El PSOE ha sufrido un reventón como consecuencia del bloqueo político practicado por el ya ex-secretario general del partido. Pieza inexcusable aquél en el funcionamiento del sistema, ha visto aumentar la presión hasta que, cegada, la conducción del PSOE ha estallado. Habrá que evaluar los principales daños ocasionados, y atender a la reparación de urgencia para asegurar el suministro inmediato, dejando para más tarde la revisión detallada de todo el edificio. Pero no cabe limitar el examen únicamente al PSOE, la reflexión debería ser más general, y no menos severa, si se quiere cambiar realmente de rumbo la política española.
La lógica de la representación se ha diluido en la cruda disputa del poder, el interés partidista se ha transformado en la imposición de unas facciones sobre otras, y el liderazgo se ha convertido en una cuestión de pura supervivencia personal. Ello no afecta sólo a los viejos partidos, sino también a los nuevos, y a la resonancia que ejercen unos sobre otros. La dialéctica entre vieja y nueva política, lejos de producir pasos hacia delante, los ha dado hacia atrás, resucitando la política más rancia del XIX, caracterizada por las banderías, los agitadores, los pronunciamientos y los golpes de salón, que hicieron desfilar a hombres de todos los pelajes por las jefaturas de los partidos y gobiernos.
La necesaria cercanía al ciudadano no es simple apelación a la militancia, o su instrumentalización, y menos cuando la crisis del militantismo y de la política actuales responde en gran parte al rechazo de una clase rectora con carnet, que no ha conocido otra actividad profesional que el partido: desde la militancia en las juventudes hasta la ocupación de cargos internos o institucionales, alcanzados los últimos no por su proximidad a la ciudadanía y la sociedad, sino por el asalto o la cercanía a los aparatos de turno, a los que se sirve fielmente para conservar el puesto o intentar asegurar el futuro de una carrera política. Los límites de este planteamiento, supuestamente renovado, se acaban de manifestar en el PSOE, aunque la distinción entre sanchistas y susanistas en este aspecto pueda resultar inexistente.
La dinámica reciente de la izquierda, PSOE y Podemos mirándose a la cara y mimetizándose mutuamente, ha encendido las alarmas, pero se equivocaría el PP si pensara que ello le exime del imperativo de la regeneración. Es importante acertar en el fortalecimiento de los mecanismos de participación y representación dentro de los partidos, sin pretender dorar con el mito del asamblearismo la dejación de responsabilidades. En todo caso, la imagen que se ha generalizado ante la opinión, de un dirigente y su cada vez más reducido círculo de leales capaces de ejercer una resistencia numantina para defender sus intereses personales por encima del partido y de la situación del país, ha sido tan viva como patética. Parecía imposible que pudiera llegar a plasmarse con tanta nitidez.
Sánchez no ambicionaba realmente ser presidente. No tenía un proyecto, ni ideas fundadas más allá de su animadversión a Rajoy y al PP. Le bastaba ser presidente del gobierno un día, porque lo que quería es ser ex presidente el resto de su vida. Que se haya llegado a formular así el problema, muestra las enormes carencias y contradicciones personales de su deriva inmediata. Herido en su orgullo, y no queriendo pasar a la historia por la investidura fallida, era menester que Rajoy experimentara ese mismo trance, aunque luego a él le quedasen muy pocas cartas que jugar. Que tras las graves derrotas del 25-S en Galicia y País Vasco, todavía defendiera su ‘derecho’ a liderar un gobierno alternativo al PP, mientras desde el PSC se solicitaba para ello el concurso de los independentistas, sólo puede entenderse como un movimiento a la desesperada.
El reventón ha sido inevitable y a Sánchez le ha faltado un día para explicarse mejor. La noticia de la pérdida final de un escaño del PNV en favor de Bildu, conocida en plena refriega socialista, posibilita una nueva aritmética vasca. ¿Habría defendido Sánchez unir los votos del PSE a Podemos y Bildu para favorecer el ‘cambio progresista’ frente a la derecha vasca del PNV, el afín ideológico al PP, con quien animaba a Rajoy a pactar su investidura, para luego tener él la libertad de hacerlo? Si la posición socialista era y es favorecer la gobernabilidad vasca, aun condicionando al PNV, contra Podemos y Bildu, también se puede hacer lo mismo en Madrid atendiendo al nuevo escenario político español que ya no es bipartidista. Hacer una política y la contraria, aquí o allá, con el único argumento del intercambio de cromos, es posiblemente la razón de fondo que explica el actual reventón del PSOE. La pendiente ahora es dificultosa de subir, pero cuanto antes se afronte el trabajo mejor para todos.
Publicado en Diario de Navarra, 5 de octubre de 2016