viernes, 10 de abril de 2015

Política pequeña


Cuanto más se sabe de las tripas de los partidos y de sus luchas intestinas, menos atrayente resulta la política. Repetidas veces en los últimos meses o años se ha hablado de recuperar la política con mayúsculas, de proceder con altura de miras o de realizar una política grande. Pero no, la política que se impone es la pequeña, demasiado pequeña a menudo. Sobre todo cuando se trata de elaborar las listas para acudir a la contienda electoral. El ritual es conocido y por eso nada resulta extraño realmente. Pero cuando se está convencido de que, por pura higiene, algo debe cambiar de verdad en los modos de hacer política, entonces atender a las cosas pequeñas adquiere toda su importancia, porque es lo que ésta en nuestras manos para sentar las bases de algo grande.

Se trataba de preparar los ánimos para acudir a la contienda, aunque no todos parezcan saber de qué batalla hablamos. Los que tienen claro su objetivo, no han dudado ni un segundo en elegir a sus más experimentados guerreros. Es el caso de Bildu, que no han recibido ninguna presión para obrar distinto, ni tampoco nadie contaba con que lo hicieran. La expectativa, pues, se ha cumplido. El PSN, por contra, está empeñado en hacer tabla rasa del pasado y jugar a fondo la baza de la renovación. A fondo relativamente, porque el principio es viejo. Situar a la actual cúpula del partido en la plancha de salida es más de lo mismo, vieja política y vieja filosofía de partido, por muchas caras nuevas que incorpore la lista. 

Más novedoso y no inmediatamente comprensible resulta el anuncio realizado desde Geroa Bai (vía Gobierno Vasco): el salto a la política de quien, aun sin figurar por primera vez en una lista electoral, exige como condición ir en última posición para garantizar su ausencia del parlamento y poder permanecer así en su torre de marfil. Vamos, lo mismo que en UPN, pero aquí la cuestión no admite broma. Como partido de gobierno que ha sufrido un fuerte desgaste en esta legislatura, por la fatiga de años acumulada y los propios errores añadidos de Barcina, sobre él recaían las máximas exigencias y expectativas, a las que no ha sabido o querido responder. Ni cuando disponía de tiempo para reaccionar ni tampoco en el último momento. 

¿Cuál es el objetivo de UPN? ¿Reconciliarse con la ciudadanía para reconquistar el gobierno o resignados a la retirada premiar la lealtad de los fieles y salvar la fe de vida de los que han trabajado desde la más tierna juventud en el partido y aspiran a jubilarse dentro de él? La lista finalmente elaborada, en su procedimiento y en sus resultados, parece responder más a lo segundo que a lo primero. Política pequeña que se ha impuesto, y no de los mejores modos, frente a los propios deseos y movimientos internos de abierta regeneración, al menos desde hace un año. No se puede decir tampoco que el candidato no lo haya intentado, aunque su silencio acerca del modelo de partido admita diferentes interpretaciones. A la presidenta y alguno más, en todo caso, les ha faltado una pizca de grandeza.

Tal vez el problema sea el virtuosismo extremo que acompaña a nuestros políticos. Pero la concepción fuerte de la virtud, en clave aristotélica, acaba siendo peligrosa. Cuando el político se entrega al servicio del bien (esto es, de la polis) de manera absoluta (renunciando a la familia y al propio trabajo), cuando se establece una separación total entre vida privada y vida pública, entonces la necesidad de afectos, de reconocimiento profesional o de medro económico quedan abocados exclusivamente a la política, con efecto fatales. Qué pronto se les llena la boca a los políticos con la palabra servicio, y qué falso resulta en el día. Cambiar esto es parte fundamental de las demandas ciudadanas. 

No es imposible conjugar las necesidades de participación y de organización dentro de los partidos, aunque la tensión sea inevitable y se visualice en los mismos partidos emergentes. Pero hay fórmulas experimentadas contra la ley de hierro de la oligarquía, que hay que vencer para dar paso a la política grande. La vara de medir no es la misma y se aplica con mayor rigor a los partidos que gobiernan. No darse cuenta o no querer darse por enterados es ceguera, arrogancia o desprecio por la gente. Contemplar a los ciudadanos con desdén, pensando que son poco reflexivos, o que al final no tendrán más remedio que votarles, por razones de conveniencia, miedo o simple utilidad del voto, no es la mejor manera de encarar unas elecciones decisivas. Afortunadamente, y a pesar de la amenaza de la abstención, el principal voto potencial de castigo contra la política pequeña, todo no está aún decidido.

Publicado en Diario de Navarra, 10 de abril de 2015