El talento político escasea. En España, de manera escandalosa en comparación con los países de nuestro entorno, y Navarra en esto no es una excepción. Es lo que tenemos. Nos resignamos, haciendo gala de virtud cristiana, pero pecando de falta de virtudes cívicas. La distancia, el divorcio mejor, entre los políticos y la ciudadanía es responsabilidad de la clase política, pero también nuestra.
El jacobinismo, que algo bueno tuvo, apeló a una ciudadanía activa y virtuosa, atenta y preocupada por la cosa pública, capaz de hacerse presente en el escenario y el debate público, atando en corto a sus representantes. No se trata hoy de cortar cabezas, pero sí de exigir responsabilidades directas cuando quienes gobiernan dejan de preocuparse por la defensa concreta del orden de libertad y del bienestar general, y únicamente se ocupan de su propio interés, dejándose llevar por una excesiva ambición,
Hemos dejado de lado la virtud de la participación, que compete a todos, tengamos o no una responsabilidad política directa, y los políticos campean a sus anchas, creciendo y reproduciéndose en sus propios viveros. Nos sorprende que aquí no dimita nunca nadie, señal de que las gentes ordinarias somos vistas como excesivamente ordinarias por parte del poder y sus cortesanos, y no piensan que deban dar cuentas ante la opinión. Somos responsables de los políticos que tenemos.
Nos sorprende también que el segmento más poblado de nuestra fauna política no haya conocido otra actividad profesional que la relacionada con la política, a diferencia de lo que sucediera con la generación de la Transición, hoy tan denostada y en liquidación. Eso puede explicar la obsesión por los títulos de tanta legión de ministros y ministras, consejeros y consejeras, diputados y diputadas, y hasta de algún presidente o presidenta autonómica, en busca de honores y riquezas que llevan a perder la cabeza.
Esa necesidad sentida de tapar las propias vergüenzas o de realzar la presencia ante una audiencia a la que realmente se desprecia, es la más clara manifestación de falta de talento político. Nuestros próceres y ‘próceras’ reducen el talento político a su dimensión más simple. Necesitamos políticos con formación más allá del manual del partido, sí. Pero cuando se pretende disfrazar el capital intelectual y las competencias funcionales que todo político debe poseer, con resultonas prendas académicas al uso, fáciles de poner, como han venido a ser los másteres, es señal de que no hay otra cosa que ofrecer.
Elementos sustanciales del talento político son también –o sobre todo– la calidad humana, la inteligencia moral, la cultura del compromiso, la responsabilidad social, los comportamientos, la comunicación entendida no como propaganda o demagogia –síntoma igualmente alarmante de falta de auténtico capital intelectual– sino como capacidad de dar razón de las propias acciones y decisiones a una ciudadanía …que ya ha salido a la calle como Diógenes con su lámpara en busca de políticos verdaderamente sabios y honestos.
Publicado en La Ventana-Sociedad Civil Navarra, 19 de abril de 2018