Victor Turner, introductor del
concepto de drama social en el vocabulario de las ciencias sociales, concebía éste
como un proceso que afecta periódicamente a toda comunidad –de la familia a las
relaciones internacionales– y que atraviesa en situaciones de conflicto cuatro
fases: brecha, crisis, acción reparadora y reintegración del grupo inquieto o
reconocimiento de un cisma irreparrable entre las partes enfrentadas. Si el
actual presidente de la Generalitat catalana, con la excusa del pacto fiscal,
ha abierto un proceso de este tipo sin que haya certeza sobre su recorrido y
resultado final, lo único cierto por el momento es que todo el nacionalismo
catalán se ha vuelto cismático. O dice serlo, sin acabar de ser consciente de
las tribulaciones por las que ha de pasar, más allá de las que ocasiona.
Sin duda causa tristeza comprobar
cómo un representante del Estado utiliza la plataforma del Estado para ir
contra el propio Estado, amenazando con el incumplimiento de la legalidad. Pero
la aflicción es buena si sirve para encarar la verdad de un nacionalismo que
pasaba por moderado y democrático, y que con Mas a la cabeza conduce a olvidar
sus pasados compromisos con el sentido común, las vanguardias culturales, la
modernización económica, las vías constitucionales y la gobernabilidad del
Estado, para abonar una imagen de frivolidad, inmadurez, fracaso y deslealtad.
La rebelión de los dirigentes de la Generalitat en tiempos de la Segunda República,
intentando explotar en beneficio propio momentos de extrema dificultad para el
conjunto de España, decepcionó enormemente a Azaña. La reiteración de ese
reflejo no puede sino producir rechazo, en un mínimo ejercicio reflexivo, entre
los propios ciudadanos catalanes, llamados a las urnas para resolver los
problemas de ciertos políticos, no los suyos.
El pacto fiscal es una coartada,
pero no es un argumento válido en la presente situación. No se entiende la
urgencia, porque no siendo una aspiración nueva, que se lo pregunten al viejo
Pujol, todo el mundo sabe además que con vacas flacas es menos viable que
nunca. CiU podrá librarse de la dependencia del PPC y fortalecerse a costa del
PSC en el futuro parlamento catalán, pero no podrá acordar la reducción del déficit
ni la salida de la crisis económica con ERC y habrá de cargar en solitario con
el malestar inmediato catalán, más aún después de la ruptura de puentes con el
PP, pues el giro de política en materia identitaria que se mueve en el
medio-largo plazo, no va a resolver los requerimientos perentorios del corto
plazo. La política de los números también permite calcular los efectos
financieros de la actuación soberanista sobre la deuda española y
contabilizarlos en hipotéticas facturas. Practicar una política de tierra
quemada nunca puede generar las disposiciones necesarias de consenso para una
acción reparadora que pudiera solucionar el conflicto mediante una eventual
ampliación del marco legal o constitucional.
Mas se equivoca emulando a
Ibarretxe y pensando que va a capitalizar la ola nacionalista vasca del 21-O.
El victorioso PNV de Urkullu no se mira en el último lehendakari nacionalista y
ha sacado a relucir su alma moderada y conciliadora, no la cismática, otorgando
prioridad a la lucha contra la crisis y es de prever que siga ejerciendo presión
sobre EH-Bildu, a quien no ha permitido que se alce con el liderazgo
nacionalista en Euskadi, y a quien todos los partidos democráticos vascos deben
exigir que solicite la disolución efectiva de ETA. Los abultados resultados de
Bildu tienen de bueno que hacen imposible el retorno terrorista de ETA, pero no
es admisible que ETA pretenda convertirse en una organización política
clandestina con autoridad efectiva sobre otra legal para impartir lecciones de
democracia. Ni Bildu podría aceptarlo si quiere conservar el voto recibido. El
duelo entre nacionalismos no ha hecho más que empezar.
Tanto la presión de Bildu como el
desafío de Mas, sin contar con la desorientación de que hace gala el PSOE en
torno al federalismo, pueden acercar al PNV como no lo estuvo nunca a la
Constitución de 1978 para defender los “derechos históricos” que Mas con su fórmula
del pacto fiscal está volviendo a convertir en simples “privilegios” ante el
resto de España. Tampoco en Navarra la verdadera batalla es la del nacionalismo
cismático sino la del cisma entre nacionalistas. Cuando toquen las elecciones,
porque nadie las quiere ahora, la ola antes que a Bildu a quien puede
beneficiar es a Geroa Bai, que desde su reconocimiento de Navarra como sujeto
político dispone en la Transitoria Cuarta de la Constitución vigente un modo de
presentar el “derecho a decidir” de los navarros. No es previsible un frente
nacionalista vasco-catalán contra España a corto plazo, y Mas puede estar
cometiendo un error de cálculo con respecto a la debilidad y recuperación de
España. Las viejas naciones tienen una mala salud de hierro.
Publicado en Diario de Navarra, 7 de noviembre de 2012