En lo que queda de Zapatero ya sólo faltaba ver una de guerra, y ya la tenemos, aunque el otrora pacifista y defensor de la alianza de civilizaciones con mayúsculas se resista a emplear el término. Oficialmente España participa en una misión humanitaria desenvuelta dentro de una operación militar que se emplaza dentro de una guerra. Guerra no, pero sí, para entendernos.
Zapatero se fue a Túnez antes que nadie a presumir de la Transición democrática española que ha ninguneado en sus años de gobierno. Cuando los rebeldes libios se alzaron contra Gadafi no dijo ni hizo nada. Pero como los lideres occidentales habian desahuciado al Coronel y el Coronel estaba machacando a los libios, Obama, Sarkozy y Cameron no tuviron más remedio que intervenir en el último minuto, y Zapatero no pensó que se pudiera hacer otra cosa, a pesar de que la señora Merkel, que es quien le pone los deberes últimamente, dijo que no, que Alemania no se sumaba a la operación. Pero claro España no tiene el peso de Alemania, ni siquiera el que tenía antes de que Zapatero llegara al poder (delirios de grandeza de Aznar aparte), y Zapatero en esta tesitura no puede hacer lo que quiera. Se puede ver así, desde la debilidad, aunque desde la debilidad y la crisis galopante que sufre, todo el mundo entendería que España se hubiese limitado a dejar utilizar sus bases por la Coalición sin necesidad de participar, ni mucho ni poco, en las operaciones militares.
O sea que Zapatero ha querido su guerra, al igual que Sarkozy necesitado de protagonismo, para recuperar imagen y visibilidad internacional en momentos bajos de credibilidad (y de autoestima personal en el caso del español, porque en esto el francés continúa sobrado). Antes de que nadie le hubiese preguntado nada, Zapatero manifestó que España tendría un papel importante en la misión. Y adentro, sin esperar a conseguir la autorización del Parlamento, que él mismo se había empeñado en exigir para cualquier intervención militar cuando llegó a Moncloa y retiró de inmediato las tropas españolas de Irak, que no participaron en la guerra contra Sadam, sino en la reconstrucción posterior del país, aunque Aznar prestara apoyo político a esa guerra desde el comienzo. Zapatero está participando en la guerra y prestará apoyo político sea cual sea la fórmula de dirección política que se decida más allá de la coordinación militar. Pretender encontrar rasgos de coherencia en el actuar de Zapatero a estas alturas es sencillamente imposible y apenas tiene ya interés puesto que se trata de un personaje en liquidación.
Aznar valoró las posibilidades que podían abrirse para España con la reconstrucción de Irak. Los aliados se cuidan mucho ahora de transmitir la imagen de una guerra por petróleo, o incluso de que se trata de abatir a un dictador, aunque todos reconocen -comenzando por Obama- que mientras Gadafi se mantenga en el poder, persistirá la amenaza contra la población civil a la que se trata de proteger. No se sabe qué va a pasar entonces, ni cuánto va a durar el conflicto, ni si será necesaria una intervención o permanencia terrestre (sería razonable si se quiere paliar la catástrofe humanitaria), y a nada de eso pudo responder Zapatero ayer en el Parlamento. Los españoles mientras tanto hacen sus cálculos, porque a mil litros de combustible la hora de vuelo de nuestros cazas F-18, en buena lógica, si Zapatero fuera coherente, habría que rebajar la velocidad en las autopistas y autovías españolas no a 110 sino hasta los 60 km/h para ahorrar, porque se supone que las arcas están vacías y de combustible andamos justo y no podemos malgastar. Claro, que igual lo estamos cobrando por adelantado a cuenta de la nueva Libia. La que se va a armar.
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