Se ha completado el ritual de inicio de la nueva legislatura, con la constitución de las Cortes y el nuevo Gobierno, y apenas ha habido tiempo para el cotilleo. Rajoy ha impuesto un cambio de estilo, necesariamente austero, acorde con el personaje y las serias circunstancias que padecemos. Nadie espera que el nuevo presidente del gobierno pueda maravillarnos haciendo sonar la lira de Orfeo, pero las primeras notas graves que ha sacado del viejo laúd hispano, han tenido la virtud de calmar los mercados, de reducir la presión de la prima de riesgo española, de evitar los continuos sobresaltos y darnos un pequeño respiro, de obtener una mayor credibilidad y respaldo en Europa, o al menos de hacérnoslo así creer.
Cuando se ha insistido abusivamente en la primacía de los mercados sobre los gobiernos, no está de más comprobar que no, que las decisiones tomadas por las instituciones legitimadas y competentes para ello son capaces de influir en un mar embravecido y supuestamente infectado de tiburones. Que si los mercados, la bolsa, los organismos financieros, forman parte de la conversación pública, la política como fundamental expresión de la palabra también tiene cosas que decir en esa gran conversación. Que no se puede asumir de ningún modo el final de la política y que no cabe ni para bien ni para mal la gobernanza global -la viabilidad del propio proyecto Europeo- al margen de la política pequeña o grande que cada cual, como ciudadano o como gobernante, está en condiciones de exigir y realizar. Lo que Europa puede exigir a España, deberá exigirlo igualmente el Gobierno de España a las Comunidades Autónomas, estableciendo los necesarios mecanismos de control.
El gran cambio que se ha operado en España no es la simple sustitución del gobierno o la disposición de una nueva mayoría parlamentaria, por numerosa que parezca. El cambio es, o debe ser, sustantivo y de naturaleza eminentemente cualitativa. Con la entrada del nuevo año se ha dicho adiós al pensamiento mágico y a la política simbólica que había encarnado el PSOE de Zapatero en los últimos años, para entrar en la era de la política real de Rajoy. Por el momento, su discurso de investidura, dentro de las limitaciones del género, fue consistente y ha apuntado a una recuperación de los mejores valores de la Transición. El gobierno nombrado es competente, atendiendo a la formación, trayectoria profesional y experiencia política de sus ministros y ministras. La lealtad al líder no se ha situado por encima de las cualidades personales y de la capacidad de atender a los problemas reales. Pero no es suficiente. Confiemos en que un mínimo sentido del honor en el desempeño del cargo público sea garantía de ejemplaridad, de voluntad de servicio y de respeto al ciudadano al que se representa y por el que se trabaja.
Son nociones básicas y, sin embargo, aparecen en la actualidad cargadas de profunda novedad. La profesionalización de la política y la escasez de buenos profesionales en la política ha conducido a una situación insólita, que se ha extendido a las más altas instituciones del estado. La política real debe ser fuente de moralidad pública, o no lo será. Presupuesto lo anterior, política real es también no vacilar en la toma de decisiones y explicar las decisiones adoptadas, por duras que sean, como lo son ya las primeras acordadas por el gobierno del PP en el consejo de ministros de fin de año (la subida de impuestos es contraria a su programa electoral). Los deseos sólo pueden hacerse realidad levantando con esfuerzo los obstáculos que se interponen o los cimientos que faltan, no simplemente formulando de manera apasionada el propio anhelo, si se quiere preservar lo ya construido (el estado de bienestar). La ciudadanía entiende que exista un gobierno que gobierna. Lo que resulta difícil de comprender y de aceptar es justamente lo contrario, y al final se paga en las urnas. Los grandes errores de Zapatero fueron errores históricos de cálculo (estatuto de Cataluña, negociación con ETA, crisis) que evidenciaron su desdén por la política real y su apuesta por la política simbólica (memoria histórica, género, minorías, anticlericalismo).
Publicado en Diario de Navarra