La legislatura ha llegado a su fin, y el cuadro que cabe contemplar después de estos cuatros años se antoja –si no surrealista– difícil de catalogar y, en cualquier caso, mucho más sombrío de lo que cabía esperar a su inicio. Como viento impetuoso, la crisis se llevó por delante a un gobierno del PSOE, pero la segunda experiencia de mayoría absoluta del PP, conducida bajo la bandera de la recuperación, lejos de suponer una nueva Pentecostés, está a punto de trastocar todo el sistema político. Sin duda la actitud despiadada del nacionalismo catalán, buscando aprovechar la supuesta debilidad de España en esta coyuntura complicada, ha contribuido decisivamente al punto de llegada. Lo que llama la atención, es que pese a todos los cantos elevados a la nueva política, el debate actual y la campaña que nos espera, no responda más que a una política de gallos y perro viejo, como si lo que se estuviera dirimiendo es el futuro particular de unos pocos y no el de la comunidad o nación, o lo que quede de ella. Poco realmente, si no somos capaces de centrarnos en el proyecto de convivencia, que no cabe reducir al modelo de Estado.
Los partidos emergentes, o sus estrellas políticas, se han puesto gallitos, más de la cuenta, quizá porque en su fuero interno temen desfallecer en la recta final o perder la cresta de la ola. Alábate pollo que mañana serás gallo, dice el refranero. Las actitudes altivas acaban pasando factura, así parece estar sucediendo con Podemos. Su líder Pablo Iglesias descarta para las generales candidaturas de unidad popular o concertadas con otras siglas, exitosas en las pasadas elecciones municipales, creyéndose llamado a dominar en el gallinero de la izquierda y tratando con condescendencia a quienes no consigue atraer, véase al joven Garzón de IU. Los picotazos sufridos en la primera pelea de gallos librada con Albert Rivera en la mesa de un café le habrán hecho reflexionar. Por su parte, el líder de Ciudadanos, quien en su afán incontrolado de proponer nuevas reformas anuncia hasta las que ha puesto en marcha el PP, está eufórico después del 27-S. Ya no pretende controlar el muladar del PP, condicionando un posible pacto con la derecha al desahucio de Rajoy, sino que presume de querer gobernar en minoría en solitario…, como un nuevo Suárez. Todo un atrevimiento.
Pedro Sánchez no anda a la zaga en esta política de gallos. La foto de seis metros en la fachada de Ferraz es lo nunca visto, y difícil de contemplar sin producir tortícolis dada la estrechez de la calle. Las críticas internas fortalecen su afán de afirmarse como líder del PSOE y se muestra dispuesto a subordinar a ello todo lo demás, disimulando la pérdida de votos con cualquier tipo de alianza que le permita tocar poder. Así, después de las elecciones de mayo tonteó con Podemos, haciendo gala de una memoria de gallo, es decir escasa, aunque ahora le gusta más Ciudadanos. Lo de Irene Lozano, ex de UPyD, es puro capricho. Cualquier trato menos con el PP, aunque quizá sea lo único que posibilite la aritmética. Pero nada comparable a Artur Mas, obsesionado por convertirse vivo o muerto en el nuevo símbolo de Cataluña, emulando al gallo galo. En Navarra, donde tanto sabemos de política y pelea de gallos, lo último de Esparza dejando en el aire el pacto de UPN con el PP, es nadería, aunque si al final los navarristas sólo obtienen un escaño será un fracaso histórico.
¿En qué queda realmente tanta insistencia en el nuevo modo de hacer política? ¿En la misma conquista del cielo del poder, en la preocupación por la marca de los partidos, por la imagen del líder, por el color y esplendor de sus crestas? Entre tanto gallo, Rajoy se presenta como un perro viejo, pretendiendo hacer valer su experiencia. Pero su excesiva cautela causa igualmente decepción. Se ha manifestado lento de reflejos en toda la legislatura, centrado en un único hueso, convencido de que la recuperación económica era la variable independiente que acabaría arreglando por sí misma todo lo demás. Pese a los esfuerzos semanales de la vicepresidenta por transmitir –en un lenguaje jurídico-administrativo de por sí poco comprensible– la obra reformadora emprendida, la imagen de inmovilismo se ha cernido sobre el PP. Con todo, resultan sorprendentes las últimas manifestaciones hipercríticas de Aznar hacia quien él nombró su sucesor, como si todo aquello que más daño ha hecho a los populares, no tuviera nada que ver con su persona. Con rabia, el perro muerde a su dueño, lo que resulta surrealista es que éste la emprenda a dentelladas con el animal. Queda aún por ver si Rajoy, como el perro de buena raza, hasta la muerte caza.
Publicado en Diario de Navarra, 25 de octubre de 2015