martes, 22 de noviembre de 2011

Tiempos de madurez

En unas elecciones históricas, España se ha teñido de azul. El 20-N ha catapultado al PP a las alturas con la misma fuerza con que ha arrojado al PSOE a los infiernos, infligiéndole un duro castigo por la inconsistencia de la política de Zapatero y los propios errores de Rubalcaba durante la campaña. De igual manera, no han sido únicamente los efectos devastadores de la Gran Recesión los que han dado la victoria al PP. Se trata también de un particular triunfo de Rajoy después de haber sufrido durante ocho años una doble oposición: la constante política anti-PP del Gobierno socialista y la oposición interna del sector más duro de su propio partido. El hecho de haber superado la mayoría absoluta de Aznar supone un premio de consolación para Rajoy (como lo tuvo el viejo Job después de sus infortunios) y afianza en el partido la apuesta por la moderación, para tranquilidad de todos los ciudadanos.

Porque, sin duda, es inquietante el poder tan hegemónico que ha terminado de conquistar el PP en todos los ámbitos del gobierno para los próximos años, por titánica que se antoje la empresa a realizar que le han confiando las urnas. Urge la reconstrucción del PSOE y es deseable que se produzca de la mejor manera posible, sin ventajas, vetos, ni represalías internas de ningún tipo. Pero importa y mucho para el correcto funcionamiento de la democracia y para el futuro inmediato de España que el nuevo líder de la oposición tenga la madurez y experiencia necesarias para recuperar el espíritu de consenso que tan alegremente ha arruinado Zapatero y que tan imprescindible va a resultar para acometer las grandes reformas que se avecinan. Las graves circunstancias presentes que han disparado la alarma social, no toleran ya el infantilismo político ni la falta de responsabilidad por parte de nadie.

Pero el 20-N no ha arrojado únicamente los mejores y peores resultados de la democracia para los grandes partidos, PP y PSOE respectivamente. La victoria de CiU en Cataluña, bajo la bandera del pacto fiscal y desbancando al PSC en unas generales, ha sido también histórica, como el hecho de que el partido con más fuerza en Madrid sea el heredero de Batasuna, por encima del PNV (aunque no haya superado a éste en votos en la CAV). La presencia reforzada de UPyD en el Congreso como fuerza de choque contrapuesta al nacionalismo puede resultar, en ese sentido, útil y cómoda para el PP. El interés principal, no obstante, va a estar en la actitud que adopten los nacionalismos moderados vasco y catalán (de emulación o contención) respecto al discurso y a las exigencias del nacionalismo radical, crecido y dispuesto a rentabilizar políticamente el fin del terrorismo de ETA. Si esta cuestión reviste enorme importancia para todos, las prioridades inmediatas de los nacionalismos pueden manifestarse, sin embargo, en la actual encrucijada, muy alejadas de las preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos. La manera de articular esta disparidad de tiempos será otra prueba de madurez para todos.

La reflexión se puede trasladar también a Navarra. El interés del 20-N estaba aquí fundamentalmente en si la política de bloques favorecida por UPN y el efecto llamada de Bildu, que acabó por desarbolar a la antigua NaBai llevándose consigo a Aralar, dejaría fuera del mapa político a los resistentes de la nueva Geroa Bai asediados por Amaiur. Contra todo pronóstico, la nueva formación, gracias a los aportes de los independientes antes que del PNV, ha revalidado el escaño de Uxue Barkos. El hecho, resuelto por un escaso margen de votos, tiene un fuerte significado simbólico. En el solar navarro todos somos vecinos de escalera, pero Geroa Bai ha conseguido delimitar un espacio político, libre ahora de cualquier sombra del entramado político de ETA, que esconde un potencial político de carácter transversal, capaz de recibir votos no nacionalistas y de llegar a acuerdos con otras fuerzas de centro izquierda, dejando como polos extremos de referencia a UPN y Amaiur.

Aunque UPN-PP no ha conseguido capitalizar el vendaval Rajoy y ha perdido incluso votos, a partir de los resultados del 20-N no se infiere ni la posibilidad ni la conveniencia de una operación de sustitución del actual gobierno foral, como se ha especulado incluso antes de las elecciones. El socialismo navarro necesita rehacerse tanto como el PSOE a escala nacional, asumir sus recientes fracasos electorales y renovar su liderazgo para preservar la propia organización, antes de pensar en liderar cualquier gobierno alternativo. Geroa Bai, por su parte, tiene que demostrar que además de liderazgo tiene equipo y organización detrás, antes de poder asumir responsabilidades de gobierno. UPN como principal fuerza responsable del gobierno tiene que ser consciente de sus limitaciones actuales de discurso y de la creciente exigencia social de ejemplaridad pública en todas sus actuaciones. El 20-N abre tiempos de madurez, de moderación y de responsabilidad para todos.

Publicado en Diario de Navarra, 22 de noviembre de 2011

domingo, 20 de noviembre de 2011

España - Elecciones 20-N

sábado, 5 de noviembre de 2011

La paradoja Rubalcaba

La espera a la que nos ha sometido a todos la política de Zapatero se hizo insufrible, antes del verano, hasta para el propio presidente del Gobierno, que acabó complaciendo al líder de la oposición con el anuncio del adelanto de las elecciones generales. Comenzó la cuenta atrás, pero como si se tratara de una bomba de relojería, lo que hacía la espera más angustiosa, al persistir la amenaza del reventón de España, sin que se tuviera seguridad de llegar a tiempo para desactivarla.

El miedo al fantasma real del rescate económico de España por parte de la UE ha determinado las últimas decisiones de verdad de Zapatero: el adelanto electoral y la reforma de la Constitución para consagrar en ella la estabilidad presupuestaria. Culminó así el giro político de 180 grados del mandatario socialista, no se sabe si por patriotismo o como súplica de última voluntad para no pasar a la historia como el desvencijador de España. Iniciada ya la campaña electoral, Zapatero ha presumido en el G20 de haber evitado el rescate de España, no ciertamente de haber llegado a los 5 millones de parados, pero ese logro (que está aún por ver, la prima de riesgo de los bonos españoles increméntandose) y el anuncio del final del terrorismo de ETA le permitirán retirarse con la conciencia tranquila a León después del 20-N.

La entrega del testigo a Rubalcaba ha sido complicada y la herencia del pasado pesa mucho. Rubalcaba se presenta como la continuidad del PSOE, pero exige un ejercicio de lectura difícil. Es conocedor del lado mas oscuro del PSOE en la etapa de Felipe González, ha sido corresponsable en el presente de las decisiones del Gobierno de Zapatero –inexistentes, malas, insuficientes o tardías– hasta ayer; y ahora quiere aparecer como un futuro que nada tiene que ver con el pasado y el presente. Eso es puro voluntarismo utópico, por imposible, que contradice el realismo y pragmatismo de que hace gala.

Invoca el poder de las ideas y su capacidad de llevarlas a la práctica, aunque desde que es candidato no ha hecho más que moverse en el terreno de la izquierda demagógica, comenzando por exigir del gobierno la recuperación del impuesto de patrimonio para armar el discurso contra los poderosos, responsables de la crisis, idea fuerte de su campaña. Y mientras desde el Gobierno se exige a las Autonomías el cumplimiento de los objetivos de déficit, Rubalcaba lanza al PSOE contra la política de recortes del PP en los gobiernos autónomos, aunque sea responsable el PSOE del despilfarro o de la mala gestión de importantes Comunidades, que desde el hundimiento socialista del pasado 22-M toca ahora sanear al PP. Frente a la política de recortes del PP el maná mágico de Rubalcaba, últimamente en petición de un nuevo plan Marshall para Europa.

Rubalcaba se muestra con pocas ideas para combatir la crisis y sus efectos. La pasada Conferencia política del PSOE, opción descafeinada del congreso extraordinario con que amagó a Zapatero para forzar su designación como candidato, ha resultado en efecto poco excitante, más allá de algunos sobresaltos. La financiación de la sanidad pública española va a depender paradójicamente de quienes atentan contra su propia salud, a quienes ha anunciado una subida de impuestos (tabaco y alcohol). Rubalcaba únicamente tiene ideas para después de la crisis, pero los españoles –al límite– quieren salir de ésta cuanto antes. Se evoca el mito del 93, cuando los socialistas ganaron contra pronóstico las elecciones, pero entonces lo peor estaba por llegar. La encuesta del CIS presentada ayer es demoledora para el PSOE, augurándole los peores resultados de su historia.

Rubalcaba criticó con dureza al PP por instrumentalizar políticamente la lucha contra el terrorismo, pero él ha jugado con el final de ETA como baza electoral para evitar la hecatombe socialista. Levanta asimismo la bandera socialdemócrata para salvar el Estado de Bienestar frente al PP que se dispone a liquidarlo, pero ha perdido una buena oportunidad en la mencionada Conferencia para explicar -pues no es de esperar que lo haga en la campaña- por qué el Gobierno del PSOE ha asumido antes que nadie la bandera del neoliberalismo radical de los ochenta, porque fue Milton Friedman y la escuela de Chicago, y no discípulos de Keynes, los que propugnaron que la estabilidad presupuestaria fuera un mandato constitucional.

Rubalcaba hace guiños al movimiento 15-M para atraerse la calle, pero rehúye personalmente los actos masivos. Es partidario de listas electorales desbloqueadas, pero no quiere primarias para él. Se reconoce socialdemócrata, pero pone su nombre por encima del partido, sabedor de que la marca PSOE no vende, y cifra en sus cualidades personales su imposible victoria sobre Rajoy, como si se tratara de elegir entre ellos dos, de medir quién es mejor o vale más como jefe. Es una actitud sorprendente, si no fuera desesperada, en un líder de izquierda, y que no trae buen recuerdo histórico. El debate acordado en TV entre ambos candidatos es un premio de consolación en este sentido, aunque está por ver que Rubalcaba vaya a ser el vencedor. Por mucha predisposición a creer que se tenga, motivos para hacerlo ya no hay.

Nadie niega a Rubalcaba que sea un político inteligente, moderado, valioso y respetado. Fuera de las exigencias del guión de toda campaña, hay un mensaje y un compromiso que muchos esperan oír de él. Que si se confirmaran los peores resultados para su partido, peleará para liderar y reconstruir el PSOE. Rubalcaba reúne las cualidades del líder de la oposición que se requerirá después del 20-N. Alguien maduro capaz de dialogar y de llegar a los grandes consensos que habrán de favorecerse desde los dos grandes partidos –al margen de que el PP obtenga o no mayoría absoluta– para acometer las inevitables reformas estructurales que nos esperan. Su voluntad de entendimiento con los nacionalismos moderados no será menos útil y eficaz ejercida desde la oposición, atrayéndolos de nuevo al espíritu de consenso que caracterizó a la Transición, y que tan irresponsablemente ha arruinado Zapatero.