE respectivamente. La victoria de CiU en Cataluña, bajo la bandera del pacto fiscal y desbancando al PSC en unas generales, ha sido también histórica, como el hecho de que el partido con más fuerza en Madrid sea el heredero de Batasuna, por encima del PNV (aunque no haya superado a éste en votos en la CAV). La presencia reforzada de UPyD en el Congreso como fuerza de choque contrapuesta al nacionalismo puede resultar, en ese sentido, útil y cómoda para el PP. El interés principal, no obstante, va a estar en la actitud que adopten los nacionalismos moderados vasco y catalán (de emulación o contención) respecto al discurso y a las exigencias del nacionalismo radical, crecido y dispuesto a rentabilizar políticamente el fin del terrorismo de ETA. Si esta cuestión reviste enorme importancia para todos, las prioridades inmediatas de los nacionalismos pueden manifestarse, sin embargo, en la actual encrucijada, muy alejadas de las preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos. La manera de articular esta disparidad de tiempos será otra prueba de madurez para todos.
La reflexión se puede trasladar también a Navarra. El interés del 20-N estaba aquí fundamentalmente en si la política de bloques favorecida por UPN y el efecto llamada de Bildu, que acabó por desarbolar a la antigua NaBai llevándose consigo a Aralar, dejaría fuera del mapa político a los resistentes de la nueva Geroa Bai asediados por Amaiur. Contra todo pronóstico, la nueva formación, gracias a los aportes de los independientes antes que del PNV, ha revalidado el escaño de Uxue Barkos. El hecho, resuelto por un escaso margen de votos, tiene un fuerte significado simbólico. En el solar navarro todos somos vecinos de escalera, pero Geroa Bai ha conseguido delimitar un espacio político, libre ahora de cualquier sombra del entramado político de ETA, que esconde un potencial político de carácter transversal, capaz de recibir votos no nacionalistas y de llegar a acuerdos con otras fuerzas de centro izquierda, dejando como polos extremos de referencia a UPN y Amaiur.
Aunque UPN-PP no ha conseguido capitalizar el vendaval Rajoy y ha perdido incluso votos, a partir de los resultados del 20-N no se infiere ni la posibilidad ni la conveniencia de una operación de sustitución del actual gobierno foral, como se ha especulado incluso antes de las elecciones. El socialismo navarro necesita rehacerse tanto como el PSOE a escala nacional, asumir sus recientes fracasos electorales y renovar su liderazgo para preservar la propia organización, antes de pensar en liderar cualquier gobierno alternativo. Geroa Bai, por su parte, tiene que demostrar que además de liderazgo tiene equipo y organización detrás, antes de poder asumir responsabilidades de gobierno. UPN como principal fuerza responsable del gobierno tiene que ser consciente de sus limitaciones actuales de discurso y de la creciente exigencia social de ejemplaridad pública en todas sus actuaciones. El 20-N abre tiempos de madurez, de moderación y de responsabilidad para todos.
Publicado en Diario de Navarra, 22 de noviembre de 2011
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