viernes, 10 de diciembre de 2010

Manu militari

Si la política hubiera que verla desde la perspectiva del héroe que pugna por serlo en las contiendas de la esfera civil, la verdad entonces es que Zapatero no levanta cabeza. Al contrario, la hunde más que nunca, como el avestruz, que no es que vea lo que quiere ver, sino que termina por no ver nada. Es tal la crisis que sufre Zapatero, que a estas alturas no sabe aún qué tipo de héroe quiere ser, o al menos manifiesta grandes dudas al respecto.

Después de la derrota calamitosa del PSC en las elecciones catalanas del 27-N, cuyas consecuencias dentro del partido están aún por ver, la terrible situación vivida en España durante el pasado fin de semana por la actuación irresponsable de los controladores áreos dejó al presidente desaparecido en combate (y al jefe de la oposición lejos de Madrid, 'secuestrado' por los controladores). Menos mal que estaba Rubalcaba.

Hasta ayer que Zapatero compareció en el parlamento para felicitarse de haber resuelto una grave crisis en 24 horas (introduciendo a los militares en las torres de control y sometiendo a los controladores a la disciplina militar). Una respuesta así no ayuda ciertamente a la superación del estado de alarma en que nos ha introducido (por decreto ley) y que puede prorrogarse (si el parlamento lo permite, lo que certificaría un fracaso colectivo).

No han faltado discursos excesivos contra el gobierno a propósito de esta situación -no el que pronunció Rajoy ayer, acertado en lo principal-, pero si el gobierno no tiene nada que reprocharse a sí mismo y sólo es capaz de cargar contra los controladores y el propio Rajoy -como hizo desde el inicio de los hechos, utilizando la táctica del avestruz-, entonces la alarma que se produce en un régimen democrático es mucho mayor.

El gobierno no está bien, no es capaz de preveer las cosas y enmascara los verdaderos problemas, se mueve cuando actúa de forma irreflexiva y compulsiva -invirtiendo hasta el orden lógico de las medidas o de los decretos- y muestra enorme debilidad, sino vacío de ideas e impotencia real, cuando acaba asociando -con orgullo y fascinación- eficacia a imposición de la fuerza.

Eso histórica e ideológicamente tiene nombre propio. Los problemas en la esfera civil se resuelven con instrumentos civiles y de forma civilizada. Si cada vez que algún colectivo se comporta de manera incivil, hay que acudir a la militarización de ese grupo o sector socioprofesional, entonces no será sólo el capital quien abandone este país. Por tierra y mar, si no puede ser por el aire.

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