Vivimos tiempos de incertidumbre y confusión, acompañados de evidentes signos de debilidad moral, sin que el ámbito público sea una excepción. El tiempo desordenado de la actualidad es la manifestación del relativismo cultural y del déficit crónico de virtud cívica y política que arrastramos. La crisis que nos agobia, no es exclusivamente económica; mucho antes y ante todo lo es de valores.
Desde el pasado mes de mayo, Madrid ha sido el escenario simbólico de los jóvenes 'indignados'. Se ha querido hacer del movimiento del 15M -la 'spanish revolution' llamada a extenderse por el mundo desarrollado- la conciencia crítica del malestar actual que aflige particularmente a los jóvenes, corneados por el paro. Son las víctimas propiciatorias donde las haya de la crisis, al verse desposeídos del futuro, de su futuro, el gran tesoro de la juventud.
La frescura del movimiento y el propio cuerpo y fuerza del mismo ha ido malográndose a medida que éste fue adquiriendo voz y manos rectoras. En pocas semanas y meses, el movimiento pasó de provocar la curiosidad de la ciudadanía a desafiar a las autoridades (incumpliendo el día de reflexión previo a las elecciones municipales) y a intimidar a los representantes políticos (cercando sedes parlamentarias).
Al final nadie sabe qué quieren y qué hacen estos jóvenes que ni pueden trabajar ni quieren estudiar, mitad anti-sistema por principio y mitad inquisidores en la práctica que no conciben que exista salvación más allá del Estado al hacer de él la instancia última y el destinatario final de sus propuestas inconexas, muchas de ellas vacías de contenido o impregnadas de un idealismo estéril y dogmático, que ha acabado por clamar contra la visita del Papa a Madrid que terminó ayer.
Quienes convirtieron la puerta del Sol en un campamento asambleario de ribetes sesentayochistas que arruinó, contando con la paciencia de muchos y la tolerancia de la fuerza pública, los intereses de muchos comerciantes y la imagen misma del movimiento ante los ciudadanos, han protestado ahora o se han hecho altavoz de quienes se indignan por la ocupación de espacios públicos por parte de otra juventud mucho más numerosa (cerca de dos millones) llegada de todo el mundo.
Han denunciado también la disposición de servicios públicos en favor del evento, la Jornada Mundial de la Juventud, sin valorar los evidentes beneficios económicos que ésta ha supuesto para la capital española y para los mismos sectores perjudicados por el 15M. La degeneración del 15M se ha hecho visible al vincular su propio nombre a actitudes anticlericales trasnochadas y a provocaciones violentas que no son compartidas siquiera por la mayoría de los primeros animadores del movimiento.
Aquellos que hicieron gala de protesta y rebeldía se han erigido con motivo de la JMJ 2011 en celosos guardianes del pensamiento único. Frente a la concepción del hombre, varón y mujer, como imagen de Dios, se alzan quienes hacen de sus cuerpos y de sus mentes los nuevos dioses que buscan imponer sus preceptos y reducir al ámbito privado cualquier otra creencia personal y colectiva, comenzando por la religión.
Los actos de la JMJ han supuesto una provocación sin duda para quienes creen a pie juntillas que la religión debe quedar fuera del espacio público, confinada en el reducto de lo privado. Muchos se habrán sorprendido ante estos otros jóvenes que han llenado las calles de Madrid. No pretenden una nueva unión de la Iglesia y el Estado y ni siquiera han proclamado consignas o eslóganes políticos. Tampoco han hecho gala de fanatismo, ni han hecho seguidismo de antiguos hábitos clericales.
No menos ha llamado la atención la sencillez y la cercanía de Benedicto XVI, el supuesto martillo de herejes, un Papa anciano y sabio, claro y profundo en sus mensajes, muy consciente de la situación actual de la familia humana, sobre la que ha reforzado su liderazgo moral, sin temor a ahuyentar a unos jóvenes que le han manifestado todo su cariño, como hijos de un padre común. Los jóvenes de la JMJ se han presentado alegres y divertidos, pacíficos y ordenados, preocupados por la búsqueda de la verdad, unidos en la variedad, con una estimable capacidad de interiorización, de sufrir y de compartir con los demás.
Jóvenes ciertamente inconformistas, se antojan como los auténticos rebeldes dentro de un mundo profundamente turbado y desconcertado por el propio fallo de estados y mercados evidenciado por la evolución y persistencia de la crisis. El 15M ha quedado desbordado por la JMJ en Madrid. A las imágenes de la acampada de Sol han seguido las del campamento de Cuatrovientos. Madrid ha sido el mejor escaparate de una juventud con fuerza suficiente para conquistar el futuro, lo cual es motivo de esperanza para la propia Iglesia católica y para el mundo.
La ciudad de Dios vive en la ciudad de los hombres. La religión necesariamente influye en la esfera pública en cuestiones centrales como la libertad, la justicia, el derecho a la vida, consustanciales a los anhelos de verdad y belleza que habitan en la fe y el sentimiento religiosos. Tienen fuertes motivos para dudar quienes se empeñan en defender lo contrario.
La ciudad de Dios vive en la ciudad de los hombres. La religión necesariamente influye en la esfera pública en cuestiones centrales como la libertad, la justicia, el derecho a la vida, consustanciales a los anhelos de verdad y belleza que habitan en la fe y el sentimiento religiosos. Tienen fuertes motivos para dudar quienes se empeñan en defender lo contrario.