España se encuentra esperando no se sabe a qué. No porque nadie sepa qué le conviene a España, sino porque nadie da realmente un paso en esa dirección. Nadie es inocente, pero no todos son igualmente responsables de una situación crítica que ha desandado ya buena parte del camino recorrido colectivamente desde la instauración de la democracia y que amenaza con hipotecar el futuro de varias generaciones de españoles. En un mundo trepidante, como el que nos brinda la tecnología, la espera produce desdén, pero puede conducir del desprecio a la ira cuando esa espera se antoja sin sentido a los ojos de quienes la sufren. Una cosa es la paciencia, otra la resignación y una tercera la tontería. Y de tonterías de sus políticos, los españoles están dispuestos a admitir ya las justas.
Zapatero sigue esperando a que por arte de magia se aquieten esss aguas turbulentas que son los mercados, y las manos negras visible o invisibles que los agitan y juegan con la prima de riesgo de nuestra deuda y el déficit, poniendo a España un día sí y otro también en alerta roja. O espera cuanto menos a que una voz interior le revele los tiempos más favorables para la convocatoria de elecciones generales. Mientras tanto Zapatero no hece nada más que exigir responsabilidades ante la crisis a quien le solicita el adelanto electoral, como se pudo ver en el pasado debate del estado de la nación, ante la insistencia del PP en ese sentido. Zapatero espera, no se sabe realmente a qué ni para qué, porque cualquier argumento suyo queda inservible al minuto siguiente, y esa espera se hace insufrible.
El flamante nuevo candidato oficial socialista, Rubalcaba, se ha instalado también en una posición quasi-metafísica, por mucho que presuma de realista. Ha precipitado su salida del gobierno bien por el posible adelanto electoral, bien porque pretenda desentenderse de la gestión de la crisis, de la que ha sido hasta tan responsable como Zapatero. Su proyecto, tal y como lo ha presentado a los suyos, es para cuando se supere la crisis. Pura expectativa de futuro bajado del cielo. Con ello podrá devolver el ánimo a los socialistas más ingenuos, pero no inspira confianza alguna a la sociedad española que ve cada día como se le abre el suelo bajo sus pies, y no comprende ni admite esa espera sin sentido.
Rajoy también espera, y mientras tanto tampoco hace nada más que reconcomerse pensando en que aunque este tiempo de inacción seguramente le favorezca electoralmente, es angustioso y enormemente costoso para el país. Porque si no lo pensase sería cómplice de esta situación, y el más miserable de todos en el juicio final, con minúsculas, que con perspectiva habrá que hacer de este desangrante compás de espera, después de la enorme responsabilidad que los españoles, a la desesperada, han confiado al PP en las pasadas elecciones autonómicas y municipales. Pero in spes contra spem, y tal como vienen las cosas aún tendremos que sufrir, cuando sea, una campaña electoral a la medida de nuestros políticos a costa de los trajes de Camps y el Faisán de Rubalcaba, ahora que hay juicios al respecto a la vista, a no ser que asome de improviso por alguna parte un gramo de grandeza.
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