Van Gennep definió los ‘rites de
passage’ como aquellos ritos que acompañan a cualquier tipo de cambio de lugar,
de posición social, de estado o de edad. El sujeto del rito tanto si es
individual como corporativo experimenta tras el rito de paso un cambio cuasi ontológico,
se manifiesta con un saber adquirido -de efecto terapéutico- que fortalece a la
propia comunidad. Esta reflexión procedente de la antropología cultural es aplicable
a la cultura política. Una moción de censura –su mismo ceremonial– puede ser
entendida como un rito de paso. Aun abocada de antemano al fracaso habría
tenido al menos ese sentido: la definición de un espacio liminar entre lo uno y
lo otro que pudiera hacer surgir y anclar lo nuevo.
La fallida moción de censura
contra la presidenta Barcina se había justificado desde el campo nacionalista
como una ‘moción para la transición’ que permitiera asentar las bases de
confianza, coincidencia y cohesión de una alternativa social y política creíble
para la sociedad navarra. La misma elección y disponibilidad del candidato (un
independiente de NaBai, con buena formación) apuntaba en esa dirección, a
señalar un común denominador que pudiera unir a la oposición como alternativa
de gobierno. No ha sido así. Los silencios de Longás sobre Navarra como sujeto
o comunidad diferenciada se han tornado más relevantes que sus pronunciamientos
acerca de las ‘medidas transitorias’ a tomar. El referente comunitario –la
comunidad a cuyo crecimiento, transformación y reformulación de viejos
principios se pretende contribuir– es esencial y da sentido a cualquier rito de
paso.
De la suma de noes no se deriva habitualmente
nada positivo. La moción de censura es un examen al candidato. El cambio de
gobierno al que se apela para salir de la crisis, paradójicamente no mira hacia
delante sino hacia atrás, a una simple revisión de las pasadas actuaciones de
UPN, sin presentar un verdadero programa alternativo. La ‘urgencia’ de buena
parte de las medidas apuntadas (aborto,
caso Donapea, comida del Complejo Hospitalario, licencias de radio a
Euskalerria Irratia…) no conecta con las preocupaciones reales ciudadanas, por
presentes que hayan podido estar en el debate público, y respecto a las propuestas
que tienen acogida en los sectores más castigados por la crisis, se omiten las
explicaciones que pudieran hacerlas viables, pues a estas alturas no se
entiende cómo se puede aumentar el gasto social sin comprometer un déficit no
permitido y no financiable. De alguien entendido en la materia, como el
candidato, se esperaba algo más.
Los silencios de los defensores
de la moción son ilustrativos no ya de la inconsistencia de la alternativa,
sino de la inexistencia de una auténtica base material donde sustentarla: el
común denominador más que mínimo, se ha manifestado etéreo y parece estar referido
a Navarra más en lo anecdótico que en lo esencial. El candidato independiente
se reveló prisionero en su silencio de un programa oculto, el que representa
EH-Bildu, y que viene al mismo tiempo a mostrar la debilidad actual dentro del
discurso nacionalista de Geroa Bai, cuya imagen ha quedado muy diluida apoyando
la moción de censura. La pretendida invisibilidad de EH-Bildu en un hipotético
‘estado de transición’ se explica dentro de la misma comprensión nacionalista
de ese tránsito como un proceso de transformación que conduciría a Navarra al sustancial
cambio de estatus deseado.
Ciertamente, la doble negación de
Roberto Jiménez a Barcina y EH-Bildu es una afirmación, la suya propia. El
líder del PSN debería recordar que en democracia se tiene autoridad porque se asume una responsabilidad.
Y si no se quiere asumir, se pierde esa autoridad o la capacidad de liderazgo y
debe abandonarse la primera línea. En lugar de obsesionarse con solicitar la
dimisión de Barcina para que los derrotados del congreso de UPN accedan al
gobierno foral por la puerta de atrás para abrirle luego a él la de delante,
podía considerar también lo contrario: su propia dimisión para dar paso a otros
dispuestos a ejercer la responsabilidad que tiene el PSN. Pretender convertirse
ahora en domador de leones, sería una muestra más de política espectáculo que
tampoco aportaría nada a la solución de la crisis y de los problemas reales.
Cada vez resulta más preocupante
la debilidad y escasa calidad del debate público, indisociable de la permanente
tentación de instrumentalizar el parlamento para fines exclusivamente
particulares, partidistas o ideológicos, anulando en lugar de potenciando la
madurez o la reflexividad que se supone y es reconocida en muchos casos entre
sus miembros. Es peligrosa la sensación de que el trabajo de los políticos es
una continua pérdida tiempo, dentro y fuera del parlamento. El rito de paso del
candidato Longás ha resultado vacío de sentido, aunque clarificador a la postre
del momento ‘dramático’ que vive la política navarra, expuesta todavía a que el
actor judicial irrumpa de nuevo en escena dando un giro inesperado al argumento.
Publicado en Diario de Navarra, 20 de abril de 2013