La expectativa de una nueva política en Navarra, levantada en las pasadas elecciones autonómicas, parece disiparse por la misma aceleración de los hechos. La sorpresa electoral de Bildu hacía planear la duda sobre quien tiraría de quién en el futuro, si NaBai de Bildu, ejerciendo de maestro de ceremonias en la iniciación democrática de Batasuna, o, por el contrario, si Bildu-Batasuna de Nabai, haciendo peligrar el proceso que inició en su día la izquierda abertzale con Aralar, valiente al rechazar el terrorismo de ETA. El anuncio del adelanto de las elecciones generales al próximo 20-N ha despejado rápidamente la incógnita.
Lo que fue creado a instancias de Aralar (NaBai), se quiere destruir ahora con la complicidad de los propios dirigentes de Aralar, aunque éstos sean “sacrificados” en la operación. Aralar ha cedido a la presión y exigencias de Batasuna, sin que Batasuna haya dado todavía ninguna prueba fehaciente de su desmarque de ETA. Al final se ha vuelto al principio, a la casa del padre, y por muy seguros que estén algunos de que esta vez se llegará a la tierra prometida, no sabemos exactamente de qué se trata, si de la sempiterna llamada de los ídolos de la tribu para realizar la eterna nación soñada o de la necesaria apuesta democrática hasta ahora negada.
La duda expresada es más que razonable, y prueba de ello es que la decisión de Aralar de concurrir a las elecciones integrándose en un gran bloque nacionalista, ha sido contestada por buena parte de las bases del partido y antes por el resto de los grupos de la antigua coalición: PNV e independientes. Agrupados estos últimos en la recién constituida asociación Zabaltzen, han hecho un sorprendente llamamiento a la política de principios, con un expreso reconocimiento de la diferencialidad de Navarra como sujeto político, que llama la atención frente a los intereses geoestratégicos de que hace gala la política navarra dominante. La actual situación personal y política de Uxue Barkos ha engrandecido su figura.
La formación del bloque nacionalista ha reforzado la posición tradicional de UPN. Ante una posible victoria del nacionalismo vasco en las urnas que le haga aparecer como la principal voz de Navarra en el Congreso, Barcina ha apelado a la formación de otro bloque, la coalición UPN-PPN con el objeto de frenar la expansión nacionalista. Este planteamiento ha suscitado la respuesta airada del ex presidente navarro, que había puesto su nombre por encima de las siglas del partido, postulándose como candidato para encabezar las listas, y que ha visto traicionadas las líneas políticas maestras por él definidas, que pasaban por el distanciamiento de UPN del PP, aunque haya sido Sanz el inmediato inoculador en Barcina del miedo al nacionalismo como argumento ideológico y reclamo electoral.
La política de bloques sacrifica los principios y a las personas, y para la audiencia la actitud de Sanz es vista como la de quien ha perdido el poder y la iniciativa política, y se resiste a aceptarlo. El debate principal del momento es la determinación de la potencia rectora que ha de situarse al frente de la reunión de las partes para hacer efectiva la acción del bloque como un todo. De un lado, está claro que a ese papel nunca ha renunciado Batasuna, ni va a hacerlo ahora, y Aralar lo acepta. Del otro, ha sido UPN quien se ha acercado al PP, pero el partido regionalista se esfuerza por llevar directamente la negociación con los líderes populares nacionales, obviando a los dirigentes del PPN, para dejar a salvo la percepción dentro de Navarra de que es UPN quien ejerce ya de hecho esa función rectora.
La política de bloques de UPN y Batasuna consagra una dialéctica identitaria fuertemente ideologizada que conduce por sí misma a la desaparición o marginación en Navarra de las fuerzas y actitudes más moderadas en los diferentes espacios políticos. Es algo que ha sucedido en el pasado con PNV y CDN, que se está dirimiendo ahora con los independientes de NaBai y que plantea un interrogante respecto al futuro del PSN, que pese haber sido el gran perdedor el pasado mayo, se encuentra instalado en el sistema, pero es incapaz de explicar el papel que desempeña hoy en la política navarra, a modo de convidado de piedra en el Gobierno Foral junto a un partido que pacta electoralmente con su principal adversario a escala nacional.
A todos asisten razones para justificar la dinámica de bloques. Se antoja difícil derribar telones de acero que la sociedad navarra rechaza de fondo, ansiosa de un mayor respeto a la pluralidad del cuerpo social y al roce saludable propio de la convivencia cotidiana. La política de bloques esconde siempre intereses, clientelares o de otro tipo, en la defensa del statu quo para hacer creer que nada ha cambiado o que nada puede cambiar. Pero, hablando de telones y de bloques, la historia atestigua que la política y la sociedad son constitutivamente abiertas, y que toleran no sólo cambios paulatinos sino también inesperados y súbitos, que favorecen a la postre no a las posiciones más extremas y radicales, sino a las moderadas y templadas, fuente y exponente -allá donde se encuentren- de las mejores virtudes cívicas.
Publicado en Diario de Navarra, 16 de septiembre de 2011
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