La política española se ha vuelto interesante, confusa y perturbadora. Para bien o para mal se han despejado algunas incógnitas, pero es difícil ver con claridad y hay cosas que causan perplejidad. En Cataluña el independentismo, que dice servir a un mandato popular, ha llegado in extremis a un acuerdo de gobierno para evitar unas nuevas elecciones, que temían más que al Tribunal Constitucional. Artur Mas ha dado un paso atrás, no para salvar el proceso sino a su partido –expresión como ninguno de la vieja política– de la ruina total. Contra la corrupción, más nacionalismo, y aprovechando la confusión los ladrones corren a ponerse a salvo. Si cuesta entender el apoyo final de la CUP al sucesor de Mas (el mismo alcalde de Girona a quien ellos denunciaron en los tribunales), tampoco es una garantía de nueva política el apoyo generalizado al ‘derecho a decidir’ que abandera Podemos, buscando reforzarse con fuerzas nacionalistas como ya hiciera el PSOE en tiempos de Zapatero.
Mientras PP, Ciudadanos y PSC están juntos por primera vez en Cataluña, ¿por qué se antoja imposible que puedan afrontar juntos desde el Gobierno de España el reto secesionista y otros desafíos que comprometen al país? Vivimos en tiempos confusos y rodeados de políticos confundidos, por lo que el espejismo de las negociaciones mantenidas para la constitución del Congreso, no debe hacer pensar que estemos ya en la antesala de un acuerdo para el Ejecutivo. Las aritméticas del 20-D complican el asunto, pero la dificultad no está en que haya muchas personas o cosas para discutir, sino en que se confundan una vez más las verdaderas motivaciones e intereses de los actores. El PP se aferra para gobernar a que ha sido la lista más votada, pero no es un argumento suficiente cuando el sistema electoral no prima esa circunstancia. Lo paradójico es que, aun así, y habida cuenta de la incapacidad manifestada hasta ahora por los populares para el diálogo, podrían continuar liderando el gobierno.
Podemos ha apretado desde la misma noche electoral al PSOE, estableciendo exigencias que exceden las posibilidades prácticas (no ya teóricas) de los socialistas, contando como tiene el PP la fuerza suficiente (más de 117 diputados y control del Senado) para bloquear cualquier reforma constitucional, e Iglesias lo sabe. Su objetivo inmediato no es ser segundón en un gobierno con los socialistas sino dar caza al PSOE y convertirse al menos en la primera fuerza de la oposición. La pataleta de Podemos al ver frustrada su inverosímil pretensión de formar cuatro grupos parlamentarios, haciendo responsable al PSOE de una previsible falta de entendimiento para forjar un gobierno alternativo al PP, es simple actuación. Podemos sabe hacer buenas campañas y remontadas, pero eso no es nuevo en la política española, y pese a su cacareada ‘segunda transición’, persisten las dudas de que ese tránsito, con ellos, vaya a ser de la democracia a la democracia, colmando el sentido deseo de regeneración política que albergan los ciudadanos.
El PSOE no tiene una fácil salida desde la posición en que ha quedado tras el 20-D. No se pueden obviar las razones del surgimiento de los nuevos partidos, pero no es lo mismo caer desde el cielo, como le ha sucedido al PP, pues lo esperable es un efecto rebote, que hundirse desde su suelo, lo que es sinónimo de entierro. Esta es la lectura que han hecho los barones del PSOE de los resultados, dando a Pedro Sánchez por amortizado. Éste se afana por erigirse en la palanca del cambio, colocándose en el centro entre la nueva derecha de Rivera y la nueva izquierda de Iglesias, obnubilado Sánchez por ningunear al PP, y está dispuesto a morir en el intento, aunque no consiga confundir a nadie. Robándole el discurso a C’s, que ha venido esforzándose con mayor o menor éxito por resucitar el centro reformista y progresista del CDS de Adolfo Suárez, únicamente conseguirá dar la puntilla al PSOE, lo mismo que si se entregara ingenuamente a Podemos.
Por otra parte, una gran coalición PP-PSOE se tomaría como blindaje del bipartidismo y del estado actual de cosas. Y hay mucho que cambiar. Un entendimiento PP-Ciudadanos-PSOE, sin necesidad de entrar en el gobierno, haría del PSOE la izquierda responsable con iniciativa que condiciona necesariamente las grandes reformas de la España del siglo XXI, corrigiendo el punto de mira del PP y dejando a Podemos en el papel de populismo radical, sin capacidad de erigirse en alternativa real de gobierno. Unas nuevas elecciones inmediatas no beneficiarían más que al PP y a Podemos, y no ayudarían en consecuencia a acometer con realismo y decisión los verdaderos problemas e intereses colectivos, una tarea que requiere el concierto y sentido de la moderación que han regido los mejores momentos de nuestra historia, frente a los períodos de desorden y confusión.
Publicado en Diario de Navarra, 15 de enero de 2016